Este 2017 cumplí tres años de recuperación de una historia de más de 240 días de hospitalización luego de una nefrectomía izquierda y un trombo isquémico. En otros términos, mis intestinos se murieron y, si yo quería seguir con vida, me los tenían que cortar. Tengo la mitad en vías digestivas que cualquier ser humano. Un trombo al que muy pocos sobrevivimos.
Normalmente, los humanos tenemos entre 5 y 11 metros de intestino delgado, que se divide en tres partes: duodeno, yeyuno e íleon, y el intestino grueso, que tiene entre 1 y 1,5 metros. Luego del trombo quedé con 95 centímetros de intestino delgado, 50 del grueso y un riñón. Hoy son el ejercicio y los buenos hábitos alimentarios y de vida los que me mantienen sana.
Durante más de 30 años fumé, tomé bebidas alcohólicas, comí sin control y no hice ejercicio porque nada de eso me interesaba. Y a todo esto le sumo los excesos en el trabajo, los trasnochos y vivir sin saber decir no. En conclusión, todo un cóctel para que el cuerpo me pasara una carísima cuenta de cobro. Siempre fui la ‘mujer maravilla’, incapaz de no cumplirles a mi trabajo o a mis amigos.
En octubre del 2013 me encontraron un tumor cancerígeno encapsulado en el riñón izquierdo, y me lo sustrajeron el 28 de febrero del 2014. A los tres días y ya de alta en mi casa, un intenso dolor de estómago no me dejó pasar la noche. Ya en la madrugada, de vuelta al hospital y a urgencias, solo recuerdo cuando la enfermera dijo: “Nos vamos”. Y nos fuimos literalmente. Pasaron varios días en una UCI y de allí, a una sala de cirugía.
El resultado: siete cirugías por un trombo isquémico. El cirujano que tuvo el caso, mi angelito, tuvo que tomar la decisión de cortarme mis intestinos, lavarme mis vías digestivas y reconstruir mi válvula ileocecal para que yo viviera. Luego de esa dura semana, cuando toda mi vida se daba por perdida, regresé y me quedé.
Pasados ocho días, volví en mí y estuve en la UCI durante dos meses para luego pasar a una habitación con cero contacto con el mundo externo por cualquier infección o bacteria. Perdí primero un riñón y luego, mi intestino delgado, la mitad del colon, tuve colostomía nueve meses, comida parenteral (por catéter) y todo lo que conlleva la pérdida de control sobre tu cuerpo mientras este se recupera y la albúmina te permite una reconexión para iniciar con una rehabilitación intestinal que evite, hacia el futuro, un trasplante de intestinos, acto quirúrgico muy poco probable de pasar. Entré a un hospital por primera vez en mi vida ese 28 de febrero; cerré los ojos siendo yo y cuando los volví a abrir, el 8 de marzo, era otra: llena de tubos, amarrada, sin poder hablar y muy débil. Solo observaba a los enfermeros que me bañaban en el mismo lugar donde dormía y me sacaban sangre tres veces. Hoy no voy a hospitales, me protejo de cualquier tipo de germen o virus.
Me enseñaron desde el primer día a valerme por mí misma por más enferma que estuviera, a no compadecerme, a luchar.
Lo más difícil del proceso fue cuando se me bajaron los nutrientes y electrolitos y perdí cualquier control que tenía sobre mí. Mi cabeza solo daba vueltas; es como un vértigo permanente e intenso. Ese día fue el más duro de todos. Tuve que volver a una UCI otro mes, ver y sentir cómo te puyan las arterias –lo máximo en dolor–.
Estuve hospitalizada en Bogotá hasta julio, y por pasar a ser una paciente posiblemente trasplantada me remitieron al San Vicente de Paúl, en Rionegro (Antioquia), donde me devolvieron la sonrisa.
El día de la cirugía de reconexión, en septiembre, mi cirujano, al despertarme de la anestesia, se acercó a mi oído y me dijo: “La felicito, me encontré 35 centímetros de intestino delgado, quedó con 95; con eso vive de por vida, no necesita trasplante”. Y yo lo único que hacía era mirarlo y llorar porque se había acabado ese año tan tenaz. Y ese día empezó mi nuevo ciclo de vida, más humana y más frágil. Ya no era ‘mujer maravilla’.
El día que me dieron de alta del hospital, los médicos me lo dijeron claramente: “Vuelves a controles, pero tú eres tu médico. Tienes que aprender a conocer qué te sienta bien y qué no; y si no quieres volver a enfermarte nunca, el ejercicio será tu mejor amigo”. En total, fueron 240 días en los que estuve hospitalizada y en UCI.
Y así ha sido. Regresé a mi casa a recuperar mi vida luego de nueve meses: mi espacio, mi perro fiel, Simón, mi trabajo y especialmente mi cuerpo. Con 55 kilos, desnutrida, sin visión, sin pelo, sin uñas, con la piel levantada por tantos químicos, así empezó la operación recuperación. Fui a la peluquería, donde me cortaron las mechitas que habían quedado y me pintaron el pelo. Ampolletas, proteínas y una buena mano en la tijera hicieron que en un año tuviera un pelo nuevo y hasta más fuerte.
Masajes en piernas y brazos diarios y, oh sorpresa: ¡gimnasio! Por primera vez en mi vida pagué una inscripción para usarla (muchas veces las dejé perder), y así empezó el inicio de una serie de hábitos que me mantienen fuerte y sana.
Sesenta minutos de ejercicio diario, comida muy saludable, cero salsas ni condimentos en las comidas, cero grasas ni lácteos. Todo limpio, a la plancha o a la parrilla y, sobre todo, nunca mezclar con líquidos las comidas para una buena digestión. No dulces. Y no saben lo difícil que es decirle no a un arequipe. ¿Pecados? ¡Claro!
¿El trago? Muy poco, y lleno de agua. Mi proceso es distinto, y quedo borracha con nada.
Hoy veo mi mundo con otra perspectiva, pero, sobre todo, muy agradecida con la vida por regalarme esta segunda oportunidad; la confianza en mí y la actitud que siempre tuve ante mi lenta enfermedad me ayudaron mucho. Profesionalmente exitosa, con un trabajo que adoro y me emociona, una familia invaluable, amigos por todas partes del mundo preocupados por mi bienestar y Simón, mi amigo fiel, esperándome en casa. Paciencia, fortaleza y fe. Mi máxima.
Yo casi me muero, mis amigos y mis familiares me lloraron, se prepararon para mi velorio. Pero aquí estoy yo. Más viva que nunca.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tabaquismo es el factor de riesgo evitable, que por sí solo provoca más muertes por cáncer en todo el mundo, ya que causa cerca del 22 por ciento de los decesos anuales.
El humo de tabaco genera muchos tipos de cáncer distintos, como los de pulmón, esófago, vejiga, páncreas, estómago, cuello del útero, laringe (cuerdas vocales), boca, garganta, riñón –como el que padeció Claudia Delgado quien reconoce que fumó durante más de 30 años–.
Al menos un tercio de todos los casos de cáncer pueden prevenirse con hábitos saludables.
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CLAUDIA DELGADO
Para EL TIEMPO
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