Dos tapitas de Clorox por cada 10 litros de agua o por lo que quepa en la caneca. Esa dosis, que alguna vez recomendó una autoridad sanitaria y que se convirtió en un saber popular, es la ley de los sitionueveros para “blanquear el agua”, como le llaman a ese especie de reto a la suerte en este municipio de la región Caribe, el de la peor agua del país, según el Índice de Riesgo de la Calidad de Agua para el Consumo Humano (98,7 sobre 100, según el Irca 2016).
Jackeline Mendoza -la matrona de 38 años a la que todos saludan, que hoy sirve de guía- reza la fórmula mientras va vertiendo el químico en los tres tanques llenos que tiene en el patio de su casa, “la de rejas negras sobre la única vía pavimentada”, como indicó para llegar.
El hipoclorito de sodio, principal activo del Clorox que compran a mil pesos la botella, explica esta aprendiz de alquimista, hace que toda la turbiedad con la que llega el agua de la llave se vaya al fondo de los recipientes y elimine en ese proceso “lo que enferma”. O por lo menos a eso se encomiendan muchos en este pueblo en el que el indicador de potabilidad de la gente es ver qué tan clarito es el líquido. Otros simplemente beben, sin tanto pereque.

Una de las calles principales de Sitionuevo, Magdalena.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
Es martes en la mañana, con pinta de domingo. Suena duro un “diomedazo” en la casa vecina de doña Jackeline. Hay 32 grados en el ambiente. El perro callejero, el anciano de cada esquina, todos buscan la sombra. El clima solo parecen aguantarlo los centenares de mototaxistas que furiosos, con una prisa inexplicable para un lugar tan apacible, recorren con pasajeros o encomiendas -da igual- las 22 calles empolvadas del lugar.
Se trata de un pueblo más en nuestro Caribe que sobresale por sus contradicciones. Siendo del Magdalena, está más cerca de Barranquilla (solo una hora) que de Santa Marta, por una vía que de Prosperidad solo tiene el nombre. Y si hablamos de nombres, lo más nuevo de Sitionuevo es una planta de tratamiento que funciona hace dos años y en la que solo parece confiar el alcalde, pero ya hablaremos de eso.
Hay más ironías. Quizás la más evidente es que este paraje costeño es rico en agua y no es capaz de calmar con dignidad la sed -y el calor- de sus 33.000 habitantes, contando a los que viven en sus cuatro corregimientos. El poderoso y contaminado río Magdalena riega a este municipio y es base de parte de su economía, pero también parece ser su condena.
A esa altura, a pocos kilómetros de desembocar en el mar Caribe, la principal arteria fluvial de Colombia arrastra una carga contaminante descomunal después de haber recorrido medio país. Y de esa fuente, en la que los residuos fecales podrían ser lo menos preocupante, sale todo el agua que recoge la planta de tratamiento -ya vamos para allá- y que termina blanqueando doña Jackeline en su patio. La misma que doña Luz Helena Domínguez le da a sus cuatro hijas sin siquiera hervir.

Luz Helena, al fondo, junto a una de sus hijas (derecha). A la izquierda, las pequeñas de Eilen, de 12, y Talianis, que llegaron a pedir agua.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
Luz Helena, valga aclarar, es la vecina de al frente de doña Jackeline. De su casa salía la música de Diomedes. Ahora suena cualquier vallenato, incapaz de identificar para un oído cachaco. Dice la sitionuevera de 42 años que el problema del agua ha sido tan de toda la vida que es el menor entre tantos afanes, que con ella se baña, cocina y se hidrata. Y que no se preocupa por ello.
“Aquí es mucha gente la que no trata el agua, la consume directamente como llega del acueducto”, suelta de camino a su patio, una enorme porción de tierra en la que cría animales y frente a la que pasan los 7.200 metros cúbicos por segundo del Magdalena.
“La salud es muy importante, la salud es vida, con buena salud se tiene vida”, responde la mujer que manifiesta no haber tenido nunca ni una diarrea. Luego se toma un vaso de agua fría que guardaba en la nevera.

El patio trasero de doña Luz Helena, frente al río Magdalena.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
“Las patologías gastrointestinales se incrementan en las épocas de invierno, cuando sube el caudal del río Magdalena y trae toda la suciedad del interior”, expresa, a modo de diagnóstico, Tulio Padilla, el joven médico general del hospital público de Sitionuevo.
Padilla es de Sampúes, Sucre, y hace tres años atiende las urgencias del centro médico ubicado en la plaza principal del pueblo. Esa experiencia, sostiene desde su reducido consultorio, le da para evidenciar las afectaciones que el agua contaminada causa en los sitionueveros. “Principalmente en los niños -explica- porque ellos tienen un nivel inmunológico inmaduro y tienden a desarrollar mayor porcentaje de procesos infecciosos”.

El doctor Padilla, en su consultorio.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
El perfil epidemiológico de los últimos trimestres confirma que los males de los sistemas digestivo, urinario y respiratorio son los principales motivos de consulta en este hospital del tamaño de una casa. Padilla es claro: lo que le puede pasar a un niño que toma agua de mala calidad abarca un espectro que comienza en diarreas y vómitos persistentes y termina en deficiencia nutricional, un cuadro por el que consultaron uno de cada 10 habitantes recientemente.
Pero no son los niños sitionueveros de la cabecera municipal los que más sufren por la desnutrición, según el médico. Son los que se asientan en los pueblos palafitos como Nueva Venecia -donde hizo su año rural-, que hacen parte de su jurisdicción y de la Ciénaga Grande de Santa Marta, los que sienten con más rigor la falta de agua potable. Allá ni siquiera hay planta de tratamiento o acueducto y el líquido que se consume es de un caño que riega las fincas y que medio tratan con Clorox, sentencia Padilla.
Aun después de dos años largos de inaugurada la planta de tratamiento, tomar el agua que sale de la llave en Sitionuevo es para muchos de sus habitantes un acto de fe. Quizás porque al servirla es raro que llegue cristalina; quizás porque, como dice doña Jackeline, la impotabilidad es la deuda más grande de la politiquería regional a lo largo de las últimas décadas, y no creen que una simple máquina haga el milagrito.
Así y todo, el ingeniero civil Luis Carlos Baloco trata de hacer entendible el proceso que hace el sistema más nuevo de Sitionuevo: el agua que se extrae del Magdalena pasa por varios estanques en los que se somete a floculación con ploricloruro de aluminio (ayuda a aglomerar las partículas del río para que sean propensas a decantarse y reducir lo turbio) antes de pasar a la segunda etapa del proceso que es la sedimentación. Todo, agrega, con una capacidad de 58 litros por segundo.

La planta de tratamiento de agua de Sitionuevo, que funciona hace dos años.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
Dice el ingeniero que el tratamiento cumple su misión, el agua que sale de la planta se hace apta para el consumo humano, pero en algunas partes del municipio se vuelve a contaminar por culpa de las redes del acueducto, tan viejas como este problema de potabilidad.
Eso lo saben los sitionueveros y por eso ni en el hospital, ni en la institución educativa departamental San José, que da clases a unos 3.000 estudiantes, ni en la casa de Jackeline se toma el agua directamente. El alcalde José Gómez Meléndez, de 64 años cumplidos, dice que sí, que en su casa la bebe con tranquilidad y que incluso nunca ha recibido una queja de sus ciudadanos sobre la calidad. Jura que la planta de tratamiento la hizo por fin potable y que los malos resultados en el informe, que lo dejan como el peor municipio del país, no son comparables al hoy.

El alcalde de Sitionuevo, José Gómez, en su despacho.
Vanexa Romero - EL TIEMPO
Está sentado en su despacho, rodeado de funcionarios. Su reloj dorado sobresale entre esa oficina con poca luz del segundo piso de la Alcaldía.
-¿Alcalde, usted me garantiza que si me tomo un vaso de agua de la llave no me voy a enfermar?
-Se lo garantizo.
-O sea que nos podemos tomar dos vasos ya mismo.
No responde que sí, duda unos segundos y argumenta que el líquido que allí llega pasa antes por un tanque.
La mala noticia para él y para sus habitantes es que a pesar de ese esfuerzo, y de cualquier otro que se pueda alegar en materia de políticas públicas, los análisis del sistema Sivicap del Instituto Nacional de Salud con muestras de este año -que conocimos minutos antes de cerrar este especial- confirman que el agua que enferma está lejos de irse de Sitionuevo.
Ronny Suárez
@RonnySuarez_
Redactor de Salud de EL TIEMPO
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