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Música para los buenos polvos / Sexo con Esther
Sexo con Esther

Ir a la cama es un derecho universal y para eso el cerebro transforma en estímulo sexual cualquier cosa.

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123RF

Música para los buenos polvos / Sexo con Esther

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Si en lo personal las ganas explotan con una ranchera o con reguetón, lo que vale es el disfrute.

No hay duda de que los humanos llevan haciendo música, por lo menos, 40.000 años, y de esto dan fe las flautas rudimentarias hechas de hueso, los tambores y muchos elementos que, a pesar de ser simples, marcaban algún tipo de ritmo desde la prehistoria. Sin embargo, lo que no se tiene claro es la razón por la cual la gente desde siempre hace música. Aunque si nos pegamos a lo dicho por el siempre vigente Charles Darwin, esto de los compases y las melodías no tiene otro fin que el sexo y sus aledaños.

Y no es cuento, porque, de acuerdo con el evolutivo naturalista inglés, las notas musicales y el ritmo fueron herramientas de las que los ancestros –tanto masculinos como femeninos de la humanidad– echaron mano para llevar al otro al catre. Pero esto no se ha quedado ahí porque está teoría tiene tantos defensores que, incluso, se han preocupado por verificarla desde el punto de vista científico.

Para la muestra, vale la pena ver un estudio hecho por Benjamin Charlton, paisano de Darwin en la Universidad de Sussex en Brighton, en el cual comprobó que las mujeres preferían –en el punto más fértil de su ciclo– la música más elaborada. ¿La razón? Parece estar hecha por compositores más evolucionados, que podrían ser considerados parejas más capaces.

Y esto no es nada simbólico. Basta ver los machos de pájaros y otras especies adornándose con cantos y ornándose de colores para llamar la atención de las hembras en celo, que casi siempre se quedan con los que se esfuerzan por desplegar más parafernalia.

Volviendo a Darwin, esto sería como la supervivencia del más sexi, en la que la destreza en el canto –si bien no orienta sobre la verdadera supremacía genética– sí llama la atención y se convierte en un atractivo.

Ahora, en el caso de los humanos, nadie discute que la música remueve emociones, despierta alegrías y hasta lleva a las lágrimas.

Y, aunque no es tan claro que los buenos músicos tengan ventajas evolutivas tangibles, al parecer podrían quedar vestigios que permiten identificar conocimientos, destrezas y hasta fortalezas difundidas por parte de los escuchas.

Y es esto lo que trata de explicar Charlton con sus hallazgos: que, aunque lejos de ser concluyentes, son interesantes como para creer que ‘I’ve Had...’, la canción principal de la película ‘Dirty Dancing’, es un buen adobo para los polvos, como lo señalan varias clasificaciones que la ubican como infaltable en las faenas bajo las sábanas.

Por el mismo camino parecen deslizarse ‘Sexual Healing’, de Marvin Gaye, el ‘Bolero’, de Ravel, y casi todo lo que dice la profunda voz de Barry White.

Y, como en gustos no hay disgustos, por el lado de la música en español hay quienes recomiendan no dejar por fuera de la alcoba el ‘Zoom’, de Soda Stereo, el sugerente ‘Déjame entrar’, de Maná, y ‘Me haces tanto bien’, de Amistades Peligrosas.

En fin, como digo siempre: sobre la cama todo vale. Y si en lo personal las ganas explotan con una ranchera o con el antipático reguetón, lo que vale es el disfrute. Por mi parte, me quedo con el ‘jazz’ y la gran Nina Simone, aun cuando a veces no superen lo afrodisíaco del jadeo ni la respiración de la contraparte en mi oreja. Hasta luego.

ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO

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