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Salud

Newton, Shakespeare y Munch: psicología positiva contra el covid-19

Esta no es la primera vez que la humanidad se ve restringida por una pandemia: todo depende de cómo asumamos lo que nos tocó vivir.

Esta no es la primera vez que la humanidad se ve restringida por una pandemia: todo depende de cómo asumamos lo que nos tocó vivir.

Foto:iStock

El psicólogo Sergio García recorre por las respuestas de la humanidad a otras grandes pandemias.

Nuestra generación no había sufrido una situación de estas características, nos pensábamos ‘invulnerables’, exentos de los sufrimientos de la ‘naturaleza’. Más de 3.000 millones de personas en el mundo han pasado por periodos de confinamiento, más del 40 por ciento de la población mundial.
¿Qué podemos rescatar de las experiencias de otras epidemias para encontrarnos mejor, para darle un sentido a lo que está sucediendo? Salvando las distancias temporales, si esto hubiese sido hace 30 años, ¿se podría haber pensado en teletrabajo? ¿Se podrían haber hecho consultas al médico por videollamada? ¿Habría una oferta cultural tan elevada en internet? ¿Las redes sociales nos permitían el contacto diario con familiares y amigos? ¿La información habría estado siempre a un clic de distancia y las 24 horas del día?
Si buscamos en la historia, vemos que las primeras referencias sobre el aislamiento a los enfermos para evitar contagios datan del Antiguo Testamento, y posteriormente, en los escritos de Hipócrates del siglo V a. C.
Pero la primera reseña de una plaga de proporciones transcontinentales fue la llamada plaga de Justiniano, que mató de 25 a 50 millones de personas entre 541 y 549: entre el 13 y el 26 % de la población estimada en el siglo VI. Fue tan grave que esta pandemia siguió viva en torno a los puertos del Mediterráneo hasta aproximadamente el año 750.
Entonces se adoptaron medidas masivas de aislamiento y se dieron “brotes de racismo”.
La palabra ‘cuarentena’, que tanto atormenta hoy a la gente, proviene del italiano y se origina en la frase quaranta giorni, que significa ‘cuarenta días’. Su uso se expandió con la aplicación de esta medida de precaución sanitaria a todos los barcos que llegaban a Venecia durante la peste negra, entre 1347 y 1353, y que se calcula mató a entre 75 y 200 millones de personas. Básicamente se intuía que existía un ciclo de menos de 40 días entre la infección y la muerte.
En el siglo XVII, varias pestes bubónicas azotaron Inglaterra, por lo que el encierro fue obligado durante meses; los comercios, universidades, teatros quedaron cerrados. Hoy se conoce como la gran peste de Londres. Hacía 300 años, la peste negra había matado a por lo menos un tercio de la población de Europa, y entre 1665 y 1666 unas 100.000 personas morirían en Londres. Sin embargo, dos jóvenes consiguieron no solo sobrevivir a ella, sino hacer por la humanidad grandes logros. ¿Quiénes fueron?

Dos ejemplos ingleses

Isaac Newton, con 23 años, estaba acabando sus estudios en el Trinity College de la Universidad de Cambridge; asustado, decidió irse a 100 kilómetros de Londres, a la casa campestre de la familia, para seguir estudiando todas las materias que habían quedado inconclusas en su facultad.
Hoy, sus biógrafos llaman a este periodo de su vida “el año de las maravillas”, ya que avanzó en las ecuaciones matemáticas que sentarían las bases del cálculo. Sus estudios sobre la luz y la óptica también lo llevaron a ser la primera persona en descifrar qué era un arcoíris. Y ya todos conocemos la escena más popular de este científico: en su jardín, bajo de un manzano, cuando la caída de un fruto le permite comenzar a sentar los principios de la teoría de la gravedad.
Otro artista que aprovechó muy bien estos periodos de ‘enclaustramiento obligado’ fue William Shakespeare. Pese a que el teatro cerró durante 78 meses entre 1603 y 1613, el escritor estaba en pleno proceso creativo y terminó tres de sus obras más célebres durante las sucesivas cuarentenas de la época: El rey Lear, Antonio y Cleopatra y Macbeth.
La pregunta obligada es: ¿eran estos dos autores particularmente resilientes? ¿Tenían capacidad de superar circunstancias traumáticas como la muerte de seres queridos, accidentes...?
La respuesta tiene muchos matices. De un lado, hay personas que después de un ‘hecho dramático’ consiguen integrar la experiencia y continuar con su vida más rápidamente, pero estamos a menudo en ‘continua superación’ de las muertes de los seres queridos, o los accidentes...
Por otro lado, para que podamos ser resilientes la casa se nos tiene que haber destruido también a nosotros. Dos casas destruidas por un huracán, una persona llora y entra en depresión, mientras otra toma una pala y un pico para comenzar a sacar escombros para la reconstrucción. Eso sería, en el origen del término, la capacidad de adaptarnos a la adversidad.
Para las personas que están viendo el tiempo del coronavirus no desde la ‘primera línea’, sino desde un hogar confortable, no hay resiliencia. Puede existir una buena actitud frente al malestar social producido, pero no es igual que el terremoto tire alguna teja de tu hogar a que tengas que reconstruir la casa. Lo cual no quiere decir que las familias donde no hay nadie muerto por el virus ni han visto sus ahorros mermados no tengan derecho a voz cuando se hace la lectura social de la pandemia.

Munch y la gripe española

El último artista que les traigo es Edvard Munch, y él podría denominarse ‘resiliente’. Durante la I Guerra Mundial hubo un virus llamado influenza A, del subtipo H1N1, cuyo origen exacto aún no se sabe, pudiendo ser Francia, China o EE. UU.; sin embargo, será mal apodada como la ‘gripe española’, ya que mi país, al ser neutral durante la Gran Guerra, podía hacer publicaciones periodísticas de la pandemia, mientras que el resto de países estaban en censura.
El virus mataría a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Y el pintor noruego más famoso del siglo XX lo contrajo a principios de 1919. Como terapia para mantenerse activo, decidió hacerse autorretratos con sus pinceles y utilizando gamas de colores diferentes para describir su nuevo estado físico y anímico. De tal manera que su fatigoso aspecto cadavérico rodeado de matices amarillos o naranjas desteñidos ilustra la batalla con la enfermedad y su sensación de aislamiento durante el confinamiento.
Su Autorretrato con gripe española lo refleja ojeroso, atormentado y con falta de aire. Y también lo hace cuando queda curado en Autorretrato después de la gripe española, ahora mostrándose como superviviente.
En resumen, esta situación del covid-19 y la restricción de movimiento son nuevas para gran parte de la población actual, pero no para la historia de la humanidad.
Si aprendemos de experiencias anteriores, de los países que ya lo han podido paliar, podremos salir antes de este estado de alarma personal que llevamos padeciendo durante meses.
La imposibilidad de plena libertad de desplazamiento no coarta ni la libertad de pensamiento ni la libertad de creación. Antes de la pandemia podíamos vivir encerrados en una prisión que desconocíamos, y quizás este tiempo de coronavirus haya venido a alterar ese espacio para zarandear nuestras zonas de confort y obligarnos a encontrar un nuevo sentido a muchas cosas de nuestra vida, incluida la incertidumbre que aún nos espera.
SERGIO GARCÍA*
Colaborador de EFE
* Psicólogo español.
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