Hasta hace 20 años a los señores de asta caída no les quedaba más remedio que la vida contemplativa, envuelta en la nostalgia de firmes faenas en la cama evaporadas por culpa de la tenebrosa impotencia.
En medio de un sufrimiento infinito que se multiplica gracias al silencio vergonzante, los frágiles de miembro rondaban por el mundo cual penitentes en busca de alguna ayuda que les levantara sus lánguidos apéndices y, de paso, su ánimo.
Untos, pócimas, comidas milagrosas, rezos, consultas y hasta sesiones de espiritismo y resucitación copaban el armario y la agenda de estos desesperanzados que echaban mano de cualquier consejo –ilustrado o profano–, para animar a ese mejor amigo y por el cual llegaban, de ser necesario, al máximo sacrificio.
Y es que la flacidez masculina ha dado para todo. De hecho, libros como ‘El Decamerón’, de Boccaccio, están repletos de historias de maridos impotentes; y hasta el mismo Cervantes se despachó con una comedia sobre el tema llamada El viejo celoso. Pero la novela que convirtió la impotencia en el escándalo de la época fue ‘El amante de lady Chatterley’, en la que el británico David H. Lawrence cuenta la historia de la joven esposa de un aristócrata incapacitado de la planta baja y que termina en la cama de un fornido guardabosques.
Y qué decir de la bula del papa Inocencio VII, una verdadera disculpa para que la inquisición ordenara quemar a decenas de “brujas” acusadas de causar la impotencia de muchos varones; de Santo Tomas de Aquino cuando decía que “La fe católica nos enseña que los demonios dañan al hombre y pueden poner obstáculos a la relación sexual”; o de Dionisio, el filósofo que, al ver que “no podía tensar el arco”, se dejó morir de hambre.
En fin.
Pero todo esto para decir que la triste historia de la flojedad peneana cambió para siempre, justo hace dos décadas, con la llegada del Viagra y sus familiares cercanos. Me refiero al sildenafil, esa molécula que le abre los grifos sanguíneos al departamento inferior del cuerpo y logra que los señores logren la dureza que no tuvieron Juan Domingo Perón, Salvador Dalí, según sus propias confesiones, ni el príncipe Carlos, según su fallecida esposa.
De ahí que hay que celebrar este aniversario con todas las astas arriba, porque, como ocurrió con la píldora, el ‘viagra’ ha logrado una gratificante revolución sexual por cuenta del avivamiento de todos los laxos y la resurrección de muchos penes que se consideraban muertos.
Ante el acontecimiento, levantados, todos.
Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO
En Twitter: @SaludET
Comentar