Que cómo usa una falda tan corta a esa edad. Que los ‘jeans’ rotos son solo para jóvenes, lo mismo los zapatos con plataformas y los bikinis... En tiempos en los que Instagram está inundado de imágenes de mujeres mayores que se visten de manera creativa –con @iconaccidental y @advancedstyle a la delantera–, mientras que en Nueva York se aplaude el estilo de Iris Apfel a sus 96 años, este tipo de comentarios se bate en retirada. Las mujeres se sienten libres de llevar la ropa y el maquillaje que desean, sin que importe la fecha de nacimiento.
“Esto es una libertad que ayuda a las mujeres a sentirse más satisfechas consigo mismas y menos atadas a convenciones sociales”, indica la psicóloga Daniela Carrasco, directora del diplomado en Psicosomática y Psicoanálisis de la U. Diego Portales, de Chile.
Pero, a veces, las ganas de vestirse de una determinada manera están lejos de ser un modo de ser libres. Entre una mujer que tiene 60 años y usa minifalda simplemente porque le gusta y otra que lleva puesta esa ropa porque anhela desesperadamente verse de 30 o 40, hay una gran diferencia.
El año pasado, la columnista británica Shane Watson le puso un nombre a este fenómeno: midorexia. Dice Watson en ‘The Times’: “es la nueva crisis de la mediana edad”, de ahí el nombre, que alude a la ‘middle age’, la mitad de la vida. Y en una artículo de ‘The Telegraph’, describe: “Una midoréxica, al cumplir 50, correrá a comprarse su primer par de pantalones de cuero, sin siquiera preguntarse por qué no había usado ese tipo de pantalones antes”.
Según la autora, una persona con midorexia –por lo general una mujer, aunque también se da en hombres– siente, erradamente, que tiene que proyectar una imagen joven antes de que sea “demasiado tarde”. Por eso se viste como universitaria, se preocupa en exceso por mantenerse delgada y conoce todo lo que el mercado ofrece para combatir las arrugas. Esto encabeza su lista de prioridades, por encima del desarrollo personal, los hijos, el disfrute de la vida en familia, los amigos o el aporte a la comunidad.
Escudadas bajo la socialmente valorada preocupación por cuidarse y verse bien, las midoréxicas caen en excesos que hablan de un desequilibrio interior. Como las otras ‘exias’ –anorexia, vigorexia, fatorexia–, la midorexia alude a una obsesión que cruza el límite de lo normal.
Preocuparse por tener un peso adecuado está bien, la anorexia no; ir al gimnasio es recomendable, pero desvivirse en él como los vigoréxicos, no. Del mismo modo, un cierto esmero por cómo uno se ve es esperable –de hecho, uno de los síntomas de la depresión es no ocuparse en lo absoluto por el aspecto personal–, pero caer en la midorexia, claramente no es sano. Se parece más a la esclavitud que a la libertad.
“La preocupación por verse bien es natural y saludable; pasa a ser patológica cuando se convierte en el centro de la vida, en desmedro de otras cosas más trascendentales. La vida empieza a girar en torno al tema de la facha, con un mecanismo similar al que se da en las fobias o las adicciones”, explica el doctor Enrique Jadresic, psiquiatra y expresidente de la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía de Chile.
Si bien la midorexia no se considera como un trastorno de esos que están tipificados en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales que edita la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, es un fenómeno social que ya interesa a muchos expertos en salud mental.
“No es un motivo de consulta en sí. Tampoco es una enfermedad”, precisa el doctor Jadresic, pero advierte: “Puede ser síntoma de problemas más complejos que podrían merecer atención médica: se puede sospechar que exista, por ejemplo, un trasfondo anímico alterado, una autoestima deteriorada”.
Para Daniela Carrasco, “también puede ser la manifestación patológica de una excesiva competencia con los más jóvenes o una envidia mal llevada.
Para la doctora Patricia Cordella, psiquiatra y directora de Seta (Sociedad chilena para el Estudio de los Trastornos Alimentarios), una mujer de 50 o más años que sigue apoyando su autoestima en cómo los demás la ven es muy vulnerable. “Esta excesiva preocupación por la juventud y por lo estético –dice– puede ser el reflejo de que algo se perdió en su desarrollo personal”.
Y agrega: “¿Qué se espera de una mujer de 50 años o más? Que se acepte a sí misma, que pueda lidiar con pérdidas, que sea creativa, que haya desarrollado distintos aspectos de su vida, que tenga proyectos, que participe en la comunidad. Que sus gustos en colores y vestuario no sean los mismos que cuando tenía 20”.
Estudios que maneja la doctora Cordella muestran que los costos de esta alteración en las prioridades los pagan incluso los hijos de estas mujeres. “Por el solo hecho de dedicar tanto tiempo intentando controlar su imagen, suelen no tener relaciones de buena calidad con sus hijos”. Y si además la madre sufre algún trastorno, los hijos pueden desarrollar problemas conductuales.
Envejecer en esta sociedad es
difícil (...). Todo está preparado para la juventud. Y la sociedad actual no facilita la aceptación del envejecimiento
La midorexia no surge de manera aislada: nace en un contexto que la fomenta. “Envejecer en esta sociedad es difícil”, alerta la psicóloga Daniela Carrasco. “Todo está preparado para la juventud. En la televisión, ¿dónde están los viejos? ¿Qué lugares de encuentro existen para personas mayores que buscan pareja? La sociedad actual no facilita la aceptación del envejecimiento”.
Loreto Cood, psicóloga y académica de la Universidad de los Andes (Chile), dice que esto sucede cuando lo joven es lo bonito y se vuelve una exigencia en sí misma: “Se sobrevalora la apariencia de la juventud”, subraya.
Las mujeres con más autoestima, más seguras de sí mismas, no se dejan influir por lo externo, agrega Cood. Pero para muchas es difícil aceptar una identidad enriquecida por el paso del tiempo.
“No miran lo que han crecido o que están más sabias; solo miran un cuerpo ‘deteriorado’. Empiezan a buscar eso que tuvieron pero ya no: la flacura, la piel tersa, la posibilidad de usar cierta ropa... Se genera así una cascada de consecuencias negativas”.
La doctora Cordella señala que si una mujer de 50 años persiste en mantener una imagen que se asemeje a un ideal, “nos está diciendo que no ha podido autonomizarse de la imagen cultural predominante. Todas las culturas construyen este ideal, pero las mujeres sanas entienden que es un espejismo”.
No es casual que la midorexia surja en mujeres que tienen alrededor de 50 años, etapa en la que enfrentan cambios hormonales que las afectan: un periodo vulnerable. “A esa edad, el riesgo de depresión en mujeres con antecedentes previos aumenta cinco veces; en las que no tienen depresiones anteriores, aumenta dos y medio veces”, dice el doctor Jadresic, quien asegura que las mujeres más proclives a caer en la midorexia son las que siempre han dado un valor muy importante a la imagen.
“Si toda la vida una mujer ha puesto su ego en lo físico, va a seguir esa senda. En este sentido, el solo saber que existe la midorexia debiera ayudar a algunas mujeres a reflexionar sobre sus prioridades”, remata el doctor.
SOFÍA BEUCHAT
EL MERCURIO (Chile) - GDA
En Twitter: @ElMercurio_cl