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El empresario que inventa el futuro con sus empresas Tesla y SpaceX

Musk ha desafiado al complejo militar-industrial estadounidense, incluidas Lockheed Martin y Boeing.

Musk ha desafiado al complejo militar-industrial estadounidense, incluidas Lockheed Martin y Boeing.

Foto:Robyn Beck / AFP

Ashlee Vance hace un gran perfil del sudafricano Elon Musk, el industrial más innovador del momento.

Juan Carlos Rojas
Cualquier estudio sobre Elon Musk debe comenzar en las oficinas de SpaceX, en Hawthorne (California). Al acercarse a su cubículo, los visitantes se encuentran con dos carteles de Marte colgados uno junto al otro. En el de la izquierda se ve Marte tal como es hoy, una esfera estéril de color rojo; en el de la derecha aparece una enorme masa terrestre de color verde rodeada de océanos. El planeta se ha calentado y ha sido transformado para acoger a seres humanos.
Musk está empeñado en hacer realidad ese sueño. Convertir a la especie humana en colonizadora del espacio es el objetivo declarado de su vida. “Me gustaría morir convencido de que a la humanidad la espera un futuro brillante”, me dijo. “Si pudiéramos resolver el problema de la producción sostenible de energía y sentar las bases para convertirnos en una especie multiplanetaria, capaz de crear una civilización en otro planeta... creo que eso sería fantástico”.
La determinación con la que se marca objetivos imposibles lo ha convertido en una deidad en Silicon Valley, donde los directores generales hablan de él con un respeto reverencial y los emprendedores principiantes aspiran a “ser como Elon” con el mismo entusiasmo con el que en se esforzaban en imitar a Steve Jobs. (...)
A principios del 2012, los cínicos como yo tuvimos que darnos por enterados de los logros de Musk. SpaceX lanzó una cápsula de carga a la Estación Espacial Internacional y logró traerla de vuelta. Tesla Motors presentó el Modelo S, un sedán completamente eléctrico que dejó sin aliento a la industria automovilística. Esas dos hazañas lo elevaron al olimpo de los negocios. Solo Steve Jobs podía vanagloriarse de haber logrado proezas similares en dos industrias tan distintas, lanzando un nuevo producto de Apple y un supertaquillazo de Pixar. (...)
Ese mismo año decidí comprobar cómo era Musk y escribir un reportaje para ‘Bloomberg Businessweek’. Entonces, todo pasaba por el filtro de su ayudante, Mary Beth Brown, que me invitó a visitar lo que he llamado Musklandia.
Cualquiera que entre a Musklandia quedará perplejo. Te indican que aparques en One Rocket Road, en Hawthorne, donde casas, tiendas y restaurantes destartalados rodean enormes complejos industriales.
¿De verdad ha elegido Elon Musk semejante escombrera para levantar ahí su empresa? Sin embargo, las cosas empiezan a tener sentido cuando vemos un espectacular rectángulo de 51.000 metros cuadrados pintado de un blanco espiritual.
Se trata del edificio principal de SpaceX. Tras cruzar sus puertas se hizo evidente la grandeza de los logros de aquel hombre. Musk había construido una fábrica de cohetes espaciales en medio de Los Ángeles (...). Y aquel era solo el primer edificio de Musklandia. SpaceX había adquirido varios que habían formado parte de una fábrica de Boeing en la que se hacían los fuselajes de los 747. (...)
En mi primera entrevista con Musk, empecé a familiarizarme con su forma de hablar y trabajar. Es un tipo con aplomo, aunque la primera impresión que da es la de ser alguien tímido y de una torpeza social casi patológica. No ha perdido del todo su acento sudafricano. Como muchos ingenieros, Musk no duda en extenderse en disquisiciones científicas sin considerar que su interlocutor pueda necesitar una simplificación. Espera que uno esté a la altura. Sin embargo, nada de eso resulta desagradable.
Musk se mueve por Musklandia prácticamente solo. Hablamos mientras recorríamos el estudio de diseño, inspeccionando prototipos (...). Al final, subimos a su automóvil –un Modelo S negro– y regresamos al edificio principal de SpaceX. “Probablemente haya demasiados tipos brillantes a los que solo les interesa internet, las finanzas y el derecho –me dijo–. Eso explica en parte que no hayamos avanzado en innovación”.
***
Alrededor del 2010, Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook, empezó a promover la idea de que la industria tecnológica no cumplía las expectativas de la gente. “Queríamos automóviles voladores, no mensajes en 140 caracteres”.
Ese fue el lema de Founders Fund, su nueva compañía de inversiones. En un documento titulado ‘What Happened to the Future’, Thiel explicaba que Twitter y otras invenciones similares habían defraudado al público. Sostenía que la ciencia ficción se había vuelto distópica porque la gente había dejado de ser optimista sobre la capacidad de la tecnología para cambiar el mundo.
Yo suscribía esas ideas hasta mi primera visita a Musklandia (...). Aquí había un tipo que había asumido gran parte de la ética original de Silicon Valley, moviéndose a la velocidad del rayo y dirigiendo organizaciones libres de jerarquías burocráticas, y que había concentrado sus esfuerzos en mejorar máquinas fabulosas y en perseguir objetivos que tenían el potencial para convertirse en los avances que estábamos echando en falta.
En realidad, Musk tendría que haber sido parte del problema. Se subió al barco de la burbuja de internet en 1995, cuando fundó una empresa llamada Zip2, una especie de combinación primitiva entre Google Maps y Yelp. Aquel primer negocio le reportó un éxito tan grande como rápido. Compaq compró Zip2 en 1999 por 307 millones de dólares.
En aquel trato, Musk obtuvo 22 millones que invirtió casi en su totalidad en una empresa que sería el germen de PayPal. En calidad de accionista mayoritario, Musk se convirtió en un hombre inmensamente rico cuando eBay adquirió la empresa por 1.500 millones de dólares en el 2002.
Pero en vez de frecuentar Silicon Valley y entrar en la dinámica de otros como él, Musk se trasladó a Los Ángeles. En esa época se decía que lo más sensato era respirar hondo y esperar hasta la siguiente gran oportunidad.
Musk se apartó de esa lógica invirtiendo 100 millones en SpaceX, 70 millones en Tesla y 10 millones en SolarCity. (...) Se convirtió en una empresa de capital de riesgo dedicada a invertir en proyectos temerarios y dobló las apuestas fabricando bienes materiales ultracomplejos en Los Ángeles y Silicon Valley. Siempre que era posible, sus empresas intentaban replantear los principios que las industrias aeroespacial, automovilística y energética daban por descontados.
Con SpaceX, Musk ha desafiado a los gigantes del complejo militar-industrial estadounidense, incluidas Lockheed Martin y Boeing. SpaceX se ha labrado un nombre como la empresa con los suministros más baratos del ramo. Pero eso no basta. En el negocio espacial hay que enfrentarse con una maraña de políticos y proteccionismo que socava los cimientos del capitalismo.
SpaceX ha estado haciendo pruebas de cohetes reutilizables capaces de transportar cargas al espacio y de volver a su plataforma de lanzamiento con precisión. Si la compañía perfecciona esa tecnología, asestaría un golpe devastador a todos sus competidores y desplazaría del mercado a algunos agentes hasta ahora inamovibles, estableciendo a EE. UU. como el líder mundial en el transporte al espacio. Musk está convencido de que esa amenaza le ha granjeado numerosos enemigos: “La lista de personas a las que les gustaría verme muerto no deja de crecer”.
Con Tesla Motors, Musk ha intentado renovar la forma de fabricar y vender automóviles. En lugar de vehículos híbridos, ha apostado por fabricar automóviles que expandan los límites de la tecnología. Los vende en internet y en tiendas similares a las de Apple, en centros comerciales de lujo.
Además, la compañía no prevé ganar demasiado dinero con el mantenimiento, dado que los automóviles eléctricos precisan de muchos menos cuidados que los convencionales. El modelo de venta directa abrazado por Tesla supone una afrenta para los concesionarios, habituados a regatear y a beneficiarse de unas tarifas de mantenimiento exorbitantes.
La red de estaciones de recarga de Tesla abarca hoy casi todas las autopistas importantes de EE. UU., Europa y Asia, y precisan apenas unos 20 minutos para suministrar a sus vehículos la energía necesaria para recorrer centenares de kilómetros.
Las estaciones funcionan a base de energía solar, y los propietarios de un Tesla no pagan por utilizarlas. Mientras la mayor parte de las infraestructuras de EE. UU. envejecen, Musk construye un sistema de transporte que pondrá al país a la vanguardia. Con SolarCity, Musk ha fundado la mayor compañía de instalación y financiación de paneles solares para clientes individuales y empresas. Musk contribuyó a idear el concepto y es el presidente de la empresa (...).
En una época en que los negocios dedicados a las tecnologías limpias quiebran con regularidad, Musk ha creado dos de las compañías más productivas del ramo. El poderío industrial de Musk y Cía. tiene aterrorizadas a las empresas tradicionales y han convertido a Musk en uno de los hombres más ricos del planeta.
La visita a Musklandia sirvió para aclarar en parte cómo había sido Musk capaz de lograr aquello. Aunque el objetivo de llevar al hombre a Marte pueda parecer una locura, ha servido para dotar a todas sus empresas de un espíritu competitivo excepcional. Los empleados de las tres empresas saben que su trabajo es lograr lo imposible.
Unos lo adoran, otros lo detestan, pero le son leales porque respetan su determinación. Musk ha desarrollado algo de lo que carece la mayoría de emprendedores de Silicon Valley: una visión coherente del mundo. Es un poseso genial embarcado en la misión más ambiciosa que se ha planteado el ser humano. No es un ejecutivo que intenta amasar una fortuna, sino un general que dirige sus tropas a una victoria segura. Mark Zuckerberg nos quiere ayudar a compartir las fotos de nuestros bebés; Musk aspira a nada menos que salvar a la especie humana de la aniquilación.
ASHLEE VANCE
Juan Carlos Rojas
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