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Salud

Dopaje sexual peligroso / Sexo con Esther

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Foto:iStock

Hay prácticas que deben abordarse desde diferentes esquinas con miras a prevenir complicaciones.

Esther Balac
Sin caer en la mojigatería, vale la pena habla del ‘chemsex’, palabra de moda que corresponde a la conjunción de los vocablos ingleses ‘chemical’ y ‘sex’, y que, en concreto, hace referencia al uso intencionado de drogas psicoactivas para mantener relaciones sexuales en sesiones prolongadas con una o múltiples parejas.
Ahora, cuando las drogas son administradas de forma intravenosa se conoce como ‘slamming’ o ‘slamsex’, y más allá de nombres son prácticas que deben abordarse desde diferentes esquinas con miras a prevenir complicaciones.
Esto, en razón a que si bien en un comienzo este dopaje, a la hora de ir a la cama, estaba reservado a grupos específicos, su difusión ha encendido las alarmas. De hecho, ciertos análisis puntuales describen que el perfil de quienes lo practican incluye edades entre 30 y 35 años, con títulos universitarios y solvencia económica. Todo en el contexto de ‘fiestas’ cualificadas como exclusivas.
Lo inquietante es que la categorización de esta población es hecha a partir de historias clínicas de personas con complicaciones que buscan –con más frecuencia en medio de la pandemia– atención por urgencias, la mayoría relacionados con sobredosis de drogas psicotrópicas.
Es claro que estos efectos son desenlaces promovidos por el viraje de las sustancias que se utilizan, que dejaron de ser pastillas e inhalantes y pasaron al terreno de los inyectables, con los que los riesgos se multiplican, al punto de que la transmisión de virus como los de hepatitis B y C, y del sida, empieza a aparecer en compañía del incremento de enfermedades de transmisión sexual.
Lo anterior sin dejar de lado las consabidas adicciones y dependencias dado el carácter de las drogas que no pocas veces también empujan la aparición de problemas mentales latentes.
La virtualidad pandémica, según las autoridades sanitarias, ha favorecido la proliferación de aplicaciones específicas para mantener este tipo de encuentros y que, por tanto, se facilitan mucho, por lo que insisten en que se tomen cartas en el asunto. Y en ese sentido es que hoy traigo a cuento este tema dada la desproporción que existe entre los males derivados y el gozo que se obtiene con estas prácticas y que dejan claro –y no es tontería– que se paga un precio muy alto por placeres efímeros.
Así que no sobra advertir y, de paso, decir que aún quedan formas sanas de disfrutar los polvos. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para ELTIEMPO
Esther Balac
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