Las personas en condición de discapacidad no pueden ser privadas de la oportunidad de experimentar y vivir su sexualidad de manera plena, bien sea con un objetivo reproductivo o de placer. Así de simple.
Todas las Convenciones Internacionales han llevado la sexualidad en estas condiciones al nivel de derecho fundamental subjetivo e instan a los hacedores de políticas y ejecutores de programas de rehabilitación, a incluir este aspecto como prioritario. Sin embargo, esto no se cumple a cabalidad, tanto que las personas en condición de discapacidad, quedan abandonadas a su suerte en medio de inquietudes que muchas veces se convierten en frustraciones.
Basta ver, por ejemplo, que las consultas de rehabilitación y los programas para una inclusión en condiciones de igualdad de estos individuos están llenos de terapias, valoraciones y recomendaciones de adaptaciones para eliminar barreras, pero dejan de lado el área erótica, emocional y sexual, dándole así un lugar vergonzante, cuando esta se pide.
(Lea también: Estas preguntas no se hacen en la cama)
Y si esto es así, ni forma de hablar de esa asistencia sexual cuya función es ayudar a la persona en condición de discapacidad, antes, durante y después de la actividad sexual, en todo aquello que no pueda hacer sin ayuda, llegando incluso a proporcionar placer, algo que en algunos entornos puede ser calificado erróneamente, como una aberración. Hablo concretamente, de técnicos (hombres y mujeres), que se dedican a atender las necesidades sexuales de la población con discapacidad, en un marco que no pretende la “hipersexualización” o el desborde erótico, sino la recuperación y permanencia de una función vital en condiciones de normalidad.
Hablamos de una intervención terapéutica y solidaria, que si bien no excluye el aquello, está lejos de ser una ocupación ligada a la prostitución y mucho menos fuera de la ley, porque requiere de conocimientos y de experiencia en el campo de la discapacidad y de las posibilidades sexuales de alguien en esta situación. Son acuerdos libres entre quien presta y quien recibe un servicio, en el contexto de la equidad que merecen las personas discapacitadas.
Y este es un tema ya no para reflexionar, sino para dejarlo andar, lejos de la mojigatería. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO