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‘Playboy’ y la mojigatería bajo las sábanas / Sexo con Esther

Imagen de Hugh Hefner y sus 'conejitas'.

Imagen de Hugh Hefner y sus 'conejitas'.

Foto:Ethan Miller / Reuters

Si la sexualidad hubiera estado en su lugar, nadie se hubiera atrevido a publicar mujeres desnudas.

No voy a caer en la simpleza de ubicar a Hugh Hefner –creador de ‘Playboy’– en el bando de los grandes innovadores del mundo o de lanzarlo al rincón de los seres detestables que por mercantilizar el cuerpo de la mujer merecen el fuego eterno. Y tampoco me voy a sumar a los debates insulsos o discursos movidos por ideologías reivindicativas que ponen a la revista como si fuera la génesis de todos los males que rondan sobre la cama o como el abrevadero filosófico que nutre la sexualidad moderna. Nada de eso.
Como tampoco voy a aceptar la bobada planteada por Patrick Trueman, presidente del Centro Nacional sobre explotación sexual de Estados Unidos, que culpó a ‘Playboy’ de “sentar las bases de la crisis de salud pública provocada hoy por la pornografía en internet”. Retórica barata, digo yo, porque ni la revista de las conejitas ni sus rivales como ‘Penthouse’ o ‘Hustler’ vieron venir la revolución de la red.
Aquí el asunto es que por culpa de la mojigatería y los tabúes que han envuelto todo lo que hace el departamento inferior del cuerpo y las transgresiones en público –como las que Hefner le hizo a la pacata sociedad gringa de los 50– han dato tanto que hablar que el ruido alcanza, incluso, para que después de muerto se le quiera descuartizar. Con esto quiero decir que si la sexualidad y sus aledaños hubieran estado en su lugar, como corresponde, nadie se hubiera atrevido a publicar mujeres desnudas, simplemente porque sería un producto sin clientes.
Pero como los vetos estúpidos, las descalificaciones y la censura terminan por proyectar los polvos al campo de lo prohibido, lo que abren es una gran ventana comercial que, en su momento, ‘Playboy’ supo aprovechar. Y ese es su único mérito. Por otro lado, si bien ‘Playboy’ tenía una visión ‘limitada’ de la mujer, no hay que negar que amplió la vía para que se hablara del aquello por encima de la mesa, mientras defendía la libertad de prensa y se la jugaba contra leyes gazmoñas sobre obscenidad y por defender los derechos de las mujeres a expresar y a disfrutar su sexualidad sin tanto tapujo. Ah, y por si fuera poco, Hefner también aprovechó su cuarto de hora para abogar por las causas de homosexuales y transgénero.
Y frente a la acusación de que era un explotador y degradador de mujeres, solo digo que no ha sido el único y que eso se sigue haciendo, por cuenta de la mentecata pudibundez que se domicilia bajo las sábanas. Claro, a las conejitas les gustaba y se peleaban por ser las ‘playmate’ de cada número. Y tontas no eran.
¡ Hasta luego!
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO
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