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Proceso de Paz

La ausencia de 18 años que deja el secuestro del matrimonio Angulo

Héctor Angulo ha esperado 18 años para conocer la verdad sobre el secuestro
de sus padres.

Héctor Angulo ha esperado 18 años para conocer la verdad sobre el secuestro de sus padres.

Foto:César Melgarejo / EL TIEMPO

La pareja de esposos fue secuestrada por el Bloque Oriental de las Farc.

Ese día Héctor pensó en acompañarlos, la idea le dio varias vueltas en la cabeza. Su papá, Gerardo, le insistió que se fuera con ellos hasta la casa en La Calera. Al final, decidió no ir para adelantar unos trabajos pendientes. Sus “viejos”, como los recuerda y nombra siempre, tomaron el camino que harían en poco más de 40 minutos desde Bogotá.
Ese miércoles santo, el 19 de abril del 2000, llegaron a las 9:30 de la noche. La pareja de esposos, Gerardo Angulo y Carmenza Castañeda, parqueó el Daihatsu Feroza -modelo 97- frente a la entrada de la vivienda. Y allí, sin mediar más palabra, apuntándoles ferozmente con sus armas, tres hombres se los llevaron en el mismo vehículo. Los secuestraron.
Gerardo y Carmenza tenían, cada uno, 68 años. El 26 de agosto de ese 2000 iban a completar 50 aniversarios de un matrimonio del que nacieron cinco hijos, tres hombres y dos mujeres: William, Patricia, Héctor, Magnolia y Helmut.
El hogar se mantenía con el taller de ornamentación que tenía Gerardo, quien hacía mantenimientos para algunas empresas. Carmenza, cuando escaseaba el dinero, cosía de todo, desde ropa para muñecos hasta guantes para ciclistas. Así los recuerda Héctor, el tercero de sus tres hijos.
Él compró la casita de La Calera, que era un pequeño lote, porque él decía que su descanso final era en ese sitio. Un lugar muy bonito, agradable, pero desafortunadamente de ahí se los llevaron”, indica, al señalar al Frente 53 del Bloque Oriental de las Farc como autor del hecho.

La llamada

A las 10:30 p. m. llamaron a la casa de Magnolia. Un vecino, que vio cuando los hombres armados se llevaron a Gerardo y Carmenza, no dudó en forzar la entrada a la casa y buscar un número de contacto.
Con rapidez, Magnolia fue informando uno a uno a sus hermanos lo que estaba pasando. Solo Héctor se enteró al día siguiente porque no tenía teléfono en su casa. Un conocido, que vivía cerca, le dijo que se comunicara urgentemente con su familia. Hizo un par de llamadas y salió hacia La Calera.
Al llegar buscaron ayuda. La Policía los atendió y les dijo que iban a rastrear la zona. A los dos días, una persona del sector dijo que su hermano había visto un carro parecido al de los esposos en la vía que conduce a la represa de Chingaza. Llegaron hasta allá y sí era ese. Estaba varado, pero no había ni rastro de la pareja.
Solo hasta el lunes siguiente, cuando pasó la Semana Santa, lograron poner la denuncia en el Gaula.
El 4 de mayo, a los 17 días del secuestro, Magnolia recibió la llamada que esperaba y que temía. Un hombre, quien se identificó como 'Richard', le dijo de manera cortante que tenía a sus papás. Ella solo se apresuró a pasarle el número de William, su hermano mayor y a quien designaron entre todos para hacer la negociación.
El día 23, 'Richard' aparece nuevamente. Esta vez, el mensaje era contundente: tenían que alistar 800 millones de pesos para la liberación. “Les decimos que esa es una suma muy elevada, que nosotros no tenemos esa cantidad, pero el guerrillero insiste”.
Entre todos reúnen los extractos bancarios de la familia, certificaciones de la Dian y declaraciones de renta para demostrar que no tenían ese dinero. En una de las llamadas, acceden a recibirles los papeles. Les indicaron un día, una ruta de bus y se los entregaron al conductor. La respuesta, días después, es una suma menor para el rescate, pero también impagable: 250 millones.
A los 40 días de secuestro conocieron la noticia de un operativo de rescate de una mujer al sur de Bogotá. Ahí capturaron a tres hombres y uno más fue dado de baja, el cual respondía al nombre de ‘Richard’. Cuando se volvieron a comunicar al número con los secuestradores, les respondió otra persona, quien les dijo que pronto iban a tener razón. Esa fue la última noticia de los captores.
Héctor, con los años, se enteraría de boca de un miliciano de la guerrilla, que pensaban que la casa de su papá, como daba al borde de la carretera, iba hasta la cima de la montaña y que eran dueños de todo lo que había de allí para arriba.

Él me contó que mi mamá rezaba el rosario, y que a los guerrilleros no les gustaba que lo hiciera. Ella acostumbraba a rezarlo todos los días

El rosario de Carmenza

La incertidumbre ha acompañado a Héctor y a sus hermanos estos 18 años. En ese tiempo, han emprendido una lucha titánica para empezar a hilar de a poco la información que van obteniendo sobre el secuestro.
Esa gestión fue la que les permitió identificar al Frente 53 de las Farc, bajo el mando de 'Romaña', como el autor del secuestro. El primer dato que se les confirmó fue en un encuentro que tuvieron con el empresario y periodista Guillermo 'la Chiva' Cortés, en octubre del 2000, después que en agosto fuera liberado por las Farc tras casi 7 meses cautivo.
En esa reunión privada, Héctor le mostró una fotografía de sus padres y, con contundencia, Cortés le confirmó que estuvieron con él en la selva. En la conversación le indicó que creía que los habían liberado por razones humanitarias, pues eso era lo que les habían dicho los milicianos. El último día que los vio fue el 9 de junio de ese año.
“Él me contó que mi mamá rezaba el rosario, y que a los guerrilleros no les gustaba que lo hiciera. Ella acostumbraba a rezarlo todos los días a las 6 de la tarde, sagradamente”, rememora Héctor.
Esa versión se la confirmarían posteriormente otros dos secuestrados, Ricardo Ramírez y el alemán Rolf Sommerfeld. A ellos se les sumaron otros más. En total, 20 personas le han asegurado a Héctor que se cruzaron con sus padres cuando la selva se les volvió, por la fuerza, el único paisaje. Las paulatinas respuestas los motivaron a seguir golpeando puertas en diferentes organismos nacionales e internacionales.
Cuando estaba la zona de distención en San Vicente del Caguán, en pleno proceso de paz con el presidente Andrés Pastrana, se entrevistaron con jefes guerrilleros de las Farc e indagaron sobre el tema, pero ellos negaron el secuestro.
En los primeros años, desde que se los llevaron, Héctor buscó la manera de contactar a miembros de la guerrilla. Penetró en territorios dominados por las Farc y la información poco a poco fue aflorando. Las respuestas a sus preguntas tenían siempre un costo económico.
“El secuestro es sinónimo de dinero y se convierte al ser humano en un artículo de compraventa”, reflexiona Héctor.
Logró determinar, con la ayuda de testimonios de los secuestrados y guerrilleros, la zona en la que pudieron estar retenidos. Junto al río Guatiquia, entre Cundinamarca y el Meta, habría estado el campamento.
Pero la respuesta definitiva se la darían en marzo del 2004. La Policía le comunicó la existencia de una desmovilizada que podría ofrecer información sobre Gerardo y Carmenza.
En la conversación que tuvieron por un par de horas, la mujer les dio datos claves que les permitieron confirmar que sus padres en algún momento del secuestro estuvieron con ella. Les habla de ‘Noya’ o ‘la Mona’, que era la forma que en la casa le decían a Magnolia, la menor de las mujeres. Mencionó a dos de los nietos de la pareja que acostumbraban a estar en la casa de La Calera.

El secuestro es sinónimo de dinero y se convierte al ser humano en un artículo de compraventa

En compañía de la informante adquieren un mapa del sector para delimitar la zona en donde estuvieron los ancianos, en ese momento la mujer es más franca.
“Nos dice que no nos hagamos muchas ilusiones, pues ya la orden de ‘Romaña’ estaba dada y que iba a tratar de hablar con otro compañero para pedir más información al respecto. Le pregunto que cuál era la orden y me dice que la de matarlos”, recuerda Héctor, quien señala que en ese momento solo atinó a hacer otra pregunta: “Pero, ¿por qué los mataron?, a lo que la joven solo respondió: “Ustedes no quisieron pagar”.

Los operativos

La información entregada por la mujer fue después confirmada por otro desmovilizado, quien señaló que ese día él se había encargado de enterrarlos junto a otras 6 personas. A Héctor la desesperanza le llenó el cuerpo. Durante los más de 1.400 días que habían transcurrido guardó la ilusión de que no los hubieran matado.
“La esperanza de encontrarlos vivos me decía que hay muchas órdenes que no se cumplen y me negaba a creer que sus muertes fueran verdad”.
Las coordenadas y señales de las zonas donde estarían los cuerpos del matrimonio Angulo Castaño dieron pie para que organizaran un operativo para buscarlos.
Este proceso duró varios meses.
El 7 de diciembre de 2004 hacen el desplazamiento a la zona con los exguerrilleros, Héctor y su familia esperan. Sobre las 3 de la tarde, se comunican con ellos.
“Me llama la desmovilizada, me dice con voz entrecortada que no se encontró nada, que no me puede dar una explicación, que no entiende qué pasó. Quedé frío, de una sola pieza".
En los años siguientes a la confirmación de la muerte por parte de exguerrilleros de las Farc, los hijos de Gerardo y Carmenza han tenido que afrontar la angustia de otros cuatro operativos de búsqueda.
El que le siguió fue el 5 de marzo de 2005; meses después, el 21 de abril, se volvieron a internar en los límites entre Cundinamarca y el Meta. El 5 de junio de 2008 se reactivó la búsqueda y, por último, el 5 de octubre de ese mismo año. Todos fueron infructuosos.

Me llama la desmovilizada, me dice con voz entrecortada que no se encontró nada, que no me puede dar una explicación, que no entiende qué pasó

Vivir sin ellos

Héctor describe los años en los que han estado sin sus padres como un secuestro en libertad. “Uno queda secuestrado de un radio, de un periódico, de algo, de alguna noticia, de un amigo que le dice mire que soltaron a ‘Fulano’ de tal, amigo de mi amigo, para ir a buscarlos y preguntarles si saben algo de mis viejos”.
La ausencia de ellos los arrincona con fuerza. Como familia ha sido el reto más doloroso que han tenido que enfrentar. Pero sobre todo la falta de certeza de por qué se los llevaron ese día.
“Uno se vuelve realista. De un momento a otro ya no hay más información, nadie dice nada. Nosotros buscamos las formas más lógicas y coherentes de la situación, pero ¿qué hacen con un par de ancianos 18 años en la selva?", señala Héctor.
Pero, describe, no pueden parar de buscarlos. “Uno lo hace por amor a su familia, a su papá y a su mamá. Yo estoy seguro de que ni mis hermanos ni yo estamos dispuestos a dejar las cosas así quietas”.
El costo de estos años es irreparable. Pero esperan que, algún día, la investigación pueda esclarecer el lugar dónde se encuentran. “Hasta que no me entreguen a mí los restos de mis viejos, que me los identifiquen plenamente con las pruebas de ADN, ya las cosas pararán ahí.  Cogeremos nuestros restos, les daremos su santa sepultura y empezaré a hacer el duelo”.
“Lo que espero es que nos digan a cada uno de los familiares de las víctimas lo qué pasó, que nos miren a los ojos y nos digan: sí, hicimos esto. Porque ellos no me van a pagar a mi papá y a mi mamá con 10 ni con 50 años de cárcel. ¿Cómo se repone esto?, ¿cuánto dinero les pido?, ¿los mismos 800 millones? No hay dinero que pague eso. Solo la verdad”.
Héctor, mientras llega ese día, sigue cargando a donde quiera que vaya una foto de sus papás juntos, la imagen lo ha acompañado a todos lados en estos años difíciles. Es su forma de sentir que ellos no se han ido del todo.
MARÍA FERNANDA ARBELÁEZ MÉNDEZ
Redacción ELTIEMPO.COM
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