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Aprender a programar: ‘una segunda oportunidad’ para reclusos

Expertos en el tema dicen que programar fomenta la creatividad y la resolución de problemas.

Expertos en el tema dicen que programar fomenta la creatividad y la resolución de problemas.

Foto:123rf

The Last Mile le apuesta a enseñar programación en centros penitenciarios de Estados Unidos.

La pena de muerte es legal en 30 estados de EE. UU.. No en vano, allí están algunas de las prisiones de alta seguridad más importantes del mundo, en las que uno de cada 2.000 habitantes del país está condenado a cadena perpetua.
Una de las más famosas es la prisión estatal de San Quintín, en San Rafael, California. Hasta allí, para dictar una charla de emprendimiento, llegó Chris Redlitz, socio de un fondo para plataformas de comercio electrónico en Silicon Valley.
La experiencia lo marcó al punto de moverlo a crear un programa con los prisioneros.
Junto con su esposa, Beverly Parenti, Redlitz formuló The Last Mile, la cual se inició como una clase de negocios y desde hace 10 años se convirtió en capacitación tecnológica para reclusos.
El programa, que comenzó en una sola prisión, hoy funciona tanto para hombres como para mujeres en reclusión en siete instalaciones en California y una en Indiana. Para el primer semestre de este año, The Last Mile espera estar en cuatro estados y 20 prisiones.

Cerca de la libertad

El proyecto solo acepta a aquellos que tienen una sentencia que culmine en los próximos tres años. Por ejemplo, si alguien tiene una pena de 20 años, debe estar en el año 17 para poder postularse al curso.
“Queremos asegurarnos de que reciban el plan de estudios completo”, indica Brooke Palatzi, directora de mercadeo de The Last Mile.
El programa cuenta con tres módulos, que pueden durar de 6 meses a un año, con los que, además de aprender lenguajes de programación, los estudiantes pueden tener un trabajo remunerado al apoyar los talleres como monitores para quienes inician su proceso educativo.

No sabía absolutamente nada de programación cuando entré a la clase y hoy siento como si hubiera encontrado una pasión y un propósito

Los reclusos presentan sus proyectos finales ante un público y un jurado a modo de ‘examen final’ para pasar a la siguiente etapa del programa, en lo que denominan Demo Day.
En el primer curso se les exige crear un sitio web personal y en el último, solucionar una problemática a través de la programación. En caso de no aprobar, pueden repetir el módulo.
Finalmente, al salir de la cárcel, quienes culminaron los cursos pueden acceder a oportunidades laborales mediante alianzas que The Last Mile tiene con distintas empresas.
En muchos casos, las personas buscan no solo una segunda oportunidad, sino la primera. Esas primeras oportunidades son increíblemente importantes para aquellos que nunca han tenido ni siquiera la posibilidad”, explica Palatzi.
El programa recoge en videos de su sitio web los testimonios de participantes agradecidos.
“No sabía absolutamente nada de programación cuando entré a la clase, y hoy siento como si hubiera encontrado una pasión y un propósito”, manifestó Chris Schuhmacher, uno de los más de 500 estudiantes del programa. Según cifras de The Last Mile, al menos 50 prisioneros han culminado los cursos y han sido liberados. La estadística más impresionante es que ninguno ha regresado a prisión.
El proyecto tiene como uno de sus principales propósitos ser un medio para que los reclusos puedan conseguir habilidades y experiencia suficiente para entrar al ámbito laboral.
Santiago Liñán, programador y miembro de Design Lab, un grupo de investigación sobre desarrollo de aplicaciones de la Universidad de los Andes, en Bogotá, expone que cuando alguien aprende a programar, adquiere la capacidad de transformar ideas en códigos susceptibles de ser interpretados por un computador, lo que en sus palabras es “una forma de comunicarse que permite entender el mundo, que actualmente funciona con tecnología”.
Palatzi sostiene que si bien en muchas ocasiones las clases pueden resultar complejas para personas que nunca han tenido contacto con un computador, al final la parte técnica y tecnológica son barreras que se superan con la práctica. Para ella, uno de los retos más grandes que enfrentan los presos es luchar contra el estigma de su pasado.
“¿Quién quieres que sea la persona que va a la cárcel? ¿Alguien sin control sobre su vida o alguien que ve allí una oportunidad para aprender, que busca hacer el bien y lograr habilidades para conseguir un trabajo después? La mayoría dice que la segunda persona, porque es alguien que muy probablemente no va a volver a delinquir, no va a regresar a la prisión”, apunta.
MARIA PAULINA ARANGO 
REDACCIÓN TECNÓSFERA
En Twitter: @MariapaulinaAr
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