“El animal conoce la muerte tan solo cuando muere; el hombre se aproxima a su muerte con plena conciencia de ella en cada hora de su vida”. Schopenhauer
El miedo a la muerte está arraigado culturalmente. Sobre todo en los occidentales, se percibe como algo lúgubre, sombrío y desconocido que genera incertidumbre. Pero para otras culturas a lo largo de la historia ha significado transición, crecimiento y eternidad.
Por ejemplo, hoy y mañana se celebra en México y en varios países de América Latina el Día de los Muertos, una celebración tradicional que honra a los ancestros en un marco de respeto. Para el islam, la muerte es sinónimo de alegría, pues descarga al hombre de los agobios de la vida mundana. Para los indígenas pijaos –y para muchas etnias– la muerte significaba reencarnación y un periodo vacío de tiempo en el cual el alma estaba en un plano imperceptible para los hombres. Por esto, cuando alguien de la tribu moría era enterrado con sus objetos más preciados en vida.
Sin embargo, para muchos colombianos, la muerte es casi un tabú. No volverse a encontrar físicamente con el ser querido asusta y hace que las relaciones se vicien y se enfermen, por el miedo a ser olvidados. Todas estas ideas erróneas sobre la muerte aumentan el impacto emocional de la tristeza que produce la partida y la decisión de asumir el dolor como inagotable, afirma Gloria Soto, psicóloga.
En el 2015, en Colombia fallecieron 177.935 personas de manera natural, 22.848 por muertes violentas y 1.416 por otras causas, para un total de 202.199, según datos oficiales. Y, claro, surge la reflexión con respuesta evidente: ¿no es acaso la muerte un fenómeno natural de la condición humana que en algún momento inevitablemente se tendrá que enfrentar?
“Si la muerte forma parte de nuestra condición humana, ¿por qué no interiorizarla de tal manera que día a día la podamos ir procesando y logremos vivir con su carga? No desde la paranoia, sino desde el darle una interpretación sabia y clara que nos permita construir una relación importante y profunda con nuestros seres queridos y que vaya más allá del verte y tocarte para aceptar que estás aquí, y luego si no te veo no existes. Es decir, debemos empezar a pensar en cuál es nuestro legado y entregarlo ahora”, sigue la psicóloga Gloria Soto.
Ella es directora de la red de vida del Grupo Gaviria y, justamente, dicta talleres dirigidos a núcleos familiares y a personas que están diagnosticadas con difícil pronóstico o fase terminal. La idea es ofrecer una mediación profesional en esas conversaciones difíciles de llevar alrededor de la muerte.
“Para morirse no se necesita estar enfermo; puede ocurrir de manera inesperada o en un accidente, por lo que es bueno anticiparse a esa situación, que llegará, y prepararse. Aunque nunca se sabrá qué sentir ni cómo pensar –solo hasta el momento que se enfrente esa fatal realidad–, sí se pueden tomar decisiones para desarrollar de manera ideal una competencia resiliente que permita afrontar las situaciones adversas de manera sana y consciente y así tener un proceso adecuado en la resolución del duelo, desde la gestión positiva de las emociones y el autocuidado”, explica la experta.
Esto –agrega– se logra a través de espacios vivenciales y familiares en los que se hable del tema, guiados por un experto que sea una luz en el camino y despeje las dudas, para ver las cosas con la claridad que dan el amor, el perdón y la gratitud. En esos momentos, dice Soto, se aprende cómo transmitir el legado, conocimiento y enseñanza aun sin estar presentes.
En los talleres se comienza por entender qué es la muerte y cómo se puede trascender; se validan los sentimientos y las emociones, cómo expresarlos, y se trabaja en la aceptación.
“Hacemos procesos de relajación, respiración y llevamos a las personas a escribir a pintar, básicamente para expresar algo que se les dificulta a través de una visualización de un aspecto positivo; la idea es romper el complot del silencio y llevar a cabo esa conversación pendiente que dejamos en veremos a veces por miedo o por el dolor de pensar que se están despidiendo al ser querido”, concluye Soto.
Mery Luz Bernal, también psicóloga, afirma que “encontrar sentido a la muerte permite hallarle un sentido a la vida. Y si nos aferramos al sentido de nuestra vida, aprendemos a soportar la enfermedad e iremos aprendiendo poco a poco a enfrentarnos a la difícil idea de morir. La mayoría de la gente muere sin estar preparada para la muerte”.
Lida Martínez, de 42 años, ingeniera industrial, perdió a su padre hace menos de dos años a causa de una enfermedad pulmonar y fue asistente del taller incluso antes de la muerte de su ser querido. Hoy recuerda que no era capaz de despedirse de su papá por el dolor que le producía la situación, pero que gracias a la intervención pudo entrar a cuidados intensivos y decirle adiós.
“La muerte de mi padre fue un momento difícil, porque no encontraba respuestas a tantas preguntas. Aprendí que hay que afrontar la tristeza, el miedo y la desesperanza, porque había alguien tan importante como él a quien debíamos despedir como lo merecía y a quien debíamos agradecer, recibir su perdón y perdonarlo por las cosas que hicimos o dejamos de hacer, honrar su vida viviendo la nuestra con plenitud”, relata.
Y añade: “Logramos tener la claridad y fuerza suficientes para aceptar una realidad que pocos queremos afrontar y entender; obtuvimos las herramientas para seguir en este camino sin él, a quien ahora llevamos en nuestro corazón y en los recuerdos. Aprendimos a seguir amándolo, pero desde el alma”.
Para María Castrellón, psicóloga que trabaja con familias y pacientes terminales de cáncer, en momentos así “la actitud de los seres queridos debe ser de gratitud hacia la persona que pronto partirá”.
“Hay que hablarle, recordarle las cosas importantes que esa persona hizo en la vida de cada persona que lo rodea, no en tono de despedida sino en un tono positivo que lo haga sentir valioso; esto es importante para asumir con tranquilidad la llegada de ese momento inevitable”, sostiene.
• Reflexione y transmita de manera natural y con amor cuál es el legado que usted deja en cada uno de sus actos; a su familia, en su entorno laboral y por qué no, a la humanidad. Aclare que es algo que desea dejar de manifiesto para siempre, no como un agüero para llamar la muerte, como culturalmente se cree.
• Hable de sus inquietudes, voluntades y concepción sobre la vida, la muerte y la transcendencia con las personas cercanas.
• Genere la disciplina de ser consciente y disfrutar cada momento: el aire, el abrazo, el beso de despedida; disfrute de cada ser que usted ame aunque sea cascarrabias, acéptelo así.
• No deje pendiente un “perdóneme, lo perdono o estoy agradecido”. Cuando sienta que deba comunicarse no lo posponga, hágalo inmediatamente. Procrastinar, y más en lo emocional y las relaciones, aumenta el nivel de ansiedad y la sensación de culpa por lo que no se dijo, lo cual no ayuda porque genera pensamientos irracionales.
• Si tiene un ser querido en una enfermedad de difícil pronóstico o fase terminal, háblele con el corazón, permítale decir eso que nadie quiere escuchar, indague sobre cosas que desea hacer o mencionar y promuévalo en su familia, desde el amor todo es posible. Las cosas, aunque duelan, deben escucharse y aceptarse en familia.
• Si siente que no está en la posibilidad emocional de propiciar esa conversación por temor al dolor que ella genera, busque ayuda profesional.
• Dele un nombre a cada emoción por la que atraviesa.
• Escriba, reflexione, ore, cante, componga, pinte en referencia a su situación y a su ser querido, esto le va a permitir aceptar y trascender del dolor de la tristeza a la luz, la esperanza y el consuelo de los momentos significativos.
REDACCIÓN SALUD @SaludET
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