Algo pasa en este mundo, que parece estar patas arriba. Que el brexit, que el plebiscito, que Trump, que todo parece salir al revés de lo que muchos piensan, a tal punto que algunos se atreven a decir que no son las neuronas sino el músculo liso el que decide ahora.
Aunque de esto no hay certeza, algo de razón puede caber en esta hipótesis, tanto que son las tripas las que primero se manifiestan frente a los resultados.
Agrieras o indigestión en unos, dolor de estómago y diarreas en otros, e incluso úlceras a punto de reventar en algunos dirigentes perdedores son muestra de que los intestinos están involucrados en todo este proceso.
Pues qué mejor oportunidad para hablar de ellos, de los intestinos, como representantes de primera línea de ese músculo liso, que además cumple funciones tan importantes como desconocidas, entre las que están, no hay duda, parte de esas emociones que se asoman también frente a las urnas.
Como sería pretencioso tratar de abordar todo lo relacionado con estos órganos de un solo jalón, vale la pena aprovechar el espacio para tratar un tema, una verdadera amenaza olvidada que afecta a mucha gente y se conoce genéricamente como enfermedad inflamatoria intestinal (EII).
La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) es una inflamación crónica, es decir que permanece por mucho tiempo, de todo el tubo digestivo –principalmente del intestino delgado y del colon– generada por causas que aún no se conocen del todo; se sabe, sin embargo, que para que aparezca tienen que haber una predisposición genética de las personas y unos factores del medioambiente que se unen, de manera perversa, para molestar a algunos desafortunados.
Este mal ataca bajo varios ropajes, de los cuales dos son los más conocidos: la enfermedad de Crohn (EC) y la colitis ulcerativa (CU).
Aunque la EII puede aparecer a cualquier edad, incluida la infancia, se ha visto que se este mal se ensaña más en los menores de 20 años y en los mayores de 50. Ahora, vista por separado en sus dos formas principales, la EC se puede presentar hasta en 24,3 personas de cada 100.000 y la CU, hasta en 20 de cada 100.000. Claro, estas incidencias tienen rangos muy amplios y hay poblaciones con menos gente comprometida.
Defensas tienen que verPor razones desconocidas, el sistema de defensas del cuerpo presenta una avería que permite que las bacterias que se domicilian en el intestino lo ataquen y destruyan las células que lo forran por dentro, lo que produce una inflamación la macha en ese ducto, con lo que se altera su funcionamiento.
Los horribles síntomasEn la CU solo se inflama el llamado intestino grueso (colon), y eso produce un dolor terrible, diarrea con moco y sangre, que se mantiene por más de un mes; inapetencia, pérdida de peso, fiebre, anemia y desnutrición.
En la EC, además, se inflama el intestino delgado; y a los síntomas anteriores se suman las fístulas (trayectos anormales que ponen en contacto el contenido intestinal con otras vísceras, como el riñón, el hígado y la vejiga), producidos porque la pared del intestino se torna tan frágil que se rompe, lo que produce infecciones y abscesos que son una tragedia.
Y al capítulo de las complicaciones también pertenece la obstrucción que se produce cuando las paredes del intestino están muy engrosadas. Por ese camino también transcurren los compromisos de otros órganos, como las articulaciones, el ojo, el hígado y la piel, que la enfermedad también puede dañar.
A todo lo anterior se tiene que agregar el desconocimiento de muchos médicos de estos problemas, por lo que terminan confundiéndolos con gastroenteritis o amibiasis; de hecho, algunos estudios han demostrado que el diagnóstico correcto de la CU puede tardar hasta nueve meses y el de la EC, más de un año.
Para tratar con éxito la EII, en todas sus formas, se necesita la participación simultánea de varios especialistas distintos al gastroenterólogo.
El uso ajustado y escalonado de antiinflamatorios, moduladores inmunológicos, supresiones del sistema de defensa y las terapias biológicas son parte del arsenal terapéutico, al que hay que agregar modificaciones en la dieta, prevención de infecciones, identificación e intervención sobre factores de riesgo y control permanente por un equipo médico.
No obstante los avances en diagnóstico y tratamiento, la EII no tiene cura, pero es posible controlar y atenuar sus síntomas, a tal punto que quienes la padecen pueden llevar una vida sin mayores contratiempos.
Estos son los signos de alertaEl dolor abdominal, las diarreas prolongadas –y más las que están acompañadas de sangre–, la pérdida de peso y la anemia son señales que, cuando se presentan, obligan a consultar con urgencia para descartar esta enfermedad.
Conviene recordar que la clave para el adecuado manejo de este mal está en detectarlo de manera temprana e iniciar su tratamiento más adecuado.
FUENTE: Asociación Colombiana de Gastroenterología; Luis Fernando Pineda Ovalle, gastroenterólogo, presidente.
CARLOS F. FERNÁNDEZ
Editor médico de EL TIEMPO
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