Las citas a ciegas, antes de las redes sociales, estaban mediadas generalmente por terceros que organizaban la situación para propiciar encuentros entre personas afines. Algo meramente inocente y que en ocasiones podría proyectar relaciones duraderas, aunque casi siempre las cosas no pasaban de aumentar el número de amistades y de una que otra referencia en las agendas.
No sobra decir que estas citas eran casi siempre en lugares públicos.
Sin embargo, con el advenimiento de las redes sociales y de la autonomías en las comunicaciones, estos encuentros han tomado otro rumbo y cada vez son más los casos de personas conocidas que dicen haber dado con el complemento de su vida por esta vía, al punto de que no son extraños los matrimonios consolidados a distancia y en donde las parejas se ven por primera vez en el momento de consumarlo.
Situaciones hasta aquí gratas y simpáticas. Pero lo preocupante es que a la par de las cosas novedosas y hasta excitantes, condicionadas por la expectativa y el riesgo, surgen verdaderos peligros que infortunadamente en muchas ocasiones quedan ocultos por la vergüenza que genera el fracaso de un encuentro no favorable.
No soy mojigata, lo confieso, y no me hago cruces frente a arrumacos y devaneos de primera ocasión propiciados por las aplicaciones de las redes sociales que fomentan los polvos entre desconocidos. No me interesa, porque eso cada cual debe asumirlo.
Pero me refiero a las encamadas en una primera cita, empujadas por las ganas de disfrutar del aquello sin ningún miramiento y que terminan en un salto al vacío cuando no en una trampa mortal.
Es el caso de la seducción basada en mentiras, en datos falsos, en imágenes llamativas que esconden intenciones perversas, oscuras y hasta delictivas.
Bastaría con presumir que las figuras atléticas, los cuerpos torneados que empacan buenas costumbres, solidez económica e intenciones de relaciones serias que se autopromueven por la redes jamás estarían solas, y menos prendidas de las redes tratando de pescar incautos.
De eso tan bueno no dan tanto. Se cuentan por montones las pesadillas que se inician con la ilusión de una aventura de este tipo. De ahí que no sobra un llamado a la prudencia, que empieza por conocer al gran amante en un lugar público y sospechar del que insiste en juntarse en la primera cita en lugares privados, sitios desconocidos o ajenos, incluso para el mismo convocante.
Tampoco sobra una mínima referencia y al menos un nombre verdadero, antes de dar el paso para un primer encuentro. Todo bajo la premisa de que un polvo a ciegas puede salir muy caro. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Especial para EL TIEMPO@SaludET