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Lechugas afrodisíacas y penes para el más allá / Sexo con Esther

La sexualidad da para todo.

La sexualidad da para todo.

Foto:123RF

Los antiguos griegos manejaban la impotencia sexual con una buena dosis de hortalizas.

Si el asta les languidecía a los antiguos griegos, la solución estaba en las ensaladas, pues bastaba una buena dosis de lechugas para que su mejor amigo se pusiera de nuevo en forma, porque la prosaica hortaliza, por estas épocas, fungía como un comprobado afrodisíaco que, al igual que las zanahorias, los sacaban del apuro.
Ahora, la consistencia y duración de las erecciones provocadas por las ensaladas griegas, es algo que se refunde entre las muchas creencias extrañas que han girado en torno al sexo y aledaños desde que la misma humanidad existe.
Para la muestra está, por ejemplo, que los egipcios estaban convencidos de que los muertos seguían dedicados al aquello entre sus sarcófagos, al punto que a los difuntos hombres se les aprovisionaba de penes falsos y a las mujeres de pezones para que estas herramientas no escasearan en la eternidad.
Pero los romanos no se quedaban atrás y mientras en los aristócratas eran mal vistos los besos entre hombres y mujeres, el sexo anal les parecía una muy buena medida para evitar embarazos, siempre y cuando no fuera en medio de un adulterio porque en ese caso se podía sodomizar al culpable, sin atenuantes.
Por esos lados, Tiberio, el emperador que gobernó en los inicios de la era cristiana, al parecer era un abanderado del catre en toda su extensión y sus gustos lo impulsaron a construir –con dineros públicos– un sitio en el que los polvos de los jóvenes eran un espectáculo que él disfrutaba viéndolo desde una silla VIP o como protagonista.
Es que la sexualidad da para todo, para no dejar lo extraño como patrimonio de la antigüedad, vale la pena dar una mirada a los hombres de la tribu walibri, en Australia central, que al saludar no se estrechan las manos, sino los penes o a una comunidad nepalí donde respetan la “poliandría fraternal” en la que los hermanos comparten una sola esposa.
Como también clasifica dentro de lo raro la costumbre de los sambiens, una tribu de Papúa en Nueva Guinea, de obligar a los niños a ingerir el semen de sus mayores con la idea de que esto los hace más fuertes y sanos. Por supuesto, que ellos lo creen y a ustedes les hace voltear la cara.
Lo cierto es que el tabú y la mojigatería que el departamento inferior del cuerpo arrastra, desde siempre, ha dado y seguirá dando pie para que en su honor se edifiquen todo tipo de relatos y creencias, algunas revaluadas, otras curiosas, otras inverosímiles e inaceptables y otras, que aún siguen vigentes, a pesar de que la ciencia, la sociedad y la evolución histórica han demostrado lo contrario, como la idea de que en materia de inclinación sexual solo existen hombres y mujeres.
Otra leyenda que, como ocurrió con la de las mujeres napolitanas que se exponían torsidenudas en la noche con la esperanza de que los rayos de la luna les concediera unas tallas más de brasier, está en vías de parecer ridícula. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO
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