Los padres no podrán darle nalgadas ni gritarles a sus hijos en Francia, según lo determinó el Parlamento de ese país por medio de una ley que establece la prohibición de la “violencia educativa común”. La decisión que tomaron los franceses posiciona al país como el número 56 en un listado de países que decidieron prohibir estas prácticas, lo cual comenzó en 1979 cuando Suecia fue el pionero en el mundo, impulsados, a la vez, por ordenamientos de instituciones como la ONU o la Unión Europea.
Ahora, Colombia quiere seguir esos pasos. Una vez el anuncio del legislativo francés llegó al país, el tema se convirtió en tendencia en redes sociales. En parte porque es una discusión que nos toca a todos, pues desde hace décadas diversas organizaciones han estado presionando para erradicar esta práctica en los hogares colombianos, y los resultados de esa presión se han visto en que en el país crece la intención de un cambio. O por lo menos, así lo aseguró la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Juliana Pungiluppi, quien expresó que están trabajando en un proyecto de ley para prohibir el castigo físico y psicológico, o mejor, el maltrato infantil.
“Debemos acabar con la normalización del castigo físico porque no modula la conducta de niños y, por el contrario, genera miedo y rompe vínculos de confianza. Sin embargo, las leyes deben ser de carácter pedagógico y venir acompañadas de una transformación cultural”, señaló.
Aunque el anuncio de Pungiluppi le da un peso al proyecto, en este momento apenas es un borrador. “Se está trabajando en una iniciativa junto a Alianza por la Niñez Colombiana. Luego seguirán ajustes que surjan de consultas con otros sectores, para después radicarlo ante el Congreso. Esperamos que esto ocurra en la próxima legislatura”, explicó a EL TIEMPO.
El reto parece mayúsculo porque, más allá del proceso que debe cursar en el Congreso para que se convierta en ley de la república, lo que se busca es generar cambios culturales en las familias. Y es que el castigo físico y psicológico es una práctica que se ha entendido como la forma correcta de educar generación tras generación y ha terminado normalizada.
Evidencia de ello es que en el debate que se dio en redes sociales, la mayoría de comentarios decían que ‘una palmadita no hace daño’, o ‘una cosa es darle un solo correazo y otra, agarrarlos a golpes y ensañarse’. Aunque también se vieron comentarios como: ‘A mí de niño me golpearon y no sirvió de nada. No al castigo físico’. Y, efectivamente, no al castigo físico, ni siquiera porque el papa Francisco lo haya dicho: “Dos o tres palmadas a un chico no vienen mal”.
La ley es solo uno de los pasos en la transformación cultural que se requiere para erradicar una práctica tan arraigada. “El reconocimiento de la prohibición en el marco normativo es la base del consenso social en el que una sociedad rechaza la violencia, y no la justifica como mecanismo de crianza”, explica Pungiluppi.
Debemos acabar con la normalización del castigo físico porque no modula la conducta de niños y, por el contrario, genera miedo
A pesar de lo retador que puede significar sacar adelante el proyecto de ley en Colombia y, además, generar el cambio cultural, el caso francés sirve como un ejemplo por ciertas similitudes, por lo menos en el área legislativa. Hasta ahora, la ley francesa permitía un “derecho de corrección” a los niños dentro de las familias. Y, por su parte, en Colombia, el artículo 262 del Código Civil establece que los padres tienen la facultad de vigilar la conducta de sus hijos, corregirlos y sancionarlos moderadamente.
“Expresión que se puede tornar abierta, subjetiva e indeterminada para calificar qué resulta ser moderado frente al castigo o la corrección de los hijos, dando con ello lugar al maltrato físico infantil”, según explica la directora del ICBF, y agrega: “Es necesario cambiar por una redacción que prohíba explícitamente el uso de la violencia en el marco de la facultad de vigilar de los padres”.
Al igual que en Francia, en su momento, esta es la hora para que en Colombia se revalúe esa ley que resulta descontextualizada frente a los estándares del derecho internacional, de los derechos humanos y, en especial, de la Convención sobre los Derechos del Niño, en el cual se presentan nuevos lineamientos de protección centrados en la disciplina positiva y de erradicación de toda forma de violencia contra los niños.
“Esa actualización normativa al interior del país se debe ver reflejada necesariamente en la legislación civil y debe ir acompañada de un cambio cultural marcado por un enfoque pedagógico y de acompañamiento a los padres”, dice Pungiluppi, y concluye: “Hay que darle tiempo, no va a suceder de la noche a la mañana ni se va a acelerar porque impongamos o no castigos”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una cuarta parte de todos los adultos manifiestan haber sufrido maltratos físicos de niños. Además, muchos niños son objeto de maltrato psicológico (también llamado maltrato emocional) y víctimas de desatención.
Se calcula que cada año 41. 000 menores de 15 años mueren por homicidio. Esta cifra subestima la verdadera magnitud del problema, dado que una importante proporción de las muertes debidas al maltrato infantil se atribuyen, erróneamente, a caídas, quemaduras, ahogamientos, entre otras.
En Colombia, además de los estudios ya existentes que demuestran el daño del castigo físico, las cifras que evidencian que este es un problema gigante a nivel nacional también deben presionar para generar un cambio.
Según Medicina Legal, en el año 2018 hicieron 10.794 informes periciales concernientes a violencia intrafamiliar contra niños, niñas y adolescentes. Y en el decenio 2009–2018, el total de informes periciales hechos por este subtipo de violencia intrafamiliar fueron 116.008, para un promedio anual de 11.600 casos.
Donde se puede evidenciar de la forma más extrema lo grave de la situación es en los hospitales. Por ejemplo, en el Misericordia –Bogotá–, los pediatras son testigos directos. Isabel Cuadros, directora de la Asociación Afecto y organizadora del Congreso contra el Maltrato Infantil en Colombia, cuenta que allá “todos los días vemos niños quemados, con fracturas de cráneo y golpes duros. En cinco años se han atendido 535 casos. Esos son uno o dos casos al día”.
Carolina Piñeros, directora de Red Papaz, cuestiona: “¿Por qué una cachetada a un niño sí es válida y a un adulto no? Los padres creen que sus hijos son propiedad suya, y no. Ellos son poseedores de derechos, y se les deben respetar. Y entre estos está no pegarles, no gritarles, no humillarlos”.
La directora de la organización explica que hay otras formas de educar. “La idea que se tiene de que una palmada educa es totalmente falsa. Toda forma de violencia desencadena más, y Colombia ya es lo suficientemente violenta como para continuar replicando esa premisa”, sentencia.
Más allá de los daños que hace en el desarrollo cognitivo, emocional y físico de los niños, también está relacionado con la continuidad de la violencia. Un ejemplo de ello, según explica Gloria Carvalho, secretaria ejecutiva de la Alianza por la Niñez, es que cuando se les pregunta a los niños qué sienten al ser maltratados, la respuesta es odio. “Los niños que son maltratados, cuando crecen, normalizan la violencia y la replican en su vida. Se convierten en potenciales abusadores, en ejecutores de violencia intrafamiliar, maltratadores de mujeres, y más”, explica la experta.
A esto se suma que se desarrollan tendencias suicidas. En un estudio de la Universidad de la Sabana y Alianza por la Niñez, se encontró que al preguntarles qué les genera el maltrato, las respuestas son: “Ganas de morirme”, “Vengarme”, “Rencor”, “No me quieren”.
SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo
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