“Me gusta mucho Rodin porque esculpió personas con discapacidad”. Esa fue la conclusión de Déborah, una niña de 10 años internada en el hospital infantil de Margency, en París, después de participar en el programa ‘Rodin va al hospital’. “Es una reflexión muy justa”, afirma Caroline Desnoëttes, artista y creadora del programa, pues una parte de la obra de este escultor tiene una resonancia directa con la cotidianidad de los niños hospitalizados.
“Todos estos niños están confrontados a una corporalidad muy singular –indica Desnoëttes–: en su mayoría padecen enfermedades graves; algunos están amputados, otros tienen su cuerpo lastimado por la enfermedad y por los tratamientos que reciben. Así que cuando están frente a Rodin se acercan a unos cuerpos con los que logran identificarse”.
Para lograr acercar la obra de Rodin a los niños, la artista estudió tres aspectos esenciales de las esculturas del célebre artista francés y que se corresponden simétricamente con la vida cotidiana de los tratamientos hospitalarios: ‘El cuerpo en movimiento’, que lo vinculó a los niños que reciben fisioterapia; ‘El cuerpo ensamblado’, dedicado a los que tienen prótesis o se encuentran en sillas de ruedas o conectados a algún aparato artificial, y ‘El cuerpo fragmentado’; es decir, cuerpos no tan bien constituidos o que no funcionan como deberían.
Así que para desarrollar el proyecto, que tuvo lugar a lo largo del 2017 –precisamente el año en el cual se conmemora el centenario del fallecimiento de Rodin (1840-1917), el gran maestro de la escultura moderna–, la artista llevó a cabo dos procesos.
El primero consistió en llevar a los niños, previa autorización de sus médicos, a conocer el Museo Rodin, tanto el de París como el de Meudon. El enfoque de las visitas era la manera como el artista representaba el cuerpo, y para ello los niños eran guiados por Eva Bouillo, especializada en discapacidad.
“En las esculturas de Rodin, el cuerpo no siempre es estéticamente perfecto e idealizado”, dice Bouillo. De hecho, en sus obras más modernas y audaces presenta cuerpos inquietantes, fuera de norma y no muy habituales, pues él partía de la idea de que una escultura del cuerpo humano no tiene que estar entera para ser bella y que la belleza de un cuerpo no se define necesariamente por lo ‘lindo’, sino por su carácter y fuerza.
Tras estas visitas vino la segunda parte: en el hospital llevaban a cabo los talleres ‘Rodin y yo’. Les dieron plastilina y otros materiales para que crearan su propia versión de una escultura de Rodin.
“Llevamos material visual y reproducciones en resina de obras emblemáticas de Rodin como El pensador y El beso, y los invitamos a que las tocaran. No porque tuvieran discapacidad visual, sino debido a que no estaban habituados a tocar las obras, a sentir el material en sus manos, y tenían un cierto temor no solo a tocar una escultura, sino a tocar a los otros”, comenta Bouillo.
Otro propósito era lograr que los niños, a quienes trataron como artistas y no como pacientes, se inspiraran de la fuerza de estas obras para crear con sus propias manos.
Pero, no contenta con ello, la artista y líder del proyecto quiso potenciar aún más la creatividad de los niños y romper los límites del programa. Así que retomó el interés de Rodin por la forma de ciertos objetos, que aparentemente no tenían interés estético pero que lo atraían por su estructura. Con ese espíritu, recorrió el hospital y recolectó instrumentos médicos estériles o empleados en el cuidado de los niños y que iban a ser desechados.
“Ellos tienen prohibido jugar con jeringas, máscaras, batas, prótesis y demás; pero estos elementos no solo les generan curiosidad, sino que, además, forman parte de su vida cotidiana de una manera, digamos, negativa, pues se entrometen en su cuerpo y producen dolor. Así que una dimensión formidable de esta aventura fue poner todo eso a su alcance”, añade Desnoëttes.
Brigitte Dessutter, directora del servicio socioeducativo del hospital, sostiene que entre los principales beneficios, este programa les trajo “la posibilidad de compartir con los demás y en esa medida les permitió distanciarse de la enfermedad. El programa se convirtió en un verdadero ‘reservorio’ emocional para expresar con formas y colores sus sentimientos: las alegrías, las tristezas y, quizás, también los sufrimientos que experimentan”.
Para Desnoëttes, uno de los aspectos más destacados es haber logrado revelarles aquello de lo que son capaces de hacer y haberles dado un motivo para sentirse orgullosos. Por eso, el proyecto, que integró a más de 80 niños este año, se concluyó con una exposición efímera de sus creaciones que se presentó en el Museo Rodin el pasado 30 de octubre y se tituló: ‘Rodin y yo’.
El programa se repetirá en la semana de la accesibilidad para personas con discapacidad en la Galería de los Mármoles, en los jardines del Museo Rodin de París y en el mismo hospital. También se han hecho convenios con instituciones culturales como el Palacio de Versalles, la Fundación Van Gogh y los museos de Orsay, Louvre, Cluny y de la Armada, para “multiplicar el alivio que genera en los niños acercarse al arte y alejarse de la enfermedad”, dice Caroline Desnoëttes, artista y creadora del programa.
MELISSA SERRATO RAMÍREZ
Para EL TIEMPO @MelissaSerrato