De niño crecí con mi madre, ya que a mi padre lo mataron cuando yo tenía 3 años. Después de dos años de ese acontecimiento, mi madre se enamoró de otra persona y tuve que vivir también con mi padrastro. Después, mi mamá tuvo a mi hermano.
Cuando ya pude hacer las actividades de la casa, mis padres salían a trabajar en la finca. En esa época vivíamos en la selva. Como indígena, una de nuestras costumbres es cultivar especialmente maíz, chontaduros, plátano y caña. Tenía 5 años, era muy feliz y vivíamos tranquilos, la montaña estaba en paz, así fueron pasando mis años, así pasaron los días.
Sin embargo, fui creciendo sin estudio; entonces, nos desplazamos al kilómetro 89 de la vía Tumaco-Pasto para que junto con mi hermano menor estudiáramos en la escuela del km 91. Así pasaron esos otros días, donde todo marchaba muy bien.
Sin embargo, un día llegó un grupo armado a los alrededores de la escuela donde estudiábamos. Desde ese día yo y mis compañeros empezamos a escucharles a algunos decir que se querían incorporar al grupo armado porque la profesora los castigaba cuando no hacían las tareas en sus casas.
Yo, al ver que mis compañeros hablaban de irse a las filas de la guerrilla de las Farc-EP, le dije a mi hermano que no era una buena idea. Sin embargo, mi hermano le dijo algo contrario a mi madre y mi padrastro, de hecho, mi mamá me llamó la atención y me preguntó que si era cierto que yo quería irme a un grupo armado; yo le respondí que no era cierto, que mi sueño era tener mucho ganado como mi padre, que iba a seguir el camino que él siguió decía cuando estaba vivo.
Al oír todo esto, mi madre decidió buscar otro lugar para que yo siguiera estudiando y una mañana mi madre me dijo: ‘Hijo mío, hoy iremos adonde vive tus tíos y tías para que los distingas’. Esto me hizo muy feliz. Entonces, fuimos a visitarlos y nos trasladamos del km 89 al km 107, más conocido como el corregimiento El Divisó, perteneciente al municipio de Barbacoas, Nariño. Teníamos que caminar dos horas por una trocha para llegar a esta comunidad indígena.
El lugar era muy agradable, vivían varias familias cercanas a mi mamá y era un lugar agradable para vivir. Entonces, mi madre habló con el líder de la comunidad que respondía al nombre de cuasbil la faldada, como está en los procesos de constitución de la comunidad. El líder le propuso a mi madre que trajera a sus hijos estudiar en la comunidad, pues los niños podían contar con alimentación y otras cosas que un estudiante necesita, como cuadernos, lápices y otros útiles escolares.
Mis padres nos matricularon y así nos mantuvimos alejados por un tiempo de los grupos armados. Así pasaron dos años mientras estudiábamos en la comunidad a la que pertenecíamos. Todo marchaba bien, no obstante, un día llegaron los grupos armados a la comunidad.
Algunos habitantes decían que era bueno que ellos estuvieran dentro del resguardo, pero otros no podían hacer nada, pues todos le tenían mucho miedo a las Farc. Desde entonces, la comunidad y los estudiantes estuvimos en medio de la violencia armada, con la cual convivimos en la comunidad. Así pasaron muchos años y un día hubo un enfrentamiento entre la Fuerza Pública y las Farc. Después del enfrentamiento, la guerrilla llegó a la comunidad a reclutar personas, y varios jóvenes de diferentes comunidades cercanas se fueron a la guerra. La guerrilla estuvo una semana en los alrededores reclutando jóvenes.
Mi vida cambió también porque caí en ese reclutamiento y tuve que abandonar mi familia, mi estudio y mis amigos. Primero, nos trasladaron después de ocho horas de camino por trocha al campamento, donde recibíamos entrenamiento táctico militar, este estaba ubicado en la frontera entre Ecuador y Colombia, en el río Mira. Todos los que ingresaban a las filas llegaban a este punto. En el lugar nos encontrábamos 46 jóvenes, hombres y mujeres adolescentes. Allí recibimos entrenamiento durante seis meses.
Pasaron cinco años y pude seguir con vida en las Farc, pues de varios nunca supe de su suerte, porque uno allá no puede preguntar si los demás están bien, pero se sabía que los habían matado por insubordinación o porque cayeron en combate. Estaba muy preocupado por esto y también cansado de tanto caminar y aguantar hambre en la montaña. Quería salir de allá, pero tenía miedo que me agarraran y me mataran.
Un día, salimos en una comisión desde el Mira al Diviso, pero en esa salida nos encontramos con la Fuerza Pública y nos corretearon a punta de tiros. Le di muchas gracias a Dios de que nada malo pasara ese día. Tiempo después, en el campamento estábamos 12 personas almorzando al mediodía. Precisamente yo había terminado de hacer el almuerzo y tenía que ir a bañarme y lavar ropa, por lo cual me dirigí a un caño. Cuando estaba viendo la loma desde ese punto, algo se movió: era la Fuerza Pública. Inmediatamente me dijeron: ‘¡Manos arriba!’, y me tire al piso, entonces me gritaron: ‘¡Se entrega o lo matamos!’. Yo estaba tan asustado, no sabía qué hacer, tenía mucho miedo. Entonces, me amarraron y me llevaron.
En ese momento, había enfrentamientos con los demás guerrilleros, uno de ellos murió. Cuando todo se calmó, el comandante del Ejército se acercó y me preguntó cómo estaba, después me dijo: ‘Te vamos a llevar con nosotros y recibirás apoyo por parte del Gobierno Nacional’. A pesar de todo, yo me sentía tranquilo con ellos.
Después de un rato nos movilizamos del lugar de los hechos y unas horas más tarde estábamos en la vía que conduce de Tumaco a Pasto. Estábamos a tres horas de camino. Como salimos tarde del lugar, caminamos bastante de noche llevando con nosotros al guerrillero muerto en combate. Después de un rato me llevaron a la base Qualtal, desde ese día mi vida cambió: me dieron ropa, útiles de aseo y, con el tiempo, mi familia pudo visitarme. Todo entonces era diferente a lo que había vivido, mi familia y yo nos sentimos muy felices de estar reunidos después de tanto tiempo.
Posteriormente viajamos a Ipiales para que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar llevara mi proceso de reintegración. Allá me recibieron con un abogado de oficio, quien me guio durante la declaración pertinente; después de un rato me llevaron a una casa de una madre sustituta, quien me llevó al médico y al psicólogo para saber si mi comportamiento era adecuado para vivir en una casa familiar, así duré una semana en Ipiales. Luego me llevaron a Cali, a un hogar de jóvenes que habían sido guerrilleros que se habían entregado y recibían el apoyo del Gobierno, con estudio, salud, alimentación y asesoría para reintegrarse a la vida civil.
Duré un año en Cali recibiendo todo los beneficios que nos brindaban. Después de eso estuve en Pereira en un CAE, un centro de jóvenes que están en el proceso, allí seguí estudiando hasta que terminé mi bachillerato. En ese lugar también me ayudaron a tener todos mis documentos personales, como el registro civil, la cédula, etc.
Después de dos años de estar en el CAE tuve que enfrentarme a la vida civil y entonces empecé a pagar arriendo como cualquier ciudadano. Para mí no fue nada fácil, de hecho, no pude pagar todos los gastos, pues recibía un apoyo de 600.000 pesos mensuales para ir al estudio, a psicología y a talleres que se realizaban en la Agencia Colombiana para la Reintegración. Los gastos en la ciudad son difíciles de suplir, por lo cual me dirigí otra vez al Nariño, a donde estaba mi familia.
No obstante, sentía miedo de las Farc porque podrían hacerme daño. A pesar de esto, yo seguí estudiando y ayudando a la comunidad a la que pertenecía antes de ingresar al grupo armado, también ayudé a constituir un resguardo. Así he creado comunidad y me alejo de la violencia.
Con la Agencia Colombiana para la Reintegración de la Vida Civil sigo luchando, pero ahora junto con mi pueblo awá y hoy ya tenemos una asociación de cabildos indígenas en Nariño, con el nombre de Unida Indígena del Pueblo Awá, conformado por 33 resguardos. Ahora cumplo el sueño de ser un líder en mi pueblo y para lo cual estoy trabajando.
Me siento muy feliz porque a través de la Agencia Colombiana para la Reintegración me ayudaron a postularme a una beca, en la cual fui seleccionado para participar en unos talleres de periodismo que transforma la paz, llevados a cabo en Suecia y en Colombia, y donde me sentí un ciudadano como todos.
Tengo muchas ganas de estudiar Periodismo porque es de suma importancia para mí, como víctima del conflicto armado, pues hay muchos indígenas que siguen sin ser escuchados o auxiliados. He sufrido todo este tiempo. Escribo este relato con el fin de que me ayuden a cumplir mi sueño y sacar todos los sufrimientos que la vida me ha dado. Así también hay muchas personas en mi pueblo awá. Uno de mis anhelos es ser un artista profesional y ayudar a los jóvenes de hoy en día.
Doy gracias a la Agencia Colombiana para la Reintegración y también a la Casa Editorial El Tiempo. Mi vida ha sido un proceso de aprendizaje, que retroalimenta cómo estamos viviendo en Colombia. Este proceso es una oportunidad inmensa en mi vida, me lleva a ser una persona emprendedora en la sociedad. Hoy soy una persona productiva. Para mí, este proceso lleva a construir cultura al pueblo awá y permite que los jóvenes no tomen el camino equivocado. Hoy sigo trabajando con la organización del pueblo awá, en acompañamientos sobre temas de mujeres, jóvenes y adultos, para que haya igualdad de género en los territorios awá. En la vida hay cosas que no puedes conocer si no cuentas con igualdad sociocultural, esto lo aprendí durante este proceso. Ahora tengo un hogar, un techo y mi familia, y estamos unidos en todo momento como integrantes de una familia en nuestro territorio awá.
ALEJANDRO GARCÍA
Víctima y reintegrador.
Pasto
*Este artículo se publica gracias a la beca '200 años en paz, storytelling para el posconflicto', apoyada por la Escuela de Periodismo de EL TIEMPO, la Embajada de Suecia, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de La Sabana.
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