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Salud

La reflexiva carta del ministro Alejandro Gaviria sobre su cáncer

Alejandro Gaviria Uribe, ministro de Salud.

Alejandro Gaviria Uribe, ministro de Salud.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

Este viernes se conoció que padece linfoma no Hodgkin y que será sometido a tratamiento médico.

“El jueves de la semana pasada me desperté con una sensación de llenura”. Así comienza el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, el relato de los primeros síntomas del cáncer linfático que padece y que fue dado a conocer este viernes por la Clínica del Country en Bogotá, donde le realizarán el tratamiento para combatirlo.
“Hacia el mediodía me comenzó un fuerte dolor en la parte superior del abdomen. No le puse atención. Traté de pensar en otra cosa”, continúa el texto del Ministro publicado en su blog.
Más adelante, relata: “Hacia las cuatro de la tarde, el dolor era insoportable. No pude mamarle más gallo” y por eso asistió ese mismo día a dicho centro asistencial, donde después de unos exámenes sugirieron la presencia de un tumor en los ganglios. Cuatro días después fue confirmado como un linfoma no Hodgkin difuso, de célula grande tipo B.
El linfoma no Hodgkin (también conocido simplemente como linfoma) es un cáncer que se origina en los glóbulos blancos llamados linfocitos que forman parte del sistema inmunitario del cuerpo.
Alejandro Gaviria, ministro de Salud.

De acuerdo con Clínica del Country, se trata de un linfoma no Hodgkin. Ya comenzó su tratamiento.

Foto:

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El que presenta el Ministro es el tipo de tumor más común de los linfomas –representan uno de cada tres de ellos– y debe su nombre a que las células se ven bastante grandes a través del microscopio.
Se sabe que puede afectar a personas de cualquier edad, pero se presenta con mayor frecuencia entre los 45 y los 60 años.
De acuerdo con María Nelly Arboleda, especialista del grupo de hemato-oncología de la Clínica del Country que participó en la junta médica que estudió el caso de Gaviria, el tumor se inició en un ganglio (conglomerado de células de defensa) ubicado en el abdomen, que al crecer producía el dolor.
“Como son tumores de crecimiento rápido, pueden aparecer en ganglios de cualquier parte del cuerpo”, dice Arboleda, y explica que tienen buena respuesta al tratamiento oportuno.
Este se basa, preferiblemente, en la aplicación de varios medicamentos que combinados (quimioterapia) ofrecen curaciones cada vez más efectivas. Su aplicación, explica la hematóloga, se hace en ciclos periódicos cada 21 días hasta completar entre seis u ocho sesiones que no limitan la funcionalidad del paciente, más allá de las propias que se generan los días de la aplicación.
Con base en lo anterior, el Ministro es optimista y manifiesta que tiene plena confianza en los médicos y en el sistema de salud colombiano. “Mi tratamiento será estándar, sustentado en la evidencia, sin apuestas experimentales, ni medidas heroicas. Creo en la ciencia, como toca: con vacilación y escepticismo moderado”, escribió, mientras se prepara por primera vez en su vida para ser paciente.
Nunca había sido hospitalizado. Nunca había recibido anestesia general. Nunca había sido un paciente. Todo eso cambió. Súbitamente. En unos cuantos días. Hacía ejercicio regularmente. Comía bien. No me he fumado un cigarrillo en toda mi vida. No soy un asceta, pero mis amigos decían con razón que era un poco aburrido, contenido, cansón. ‘Toda la vida responsable’ ”.
Sin embargo, Gaviria aclara a renglón seguido que “esto no es un llamado, ni una prueba, ni un castigo, es una enfermedad con causas conocidas, pero, como siempre en el mundo de la complejidad biológica, con un halo de misterio”.
Una experiencia de este tipo comienza a dejar reflexiones en el Ministro, pues termina su escrito con la promesa de que al terminar pueda cambiar un poco, “ser menos contenido y un asceta con licencias frecuentes”.
El Ministro ha recibido infinidad de mensajes de apoyo, desde el presidente Juan Manuel Santos hasta personas del común.

Esta es la carta

"Cosas que pasan:
El jueves de la semana pasada me desperté con una sensación de llenura. Estuve muy temprano en una charla con los secretarios de salud municipales. Cuando llegué a la oficina, a eso de las 11am, me seguía sintiendo mal, abotagado a pesar de no haber comido nada desde temprano. Hacia el mediodía me comenzó un fuerte dolor en la parte superior del abdomen. No le puse atención. Traté de pensar en otra cosa. Almorcé malamente. Asistí a varias reuniones. Intenté distraerme con los problemas del día, el mes y el año.
Hacia las cuatro de la tarde, el dolor era insoportable. No pude mamarle más gallo. Las evasivas eran ya una forma de estoicismo imprudente. Salí hacia la clínica del Country, torcido por el dolor (literalmente). No voy a contar los detalles (no vienen al caso), pero varias horas después, un Tac sugirió el diagnóstico que habría de confirmarse una semana después: tengo un linfoma, en particular, un linfoma no Hodgkin difuso, de célula grande tipo B. De muy buen pronóstico afortunadamente.
Nunca había sido hospitalizado. Nunca había recibido anestesia general. Nunca había sido un paciente. Todo eso cambió. Súbitamente. En unos cuantos días. Hacía ejercicio regularmente. Comía bien. No me he fumado un cigarrillo en toda mi vida. No soy un asceta, pero mis amigos decían con razón que era un poco aburrido, contenido, cansón…“Toda la vida responsable”. Siempre he sido un esclavo del super yo. O como decía alguien, me dejo mandar muy fácil de la fuerza de voluntad. “The way we miss our lives are life”, dice el poeta.
Ahora recuerdo la pregunta de Christopher Hitchens, “¿por qué yo?”. También recuerdo su respuesta, “¿por qué no?”. Esto no es un llamado, ni una prueba, ni un castigo, es una enfermedad con causas conocidas, pero, como siempre en el mundo de la complejidad biológica, con un halo de misterio. Tengo plena confianza en los médicos colombianos y en nuestro sistema. Mi tratamiento será estándar, sustentado en la evidencia, sin apuestas experimentales, ni medidas heroicas. Creo en la ciencia como toca: con vacilación y escepticismo moderado.
Cinco años en el ministerio me han preparado para los insultos, los agravios y lo peor del corazón humano. Pero también me han dejado cientos de amigos. Al final es lo único que cuenta, el amor y el aprecio de la gente que uno quiere y aprecia: la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los estudiantes y tanta gente con la que he compartido en tantos lugares. A todos, un abrazo fuerte. Los quiero mucho. Ya nos encontraremos, para seguir viviendo los días, las semanas, los meses y los años. Prometo, eso sí, cambiar un poco, ser menos contenido, un asceta con licencias frecuentes".
ELTIEMPO.COM Y SALUD
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