El fuego se propagaba rápidamente e incineraba lo que encontraba a su paso: las casas, gallinas, ganado, la escuela, la capilla; todo lo que había en la vereda El Congal, ubicada en Samaná, Caldas, ardía y quedaba en cenizas.
A unos pocos metros del lugar, Ercilda López, oriunda de esa vereda, veía el fuego en la cima de la montaña que se acercaban a su vivienda. Tomó de la mano a sus dos hijos, de 5 y 3 años, una cobija y junto a su esposo, Wilson Betancur, huyeron ese sábado 19 de enero de 2002 entre la imponente vegetación, en dirección opuesta a las llamas.
No hubo tiempo de llevar comida o empacar ropa, salieron con lo que tenían puesto y corrieron a esperar una de las chivas que estaba sacando a las cerca de 300 personas que vivían allí y estaban siendo desplazadas por los paramilitares. “Fue muy duro”, recuerda.
En medio de la trocha, la chiva recogía a la mayor cantidad de personas que podía para llevarlos a Florencia, el centro urbano más cercano, ubicado a una hora y media. Allí, los estaba esperando la Cruz Roja, que les dio alimento, colchonetas y útiles de aseo por un tiempo.
Tres días después fue el cumpleaños de Ercilda, pero ni siquiera lo notó. No tenía cabeza para las celebraciones.
Algunas familias habían recibido un aviso 12 horas antes por parte de los paramilitares. “En una reunión en San Diego (una vereda cercana), ‘Ramón Isaza’ dijo: ‘vayan y queman todo lo que haya allá, y el que dé papaya sáquenlo, porque yo necesito sacar a la guerrilla de las Farc”, cuenta Eorlin Henao, uno de los habitantes que dice que asistió a esa reunión.
Ese fue el preludio de lo que ocurrió. El grupo paramilitar del ‘Viejo’ Isaza ingresó a El Congal y quemó todo lo que existía.
Y tras la tragedia les mandaron una advertencia: “Ese sábado nos dejaron una razón. Que al otro día volverían a subir y lo que encontraban lo mataban”, agrega Hermison Betancur.
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“Vivíamos con miedo, la vida era muy maluca, solo era guerra”, cuenta Floralba Cardona de su vida antes del incendio. Los habitantes vivían en medio de un fuego cruzado entre los paramilitares y la guerrilla de las Farc, que dominaban la zona, y estaban en una intensa confrontación armada.
El frente 47 de las Farc, liderado en esos años por Elda Neyis Mosquera García, alias Karina, se asentó en El Congal y sus alrededores e impuso el miedo, luego de que el anterior jefe guerrillero fue capturado por las autoridades. A los habitantes de esta vereda los impulsaba a que cultivaran hojas de coca y se fueran a sus filas.
La guerra empeoró cuando a comienzos del nuevo siglo, las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, bajo el mando del ‘Viejo’ Isaza, tenían varios frentes en la región y entraron a disputarles los territorios a las Farc.
“Ellos trataron de sacar a la guerrilla de El Congal, pero como no los encontraron quemaron el pueblo para que no tuvieran dónde resguardarse, porque aquí la guerrilla se metía en las casas”, cuenta Eorlin.
Las extorsiones eran casi a diario. Sus habitantes eran tildados como auxiliadores o simpatizantes por cualquiera de los bandos.
“Cuando usted hacía mercado e iba llegando a la casa lo cogían o lo paras o las Farc y le quitaban parte de la comida porque decían que uno se lo iba a dar al otro bando”, recuerda Eorlin.
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Ana Felicia Herrera y su esposo, Daniel Betancur, hijo de uno de los fundadores de El Congal en 1920, recuerdan que durante quince días varios de sus habitantes tuvieron que dormir cerca de un río mientras otros vecinos desarmaban sus casas y trataban de correrlas de la guerra, pero esta los perseguía mientras los combates seguían de día y noche. En esa guerra perdieron a uno de sus 14 hijos.

Ercilda López y Wilson Betancur recibieron los títulos de propiedad.
Néstor Gómez / EL TIEMPO
En mayo de 2005, Ercilda y su familia decidieron regresar. A los pocos días volvieron a ser desplazados por la guerra, que se quería arraigar en estas tierras, aptas para el cultivo de la hoja de coca. Desde entonces, esta familia anduvo por Tolima, Cundinamarca, Boyacá, pero en ninguna parte se sintieron en su hogar, así que volvieron.
RetornarEstando en Florencia, un día nos sentamos a hablar con el padre José Humberto Cortés y la fundación Apoyar y dijimos: ‘ve, qué rico hacer un paseo a El Congal’, y ahí fue cuando se dio el primer convite para entrar, pero a la gente le daba miedo”, cuenta Ercilda.
Con el impulso de ese cura y de un grupo de jóvenes llamado La Legión del Afecto, los desplazados empezaron a ilusionarse con volver a su pueblo. El desminado humanitario ya hacía presencia allí y eso les dio un poco de seguridad.
Ellos irrumpieron en la selva y se reunieron en diciembre de ese año. Armaron una fiesta y comieron un sancocho para celebrar el encuentro.
“Cuando llegué se veían los escombros, todavía había pedazos de zapatos, ollas, fue muy triste”, asegura Ercilda.
Lo primero que empezaron a hacer fue una vía, cada uno con su pala y con ayuda de la alcaldía y gobernación abrieron un camino que hoy es una carretera destapada por la cual se pueden movilizar con mayor facilidad.
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Poco a poco, las familias recibían la llamada del párroco que los animaba a volver. Cada uno construyó nuevamente su casa de madera, empezó a cultivar y a levantar nuevamente su pueblo.
Algunos habitantes cedieron parte de su predio para construir nuevas viviendas y zonas comunes
Los que iban llegando y no tenían vivienda se iban acomodando en el puesto de salud hasta que construyeran su casa.
Después de interponer una demanda, el 19 de diciembre del 2016 un juez de Restitución de Tierras de Pereira reconoció a 17 familias de El Congal como víctimas de abandono forzado del predio, con derecho a la restitución de sus tierras y a la titulación.
En diciembre de 2019, Ercilda y Wilson recibieron su casa, pero no había alcantarillado ni luz, así que no regresaron. En los últimos dos años pusieron todos los servicios públicos, así que su esposo retornó. Ahora él tiene una carnicería y una tienda en su casa, que es administrada por dos de sus hermanos; él se dedica al proyecto productivo de ganadería, que se lo dio la Unidad Nacional de Restitución de Tierras.
Ercilda lo visita cada ocho días pues es madre comunitaria en Florencia.
Ella cuenta que este retorno ya no tiene reversa pues se siente protegida porque el Ejército siempre los acompaña, y el 16 de abril recibió los títulos de propiedad de su tierra, que le dan tranquilidad de que nadie la sacará de su predio.
Ella es una de las 17 familias que ese día recibieron sus títulos de propiedad sobre bienes que ya tenían. Está feliz.
“Algunos habitantes cedieron parte de su predio para construir nuevas viviendas y zonas comunes”, le dijo a EL TIEMPO Andrés Castro, director de la Unidad de Restitución de Tierras (URT). Daniel fue uno de ellos.
Hoy han regresado alrededor de 20 familias, aunque algunas no están allí de forma permanente pues ya tenían la vida organizada en otros lugares. Hay un colegio equipado, un centro de salud, una cancha de fútbol, una miscelánea y varias tiendas. Pero todavía falta pavimentar calles, la contención de taludes y la construcción de un parque, que tendrá como principal atractivo un monumento.
Con una sonrisa, pero mirada agachada, Egidio Henao, quien se tuvo que ir en 2001 con sus cinco hijos y seis mil pesos en el bolsillo, confiesa que no puede dormir solo, su perro Teo lo acompaña cuando no está su esposa. Y si ladra, se despierta asustado, pensando que una bala va a atravesar su pueblo. Luego recuerda que esa época en la que “a uno lo mataban porque uno vivía aquí”, ya concluyó. Hoy se dedica a cuidar a sus cerdos para venderlos.
Este año, la URT espera que tres familias más puedan tener su vivienda, entre ellos Daniel y Ana Felicia. “Con las 21 sentencias próximas serían un poco más de 40 familias que esperamos que pronto tengan su vivienda”, señaló Sandra Niño, directora de la URT para el Valle y Eje Cafetero.
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Aunque estas familias han podido resurgir, personas de otras veredas de Samaná no pueden contar la misma historia de su restitución que los habitantes de El Congal.
“En el transcurso del año esperamos recibir 53 nuevos casos de inscripción en el registro para este municipio. Es decir, que serían casos próximos que se llevarían ante una instancia judicial”, agregó Niño.
En esta, una de las zonas que más vivió la guerra, el batallón nº 3 de desminado humanitario ha despejado 59.739 metros cuadrados y encontrado 93 minas antipersonal, 2 municiones sin explosionar y esperan entregar el municipio libre de sospecha en 2023, tras labores que empezaron el 15 septiembre 2010.
Hoy en este lugar reina la paz.
LUISA MERCADO
Redacción Política
Twitter: @LuisaMercadoD
Instagram: @luisamercado1
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