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Proceso de Paz

'La impunidad tiene un costo enorme': Francisco Santos Calderón

Desde hace unas semanas, el uribista Centro Democrático viene liderando la campaña por el 'No'.

Desde hace unas semanas, el uribista Centro Democrático viene liderando la campaña por el 'No'.

Foto:Esneyder Gutiérrez

El exvicepresidente explica sus motivos para votar por el 'No' en el plebiscito.

Sé lo que es levantarse sin saber si es el último día de vida. O acostarse sin saber si es la última noche. Sé lo que es salir corriendo del terruño para salvar la vida. Fui secuestrado por Pablo Escobar y desplazado por las Farc. He sido víctima y he ayudado a víctimas durante los últimos 26 años. Sé lo que es el dolor de la violencia.
¿Quién no va a querer la paz? ¿Quién no va a querer que las Farc y el Eln se desmovilicen y entreguen las armas? Nadie en este país es tan loco como para no querer un sueño de estas dimensiones. Por eso, tanto quienes van a votar ‘Sí’ como quienes vamos votar ‘No’ en el plebiscito queremos –en el fondo– lo mismo.
¿Dónde está la diferencia? En una paz con raíces que germine o una paz que desemboque en nuevos tipos de violencia.
Desafortunadamente, el presidente Juan Manuel Santos ha negociado una paz que no va a durar, que no va a prosperar y que no va a florecer. Por eso, votar ‘No’ es decirle sí a una paz que está cerca, pero que requiere de rectificaciones que solo un mandato masivo de los colombianos puede lograr.
Ni las Farc ni el actual Gobierno han entendido que la paz nace del corazón.
Nace del perdón y nace de la misericordia. ‘Timochenko’ y Juan Manuel Santos, en una actitud soberbia, creen que es solo un negocio de poder. Ahí se equivocan. Entre otras, porque excluyen al resto de la sociedad, en especial a las víctimas directas e indirectas de esta violencia.
Es increíble que hoy la paz divida a la sociedad colombiana. Pero la explicación es sencilla. Este proceso de paz justificó los terribles crímenes del perpetrador revictimizando a cientos de miles, o millones, de víctimas de una violencia que de ninguna manera es justificable.
Recuerdo cuando en el barrio Fátima una bicicleta bomba asesinó a Johana Zárate, de 5 años, y sus padres perdonaron a los autores de este horrible crimen. Antanas Mockus, indignado, dijo: “Es que el perdón hay que merecerlo”.
Y para merecerlo hay que pedirlo. En este proceso, las Farc no solo no piden perdón, no solo justifican sus crímenes, sino que con cinismo responden sobre la verdad a las adoloridas víctimas de su violencia: “Quizás, quizás, quizás”.
En Sudáfrica, el tribunal escuchaba a los perpetradores relatar sus crímenes y, con presencia de las víctimas, los perdonaba.
En miles de audiencias de Justicia y Paz, y vi muchas, las víctimas enfrentaban a los perpetradores y se empoderaban. En este proceso nada de eso va a suceder. Ni verdad, ni reparación ni víctimas empoderadas enfrentando a su victimario. Es una paz en la que el crimen triunfa, es una paz donde el perpetrador es victorioso. Peor aún, es una paz en la que el fin justifica los medios.
Y se inventaron tribunales para enlodar a toda la sociedad. Se inventaron una justicia que no repara. Se inventaron una verdad que el perpetrador va a poder editar. Se inventaron todo tipo de mecanismos para encubrir una impunidad que castiga a toda la sociedad. Por eso, esta paz divide al país en vez de unirlo.
La paz necesita un acto de contrición. De las Farc la sociedad colombiana y las víctimas han recibido todo lo contrario. Es difícil, por no decir imposible, vivir al lado de quien no es capaz de reconocer que la violencia ha sido su única manera de expresar sus ideas y su legítimo ideal de transformar esta sociedad.
La peor tragedia de este proceso de paz es permitir que los victimarios se hagan las víctimas y despojen de ese derecho a las verdaderas víctimas de esa violencia.
Víctimas que quieren verdad, la única reparación que en algo matiza el dolor, pero ni eso van a tener. Al contrario, las palabras de los miembros de las Farc aún destilan esa terrible justificación de la violencia. Aún huelen a pólvora.
Las Farc nacen de un reclamo legítimo y de una exclusión. “Dónde están las gallinas”, dijo ‘Manuel Marulanda’. Pero poco a poco esa exclusión se convirtió en la justificación del terror, del narcotráfico, del secuestro, del desplazamiento, del reclutamiento de niños, de los abortos forzados y de tantos otros delitos que deshumanizaron a su dirigencia y al resto de la organización.
Un proceso de paz debe acabar con esa exclusión, pero para ello primero se debe volver a humanizar a los miembros de las Farc.
Sus crímenes nunca se perdonarán, pero sí se puede llegar a perdonar a quienes los cometieron. Y para eso se necesita que el perdón lo otorgue la víctima y no lo entregue el victimario, como hoy sucede.
La impunidad tiene un costo enorme, moral y ético.
El castigo, por el contrario, tiene como resultado la redención. Si las Farc quieren tener un futuro político deberían ir por el segundo camino, pues el primero los conducirá inexorablemente al repudio que hoy sienten los colombianos por ello, al olvido y –Dios no lo quiera– a la violencia.
¿Cómo lograr que los miembros de las Farc se humanicen, se incluyan en nuestra sociedad y tengan futuro alguno?
Con un voto masivo por el ‘No’ en el plebiscito que dignifique a las víctimas y empodere a esta sociedad para decirle a Santos y a ‘Timochenko’: paz sí, pero no así.
FRANCISCO SANTOS CALDERÓN
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