No anda uniformado ni exhibiendo las condecoraciones que ha recibido. No le molesta almorzar un corrientazo e incluso alcanza a sonrojarse cuando le dicen que tiene un importante club de ‘fans’ dentro del grupo de mujeres que forman parte de la Misión que la ONU destinó para el proceso de paz con las Farc.
Se trata del general argentino Javier Pérez Aquino, jefe de observadores de dicha Misión, que tiene la delicada tarea de verificar los incidentes que se registren entre las partes, pero también de recibir las armas que dejen las Farc y certificar el desarme.
El oficial no fue elegido a dedo para ejecutar esta labor. Participó en una selección en la que estuvieron uniformados de varios países del mundo. Tras una entrevista vía Skype de más de 20 minutos, que la ONU le hizo desde Nueva York, fue escogido.
Su elección fue por el conocimiento que tiene en este tipo de asuntos. Cuenta con 35 años de experiencia militar internacional y nacional, ha trabajado en varias misiones de la ONU y en 1993 fue observador militar en la Misión de Observación de las Naciones Unidas para Irak y Kuwait (Unikom).
En su carrera militar ha sido jefe del Estado Mayor de la Fuerza de Despliegue Rápido, comandante de un regimiento de infantería paracaidista y director del Centro de Atención a las Emergencias Humanitarias en el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Argentina. Y, desde el 13 de junio del año pasado, este general de brigada, casado y padre de dos hijos, es el jefe de observadores de la ONU en Colombia.
Como él mismo lo admite, no ha sido un trabajo sencillo. Reconoce las grandes dificultades logísticas que ha tenido para desarrollar su tarea. Abre los ojos y levanta las manos cuando habla de los problemas que representan muchos de los caminos de este país, las distancias, la inclemencia del clima y de sus intempestivos cambios. Pero, enseguida se emociona y dice que está enamorado de Colombia, de las montañas, de la gente y hasta de la comida.
Pérez Aquino no es un oficial de escritorio; prácticamente, todos los fines de semana los tiene dedicados a visitar a su gente en las zonas veredales, a ver sobre el terreno qué está pasando. Y, eso no es algo sencillo, pues implica recorridos en avión o en helicóptero. Pero, también largas horas en campero por trocha o en bote para llegar a los puntos de concentración de la guerrilla.
En sus propias palabras, ya conoce más a Colombia que a su natal Argentina.
Por eso habla sobre cómo lo sorprendió la belleza de la zona veredal de Vidrí, en Vigía del Fuerte (Antioquia), que le parece el área más exuberante por la espesa selva que la rodea.
Pero, también recuerda el mono que adoptaron en la zona de Filipinas, en Arauca, y que es el consentido de todos los miembros del Mecanismo de Monitoreo y Verificación.
Además, a su mente vuelve la carne a la llanera que le dieron en Mesetas, Meta, la cual lo hizo olvidar por completo la que come en su país de origen.
Ese conocimiento que ya tiene del territorio y de las dificultades que plantea fue lo que le permitió en febrero pasado, cuando estuvo ante el Consejo de Seguridad de la ONU (Nueva York), junto a Jean Aranult, jefe de la Misión en Colombia, referirse a la “Colombia profunda”, la de esas regiones lejanas, casi inaccesibles.
Los incidentes entre las partes desde que se firmó el acuerdo han sido mínimos, nada grave
En ese mismo sentido lo emociona cuando recuerda que los embajadores de los países que integran el Consejo de Seguridad estuvieron en la zona veredal de Vista Hermosa, Meta, donde les llovió y al momento sintieron el calor ardiente; donde hablaron con los campesinos que les contaron sus dificultades y donde la chiva que los transportaba se enterró y tuvieron que caminar sobre el barro. “Conocieron esa Colombia profunda”, dijo.
Mientras degusta un pedazo de pollo con ensalada en el corrientazo, recuerda que está al frente de 520 observadores de 19 países que fueron entrenados para recibir las armas de las Farc, un grupo conformado en su mayoría por gente de la región, pero en el que también hay de Georgia, de Corea y Reino Unido.
Es entonces cuando reconoce que ha tenido experiencia en misiones de observación, pero que cada proceso es diferente y no siempre se pueden aplicar las mismas experiencias.
“Aquí hay que destacar que en este proceso, los incidentes entre las partes desde que se firmó el acuerdo han sido mínimos, nada grave, y lo que se debe resaltar son las vidas que se han salvado”, afirma el oficial, quien los fines de semana que no sale a las zonas veredales aprovecha para ir a ciclovía en Bogotá.
Para él, algo que también se debe destacar “es la voluntad” de las partes, que “es admirable”, para sacar adelante este acuerdo, que califica de “irreversible”.
Sobre los desafíos que se le vienen, dice que el más grande es el de las caletas, que, según las Farc, son más de 900. “Esa será nuestra prioridad. Estamos trabajando duro para la destrucción de esos explosivos en las caletas”, dice el oficial, quien asegura que la idea es destruir el mayor número posible antes del primero de septiembre.
El lío es que la mayoría está en zonas muy alejadas, en medio del monte, donde no hay vías de acceso, donde solo llegar ya es complicado. Y, a veces, todo es solo para sacar un arma.
Y de nuevo vuelve a hablar de su vida en el país, de la comida, de la Navidad que pasó el año pasado en Mesetas y del que considera el sitio más bonito de Bogotá: la quebrada la Vieja.
“A cualquier general le gustaría tener el puesto que tengo”, dice, y se ríe.
JORGE ENRIQUE MELÉNDEZ P.
Subeditor de Política