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Jeff Bezos: ¿el hombre más rico de la historia?

Jeff Bezos

El Director ejecutivo de Amazon es la persona más rica del mundo por tercer año consecutivo a pesar de da 36 mil millones de dólares de sus acciones de Amazon a su ex esposa MacKenzie Bezos como parte de su acuerdo de divorcio. 
Su fortuna tiene un valor de 113 mil millones de dólares, impulsada por un crecimiento del 15% en las acciones de Amazon de acuerdo con la última lista de la revista ‘Forbes’ en 2019. 

La empresa que dirige ha sido el centro de atención durante la pandemia, según ‘Forbes’, está contratando a 100 mil trabajadores para satisfacer la demanda de los compradores en línea.

Jeff Bezos El Director ejecutivo de Amazon es la persona más rica del mundo por tercer año consecutivo a pesar de da 36 mil millones de dólares de sus acciones de Amazon a su ex esposa MacKenzie Bezos como parte de su acuerdo de divorcio. Su fortuna tiene un valor de 113 mil millones de dólares, impulsada por un crecimiento del 15% en las acciones de Amazon de acuerdo con la última lista de la revista ‘Forbes’ en 2019. La empresa que dirige ha sido el centro de atención durante la pandemia, según ‘Forbes’, está contratando a 100 mil trabajadores para satisfacer la demanda de los compradores en línea.

Foto:AFP

La fortuna del dueño de Amazon llegó la semana pasada a una cifra que no se había registrado.

Tenía treinta años. Era vicepresidente de una firma de inversiones en Wall Street y su salario superaba las seis cifras. Acababa de casarse. Todo iba sobre ruedas en su vida pero un día, después de descubrir unos datos que lo dejaron asombrado, pensó que era el momento de renunciar a su trabajo y probar suerte en el mundo del internet. Comenzaban los años noventa.
Buscó a su jefe y le dijo:
Se me ocurrió una locura: crear una empresa que venda en línea.
El dueño de la firma le propuso ir a caminar un rato para pensar bien las cosas. Dieron un paseo largo por Central Park.
–Lo que quieres hacer es muy interesante, pero para alguien que no tenga un buen trabajo.
No era su caso, por supuesto. El jefe le sugirió reflexionar un par de días. Pero no fue necesario.
Jeff Bezos renunció. Se fue a crear Amazon.
Hoy es el hombre más rico del mundo. Y algunos se atreven a decir que es el más rico de la historia. Hace pocos días se convirtió en la primera persona en amasar una fortuna de más de doscientos mil millones de dólares, 207.000, para ser más exactos, según datos de finales de agosto. Dejó atrás por casi cien mil millones al segundo en la lista: Bill Gates. Su ascenso ya venía anunciándose, pero la pandemia lo catapultó.
Bezos es uno de los grandes ganadores de este periodo de confinamiento mundial que ha llevado a multiplicar las compras en línea. En lo que va corrido del año, las acciones de Amazon han subido casi sesenta por ciento y el patrimonio de su fundador y CEO ha aumentado en 84.900 millones de dólares.
Es el rey del cibercomercio. Sus ambiciosas ideas han ayudado a construir la fundación de nuestro futuro”, dijo la revista Time cuando le dio portada como personaje del año. “Es el magnate más importante del siglo XXI”, lo definió The Economist. El alcance del imperio que ha creado este hombre de 56 años, afirman, no tiene precedentes en la historia del capitalismo estadounidense.
***
Sus padres temían que algún día, al abrir la puerta de la habitación de su hijo, les cayera encima una caja de clavos o pisaran algún objeto que empezara a hacer un ruido ensordecedor. A Jeffrey Preston Bezos le gustaba llenar la casa de trampas. Para que sus hermanos menores estuvieran lejos de su cuarto y lo dejaran leer en paz, pero también para probar inventos. Jeffrey nació en Albuquerque, Nuevo México, en enero de 1964. Su madre, Jacklyn Gise, tenía 17 años cuando lo tuvo, y su padre, Ted Jorgensen, 18. Ted era un artista de circo conocido en las ferias por su talento para montar el monociclo y su gusto por el alcohol. Cuando supieron del embarazo, la pareja se casó. Pero no duraron más de un año juntos. Jacklyn decidió divorciarse y cuidar sola a su hijo antes de seguir al lado de Ted. Acabó sus estudios en una escuela nocturna en la que le permitían ir con su bebé en brazos y luego empezó a trabajar en un banco de Albuquerque. En ese lugar conoció al hombre que terminó por darle el apellido a su hijo.
Miguel Bezos Pérez había llegado de Cuba a Estados Unidos con 16 años, tres prendas de ropa en su maleta y sin saber una palabra en inglés. Sus padres lo enviaron a buscar un mejor futuro que el que suponían que iba a tener en la isla bajo el régimen de Fidel Castro. Formó parte de la operación Peter Pan, que sacó de Cuba a dieciséis mil niños, y al llegar a Estados Unidos lo acogió un grupo católico que apoyaba a refugiados. Mike –como empezó a llamarse– acabó el colegio y consiguió una beca en la Universidad de Albuquerque para estudiar ingeniería. Poco después de conocer a Jacklyn, se casó con ella y se fueron a Texas. Cuando Jeff tenía cuatro años, Mike lo adoptó. Su padre biológico no había vuelto a aparecer.
–En la vida recibes diferentes regalos, y uno de mis grandes regalos son mis padres. Han sido mis modelos a seguir– dijo Jeff en julio pasado ante miembros del Congreso de Estados Unidos que lo citaron para debatir el hecho de “tener tanto poder, sin ningún control”. Se presentó de forma virtual y no se centró en defender sus cifras, sino en explicar la visión de su empresa.
La fortuna de Jeff Bezos aumentó en US$87.100 millones este año.

La fortuna de Jeff Bezos aumentó en US$87.100 millones este año.

Foto:Mark Ralston / AFP

Desde los cuatro hasta los 16 años, Jeff pasó los veranos junto a sus abuelos maternos, en Cotulla, Texas, donde tenían un rancho de diez mil hectáreas heredado de sus antepasados, primeros colonos de esa región. Le gustaba estar con su abuelo, Lawrence Preston Gise. Le ayudaba a marcar el ganado, a arreglar molinos de viento, a instalar tuberías, a reparar tractores. Dice que de su abuelo aprendió una de las habilidades que más ha puesto en práctica en su carrera: la recursividad. “Era increíblemente autosuficiente –contó en una conferencia–. El rancho quedaba en medio de la nada. Si algo se dañaba, él mismo tenía que arreglarlo. Era un verdadero maestro para resolver problemas”.
Pero había otro motivo por el cual le gustaba pasar tiempo allá: poder visitar la biblioteca de la ciudad. Un amante de la ciencia ficción había donado cientos de libros, y Jeff se volvió fanático de ese género. En ese lugar empezó a leer a autores que todavía hoy lo acompañan: Julio Verne, Isaac Asimov, Robert Heinlein. Los mundos al parecer imposibles le atraían desde niño. “Hay algo muy especial en las utopías”, ha dicho.
La familia se mudó a Florida por motivos laborales de Mike y allí Jeff siguió sus estudios en Miami Palmetto Senior High School. Era lo que se conoce como nerd. Ocupaba el primer lugar en las clases, pero tenía tiempo para prestarle atención a otra de sus aficiones: Star Trek. Muchas horas de escuela las pasó jugando a interpretar personajes de esta serie. En el grupo de amigos todos querían ser Spock, pero no estaba mal si les tocaba convertirse en Jean-Luc Picard, capitán de la nave Enterprise. Tal es el gusto de Bezos por esta historia que logró que lo incluyeran –en un cameo, como oficial de la flota– en la película Star Trek Beyond, estrenada en 2016. Tuvo un perro al que le puso Kamala, como uno de los personajes menos conocidos de la serie, y muchos dicen que se afeita la cabeza para parecerse a Spock. Y la verdad es que tienen un aire.
Se graduó del colegio con el puesto de mejor estudiante y la cabeza llena de ideas sobre “cómo cambiar el mundo”. En ese momento su utopía era sacar a los habitantes de la tierra hacia el espacio exterior y volver este planeta una reserva natural. Su novia de esa época, Ursula Werner, ha contado que ya entonces Jeff quería ser rico.
“No se trataba de juntar dinero porque sí. Sino de lo que iba a hacer con el dinero: cambiar el futuro”.
El puesto de mejor alumno le garantizó un cupo en la Universidad de Princeton. Se inscribió en Física. Uno de sus ídolos de adolescente había sido profesor en esa universidad: Gerard K. O’Neill, un físico estadounidense que soñaba con la exploración espacial. En los años setenta, O’Neill desarrolló una idea que consistía en la construcción de un asentamiento humano en el espacio exterior. La describió en The High Frontier, otro libro fundamental para Bezos. En varias ocasiones asistió a conferencias de O’Neill y salió extasiado. En las clases de Física, sin embargo, las cosas no iban bien. Cuando llegó el momento de asignaturas como mecánica cuántica, le resultó muy difícil seguir el ritmo. Bezos se dio cuenta de que no iba a poder lograrlo y cambió de carrera.
–Una de las cosas que me enseñó Princeton es que no soy lo suficientemente inteligente como para ser físico– dijo en una entrevista con The Academy of Achievement.
Al final se graduó en Ciencias de la Computación e Ingeniería Eléctrica. Dos campos que también le apasionaban desde niño.

No se trataba de juntar dinero porque sí. Sino de lo que iba a hacer con el dinero: cambiar el futuro

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Entre una montaña de piedra caliza, en medio del desierto de Texas, hay un reloj en el que Jeff Bezos ha invertido 42 millones de dólares. Su altura es de 150 metros y está diseñado para medir el paso del tiempo durante diez mil años. Tiene una aguja preparada para moverse cada siglo y un pájaro cucú que se asomará cuando hayan pasado mil años. Se llama Reloj del Largo Ahora, una idea que el matemático estadounidense William D. Hillis venía trabajando desde 1989 y que encontró en Bezos a su mejor mentor. Tiene sentido que haya sido así. No solo porque era quien podía garantizar el dinero para su construcción, sino porque coincide –incluso en exceso– con su filosofía de mirar a largo plazo. Los ojos de Bezos están puestos siempre en el mañana: “Muchas personas se centran en el presente. No soy una de ellas”.
Cuando salió de la universidad quiso crear una empresa. Pero se dio cuenta de que era mejor esperar. Empaparse de los negocios, ver cómo funcionaba el mundo. Llegó a Wall Street y después de probar en un par de sitios entró a la firma D.E. Shaw & Co., en la que Bezos se dedicó a aplicar su conocimiento en computación enfocado en el mercado de valores. En menos de cuatro años lo nombraron vicepresidente.
Un día de 1994, mientras buscaba información que pudiera ser útil para la firma, se dio cuenta de una estadística que lo sorprendió: el uso de internet estaba creciendo un 2.300 por ciento anual. “Las cosas normalmente no crecen tan rápido. Es algo muy inusual –le dijo a The Academy of Achievement–. Esto me puso a pensar qué negocio podía tener sentido en ese contexto de crecimiento”. Apareció la idea de vender en línea. ¿Qué podría ser más eficiente? ¡Vender libros! Viajó a Los Ángeles a la Convención de Libreros de Estados Unidos a conocer el negocio. Algunos de ellos ya tenían sus catálogos en listas electrónicas. Necesitaban un sitio que los uniera.
Bezos acababa de casarse con MacKenzie Tuttle. Se conocieron en D.E. Shaw, a donde ella llegó como investigadora asociada. Graduada en Princeton con honores en Filología Inglesa, MacKenzie ha escrito dos novelas: The Testing of Luther Albright, editada por HarperCollins y ganadora del American Book Award en 2006, y Traps, en 2013. Al comienzo lo que más le llamó la atención de Bezos fueron sus carcajadas.
Ruidosas, exageradas, a veces a destiempo. Esas carcajadas son parte de su sello personal. Cuando eran adolescentes, sus dos hermanos, Christina y Mark, se negaban a acompañarlo al cine por el escándalo que producían sus risas. Dicen que al principio, incluso, esas carcajadas le hicieron perder negocios. A MacKenzie le gustaban. Hay que oírlas. El periodista Brad Stone, que escribió la biografía The Everything Store: Jeff Bezos and the Age of Amazon, describe la risa de Bezos como “una mezcla entre el llamado de apareamiento de una foca y el sonido de un taladro”.
Cuando Jeff le planteó la idea de renunciar, MacKenzie lo apoyó. Se fueron rumbo a Seattle, lugar elegido para empezar su empresa por ser un centro de alta tecnología. Hicieron el viaje en carro. Ella manejaba, Jeff escribía en un portátil el plan de negocios. Llamó a amigos y familiares para convencerlos de que lo ayudaran con dinero. Eso sí les advirtió: había un setenta por ciento de posibilidades de perder la plata. No pensaba en el fracaso, pero lo tenía presente. Reunió un millón de dólares. Trescientos mil de sus padres, que confiaron en él sin dudar.
–No apostamos por internet. Apostamos por nuestro hijo –contó su madre, tiempo después.
Al final de esa década, todos los que le dieron dinero se volvieron millonarios. Pero para eso todavía faltaba tiempo. Y trabajo.

Si vas a acudir a una reunión con Bezos, te preparas como si el mundo se fuera a acabar

Bezos empezó a buscar la gente para conformar su equipo. Y una paradoja: las primeras reuniones las hicieron en la sede de Barnes & Noble, que después llegó a demandarlo y –como muchas otras librerías en el mundo– lo incluyó en su lista negra por considerar que su negocio iba a acabar con ellas. Luego instaló su oficina en el garaje de la casa de dos habitaciones que alquilaron en Seattle. Hasta allá llegaban los cables de los tres computadores que tenía conectados a internet. Comenzó a pensar en nombres para la empresa. El primero que se le ocurrió fue Cadabra –por abracadabra– y se lo dijo por teléfono al abogado que había contratado para gestionar el papeleo.
–¿Cadabra? ¿Cadáver? –le preguntó el abogado a Jeff.
En ese momento se dio cuenta de que ese nombre no iba a funcionar. Se le ocurrieron otros, Awake.com, Bookmail, incluso quiso llamarla MakeItso, la famosa frase de Jean-Luc Picard (de nuevo presente Star Trek). Pero al final se decidió por Amazon, en relación con el río más largo del mundo. Bezos, por su parte, quería crear “la librería más grande del mundo”.
Amazon comenzó a funcionar el 16 de julio de 1995. Un mes después ya enviaba libros a cincuenta estados y cuarenta y cinco países. A los tres meses las ventas sumaban veinte mil dólares semanales. Él mismo empacaba los primeros pedidos, sentado en el suelo en un piso de concreto. Un día, agotado, les dijo a las cuatro personas que eran su grupo de trabajo:
–Así no podemos seguir. Necesitamos rodilleras.
Uno de ellos lo miró con asombro:
Rodilleras, no. Necesitamos mesas de embalaje.
Bezos recuerda esa frase como una de las cosas más inteligentes que pudo oír en ese momento. Al día siguiente las encargó y en una semana doblaron la productividad. El equipo fue creciendo. Para 1996 el sitio recibía más de dos mil visitas por día y el grupo base eran cien personas. Hoy Bezos tiene novecientos mil empleados y a Amazon.com lo visitan decenas de millones a diario. Una de las estrategias que se planteó desde el comienzo fue aumentar su participación en el mercado. Expandirse. En eso invirtió todas las ganancias al comienzo. En 1997 Amazon empezó a cotizar en la bolsa con un valor de la acción de dieciocho dólares. En julio de este año esta cifra superó los tres mil dólares.
Muy pronto decidió que los libros no eran suficientes y empezó a agregarle a su catálogo más productos. Pasó de “la librería más grande del mundo” a “la tienda de todo”. Hoy tiene más de seiscientos millones de artículos a la venta. El programa de membresía que creó, Amazon Prime, ya cuenta con 150 millones de suscriptores en el mundo. Metódico, paciente, Bezos jugó a largo aliento y marcó distancia con sus competidores. Con Kindle, que lanzó en 2007, llegó a controlar el mercado del libro electrónico mundial.
Pero no se detuvo ahí. Sus ideas empresariales funcionan como un pulpo. La lista puede ser interminable. Fundó Amazon Web Services, que ofrece servicios de computación en la nube y al que acuden desde la CIA hasta Netflix, que por cierto hoy es su competencia directa. Porque Bezos también entró al universo del entretenimiento con la plataforma Amazon Prime Video y con Amazon Studios, dedicado al desarrollo de largometrajes y programas de televisión. El magnate se ha dado el placer de gastar una fortuna en llevar a la pantalla series como El señor de los anillos, otra de sus historias favoritas. En Hollywood ha pisado con fuerza: compró en Los Ángeles la mansión más cara de la historia (pagó 165 millones de dólares por ella), no deja de asistir a cuanta alfombra roja esté en la agenda, y ya ha recibido Premios Emmy y Globos de Oro con producciones de su empresa, como Manchester by the Sea y Transparent.
–Cuando ganamos un Globo de Oro vendemos más zapatos –dijo en una conferencia de prensa.
Era una broma, pero en el fondo explica su forma de pensar: capturar clientes fieles que consuman de forma permanente sus productos. Bezos tiene un principio que lo obsesiona y que transmite a sus empleados: que sus empresas sean las más concentradas en el cliente.
No es alguien con quien resulte sencillo lidiar. Con el ojo puesto en el detalle, pasa de un trato amable a uno rudo en cuestión de minutos. Y les suelta a sus colaboradores preguntas que a muchos dejan desubicados. Preguntas de este tipo: ¿Eres vago o solo incompetente? ¿Por qué estás arruinando mi vida? Un exejecutivo de Amazon le dijo a The Atlantic: “Si vas a acudir a una reunión con Bezos, te preparas como si el mundo se fuera a acabar”. Con él están prohibidas las presentaciones en Power Point. Si alguien quiere presentarle una idea, debe llevar escritas un par de cuartillas. No ideas esbozadas, no: narradas de tal forma que despierten interés en el momento de su lectura. A sus asesores más cercanos los entrena tanto que terminan siendo casi idénticos a él: les dicen “Jeffbots”.
Jeff Bezos. El primer empleo del director ejecutivo de Amazon y máximo accionista del diario 'The Washington Post' fue en McDonald's. Hoy es el tercer hombre más rico del mundo.

Jeff Bezos. El primer empleo del director ejecutivo de Amazon y máximo accionista del diario 'The Washington Post' fue en McDonald's. Hoy es el tercer hombre más rico del mundo.

Foto:Tommaso Boddi / AFP

“Sus empresas son tan variadas y tan grandes que cuesta entender la naturaleza de su imperio y el punto final de sus ambiciones. ¿Qué quiere? ¿En qué cree? Teniendo en cuenta su poder sobre el mundo, son preguntas que importan”, escribió Franklin Foer en The Atlantic. Los límites de Bezos, en efecto, no parecen existir. En el 2013 recibió la propuesta de comprar el legendario periódico The Washington Post. La oferta llegó directamente de Donald Graham, cabeza del diario y miembro de la familia que lo tuvo a su cargo durante cinco generaciones.
–¿Por qué yo? No sé nada sobre el negocio de las noticias –le dijo Bezos a Graham.
–Mira, no necesitamos a nadie que sepa del negocio de las noticias. Tenemos mucha gente aquí que sabe de eso. Necesitamos a alguien que sepa de internet.
A Graham también le llamaban la atención la visión a largo plazo de Bezos y su posición política. O mejor, la ausencia de posición política: el magnate nunca ha puesto sobre la mesa su ideología. Incluso en las ocasiones en que el presidente Donald Trump ha cargado contra él –lo llama “Jeff Bozo” y ahora habla del “Amazon Washington Post”–, Bezos ha esquivado la polémica. La compra del Post, de hecho, le ha servido para su prestigio. Desde que lo adquirió, en agosto del 2013, el diario ha multiplicado su número de lectores en la red y han crecido sus exclusivas periodísticas. Bezos lo ha mantenido separado del funcionamiento de Amazon y ha cumplido con lo que prometió: invertir cada centavo de las ganancias del medio en el propio periódico. Aumentó su planta de redacción de 500 a 850 periodistas. ‘La democracia muere en la oscuridad’ es el lema del diario en su era.
***
Muy pocas veces los sueños de la infancia siguen vivos cuando la persona se vuelve adulta. Jeff Bezos es ejemplo de que eso sí puede pasar. La idea con la que soñó en la escuela, la que alimentaba con sus lecturas de ciencia ficción, es la que trata de cumplir ahora con su proyecto consentido: Blue Origin, la empresa de transporte aeroespacial que fundó en el 2004 y que tiene como objetivo desarrollar nueva tecnología para establecer “presencia humana duradera en el espacio exterior”.
Cada año vende unos mil millones de dólares en acciones de Amazon para financiar esta empresa, que él considera su gran contribución. Bezos tiene fundaciones por doquier, pero para él su misión es dejar el camino abierto hacia el espacio. “Mi objetivo es poner las bases para que, cuando llegue el momento de vivir allá, las herramientas estén desarrolladas”. En 2015 logró enviar con éxito un cohete al espacio suborbital.
Blue Origin tiene un campo de investigación de diez mil hectáreas en Seattle y una instalación privada de lanzamiento de cohetes en Texas. Precisamente mientras buscaba el terreno para esto, Bezos sintió la muerte cerca por primera vez: volaba en un helicóptero sobre el suroeste de Texas y la nave tuvo un accidente. Sobrevivió sin lesiones. Lo único que se le ocurrió pensar en ese momento fue: “Qué forma tan triste de morir”.
Su vida privada había sido un misterio hasta el 9 de enero del año pasado, cuando publicó en su cuenta de Twitter un comunicado firmado por su esposa y por él en el que anunciaban su separación. “Nos sentimos afortunados de habernos encontrado y agradecidos por cada uno de los años que llevamos casados –decían–. Hemos tenido una gran vida juntos como pareja y vemos un futuro maravilloso por delante como amigos, padres y socios”. Desde meses atrás, el magnate venía siendo perseguido por reporteros del National Enquirer, que ya tenían lista para publicar la historia de su romance con la presentadora de televisión Lauren Sánchez, a quien conoció cuando empezó a frecuentar el mundo de Hollywood. Horas después del anuncio de los Bezos –que posiblemente haya sido presionado por la certeza de que todo se haría público– salió el escándalo en el Enquirer. Fotos y mensajes de texto de él y Lauren. Bezos contrató a un agente privado para investigar el origen de la filtración. La cuerda llegó hasta el hermano de Lauren, Michael Sánchez, un agente de artistas de segundo orden y seguidor acérrimo de Trump.

Sus empresas son tan variadas y tan grandes que cuesta entender la naturaleza de su imperio y el punto final de sus ambiciones. ¿Qué quiere? ¿En qué cree? Teniendo en cuenta su poder sobre el mundo

Días después Bezos hizo públicos correos electrónicos en los que el mismo Enquirer lo presionaba con revelar más fotos si no se retractaba de la idea que había planteado respecto a que la persecución del medio podía tener una motivación política. Algo que sonaba posible: el editor del tabloide –famoso por perseguir celebridades– es amigo de Trump y podía querer hacerle un favor al mandatario, que se ha visto afectado por el trabajo periodístico del Washington Post. Bezos lanzó un comunicado con una descripción detallada de las fotos que el medio tenía (entre ellas, imágenes de él desnudo) y se negó al chantaje.
–Si en mi posición no puedo soportar este tipo de extorsión, ¿quién puede? –dijo.
Su divorcio de todas maneras se hizo realidad. MacKenzie –con quien tiene cuatro hijos, uno adoptado en China– se convirtió en la mujer más rica del mundo al recibir el veinticinco por ciento de las acciones de Bezos en Amazon. Hasta el miércoles pasado ocupaba el segundo lugar, después de la heredera de L’Oréal, Françoise Bettencourt. Pero ya llegó al trono, con una fortuna que supera los 68.000 millones de dólares. Hoy su nombre es Mackenzie Scott.
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¿Cuál es el siguiente paso que planea dar Jeff Bezos? Esa pregunta se la harán muchos, sin tener respuesta. Lo que sí es posible decir es que ese nuevo paso lo dará teniendo en cuenta lo que él llama “marco de minimización de arrepentimientos” y que él suele utilizar en cada gran decisión que toma.
En palabras más sencillas consiste en pensar que es mejor hacer las cosas que quedarse con las ganas de hacerlas. Cuando su jefe en la firma de inversiones le aconsejó que reflexionara antes de renunciar para ir tras su sueño, Bezos aplicó su marco de arrepentimiento: se imaginó con 80 años, mirando su vida hacia atrás. ¿Estaría arrepentido de haberse lanzado a lo desconocido, o de quedarse sentado esperando su bono anual? Una cosa le quedó clara: sabía que si hubiera fallado, no lo lamentaría. Pero lo que no iba a poder soportar era no haberlo intentado.
2. Jeff Bezos

2. Jeff Bezos

Foto:Emmanuel Dunand / AFP

Cada dos semanas surgió un nuevo milmillonario en América Latina

América Latina ya era la región más desigual del mundo antes de la pandemia, y ahora lo será aún más. Los esfuerzos de los gobiernos para combatir el coronavirus se han visto frustrados por la desigualdad y la corrupción, y el virus ahondará todavía más la enorme brecha entre los más ricos y el resto. Mientras tanto, la fortuna de los 73 milmillonarios de América Latina aumentó en 48.200 millones de dólares desde el comienzo de la pandemia, según señala Oxfam.
Desde marzo, la región ha visto surgir, en promedio, un nuevo milmillonario cada dos semanas desde marzo.
Para el análisis, Oxfam comparó la riqueza neta de los milmillonarios latinoamericanos el 18 de marzo de 2020 con su riqueza neta el 12 de julio de 2020.
Durante ese período, el valor neto combinado de los milmillonarios en Argentina pasó de 8.800 millones de dólares a 11.200 millones de dólares; en Brasil, de 123.100 millones de dólares a 157.100 millones de dólares; en Colombia, de 13.700 millones de dólares a 14.100 millones de dólares; en Chile, de 21.000 millones de dólares a 26.700 millones de dólares; en Perú, de 5.200 millones de dólares a 5500 millones de dólares; y en Venezuela, de 3400 millones de dólares a 3500 millones de dólares.
Según Oxfam, “si se aplicara en 2020 un impuesto al patrimonio neto de entre el 2 y el 3,5 % a quienes tengan más de un millón de dólares, los gobiernos latinoamericanos podrían recaudar hasta 14 200 millones de dólares, que podrían ser invertidos en salud pública y protección social. Esta cifra es 50 veces la cantidad de lo que se podría recaudar este año de los milmillonarios de la región”.
Únicamente tres países de la región aplican un impuesto sobre el patrimonio: Argentina (impuesto máximo del 1,25 %), Colombia (1 %) y Uruguay (1 %).
En toda América Latina, 140 millones de personas, alrededor del 55 % de la población activa, se encuentran en la economía informal. Hasta 52 millones de personas podrían caer en la pobreza como consecuencia de la pandemia, la lucha contra la pobreza retrocedería 15 años.

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MARÍA PAULINA ORTIZ
Editora de LECTURAS
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