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Proceso de Paz

¿Debe reinventarse la Comisión de la Verdad?

En 1984, Ernesto Sábato (i) entregaba al presidente de Argentina, Raúl Alfonsín (c), y al ministro del Interior, Antonio Troccoli (d), el informe ‘Nunca más’ de la Conadep, considerado como el informe pionero de las comisiones de la verdad en el mundo.

En 1984, Ernesto Sábato (i) entregaba al presidente de Argentina, Raúl Alfonsín (c), y al ministro del Interior, Antonio Troccoli (d), el informe ‘Nunca más’ de la Conadep, considerado como el informe pionero de las comisiones de la verdad en el mundo.

Foto:www.alfonsin.org

La CV en Colombia debería reinventarse y poner el acento más en el futuro que en el pasado.

User Admin
El informe pionero de las comisiones de la verdad (CV) en el mundo fue el Informe Sábato de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep), en Argentina. Este abarcó el período de las cuatro juntas militares del llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), lideradas por los generales Jorge Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone.
 El presidente Raúl Alfonsín lo recibió de manos de Ernesto Sábato el 20 de septiembre de 1984 bajo el título Nunca más.
Este nombre fue sugerido por el rabino Marshall Meyer, miembro de la Conadep, rememorando el lema utilizado por los sobrevivientes del gueto de Varsovia entre 1941 y 1943.
Desde entonces, se han impulsado numerosas CV aquí y allá en muchos países del mundo. Algunas han sido muy importantes para avanzar hacia la reconciliación nacional. Este fue el caso de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica, que, bajo el liderazgo de Nelson Mandela y Desmond Tutu, buscó superar el sistema fundado en el apartheid. Otras no han logrado mayor impacto: por ejemplo, el informe que le entregó en mayo de 2007 la Comisión de la Verdad para Ecuador al presidente Rafael Correa.
En todo caso, el balance de las CV en América Latina no es muy alentador. A mi modo de ver, si la CV en Colombia quiere generar un impacto real en el proceso de reconciliación nacional, debe reinventarse y no debe contentarse simplemente con hacer más de lo mismo. Si este fuera el caso, va a ser una institución intrascendente. ¿Cuáles son los mayores retos que enfrenta?


El primer reto

Evitar convertirse en un ‘campo de batalla’. El principal riesgo es que, como les ha ocurrido a otras comisiones que han tenido como tarea la reconstrucción del pasado tras un período traumático, este espacio se convierta en un campo de batalla y no en un escenario de reconciliación. Es decir, que se intente utilizar el relato histórico de la CV para justificar las acciones de uno u otro actor y poner en la picota pública la de sus adversarios.
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, un político pacifista inglés, Arthur Ponsonby, publicó una obra pionera sobre este tema: La falsedad en tiempos de guerra. Las mentiras de la propaganda durante la Primera Guerra Mundial (1928), en la cual planteaba cómo las naciones beligerantes aprendieron diversas técnicas de manipulación de la opinión pública, destinadas tanto a debilitar la moral de combate de sus enemigos como a fortalecer la convicción en su propio campo de que estaban comprometidos en una causa justa.
Con base en este libro, la historiadora ítalo-belga Anne Morelli planteó, en una obra muy polémica (Principes élémentaires de propagande de guerre, 2001), planteó lo que considera que son los diez mandamientos de la propaganda de la guerra:
1. No queríamos la guerra. Solo nos estamos defendiendo.
2. ¡Nuestro adversario es el único responsable de esta guerra!
3. Los líderes del campo adversario son abominables.
4. ¡Estamos defendiendo una causa noble, no intereses particulares!
5. El enemigo comete atrocidades de manera voluntaria. Las nuestras constituyen
efectos colaterales no deseados.
6. El enemigo utiliza armas prohibidas.
7. Sufrimos pocas pérdidas. Las del enemigo son considerables.
8. Reconocidos artistas e intelectuales apoyan nuestra causa.
9. Nuestra causa es una causa justa.
10. Quien pone en duda nuestra visión ayuda al enemigo y es un traidor.
Argentina es un claro ejemplo de estos argumentos. Los miembros de la guerrilla de entonces, el Ejército Revolucionario del Pueblo (Erp) y los Montoneros, responsabilizaron a las Fuerzas Armadas (FF. AA.) del ciclo de violencia y, a su turno, estas sostuvieron que su guerra contrainsurgente era justa para enfrentar la amenaza terrorista, así como necesarios los métodos utilizados. Por eso, ambos, la guerrilla y las FF. AA., rechazaron el Informe Sábato. Y aun cuando este informe coadyuvó al mayor avance en el respeto a los Derechos Humanos en la historia argentina, aun hoy, 36 años después, las heridas continúan abiertas.
En ese sentido, la CV debe buscar quebrar estos discursos justificadores de la guerra y, sobre todo, de los excesos cometidos durante el conflicto, provengan de donde provengan, para poder construir un relato equilibrado y justo de lo ocurrido. En nuestro caso, desde 1958, es decir, desde el inicio del Frente Nacional.

El segundo reto

La tentación de publicar nombres de responsables a pesar de ser un organismo extrajudicial. La verdad histórica busca determinar, fundamentalmente, los patrones de victimización (tales como el secuestro, el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes, la siembra de minas antipersona, los delitos sexuales, las ejecuciones extrajudiciales, etc.) y, por lo tanto, determinar las responsabilidades colectivas. Es decir, una CV no está facultada para publicar nombres individuales, pues no se trata de una instancia judicial; es por esa razón que el señalamiento de una persona atentaría contra el debido proceso y la presunción de inocencia.
La verdad judicial, por el contrario, sí está llamada a determinar responsabilidades individuales (quién le hizo qué a quién) e imponer las sanciones contempladas en el código penal o, si es del caso, en las normas que rigen la justicia transicional.
En América Latina, dos CV, la de El Salvador y la de Ecuador, decidieron publicar nombres propios de agentes del Estado –y, en el primer caso, de guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)–, bajo el supuesto de que la justicia no iba a funcionar y que, por tanto, denunciar responsables con nombre propio iba a producir al menos una sanción social. Fue un grave error. Ambos informes fueron rechazados enérgicamente y perdieron su eficacia como instrumentos de reconciliación nacional.
Es más, en el caso de la Comisión de Ecuador se publicaron nombres de 459 funcionarios públicos que habrían cometido supuestamente excesos, ante todo, durante el gobierno de León Febres-Cordero entre 1984 y 1988, muchos de los cuales fueron exonerados más adelante por la justicia, pero ya su nombre y su reputación habían sido destruidos.

El tercer reto

¿Cómo equilibrar la lectura del pasado con los requerimientos del futuro? Es muy probable, como ha ocurrido en muchas experiencias de CV en América Latina, que sea imposible construir un relato compartido sobre el pasado. Es decir, que las diversas lecturas efectuadas por la guerrilla, las Fuerzas Armadas, el empresariado, los partidos políticos y las víctimas de los distintos actores sean imposibles de conciliar.
Hoy, en España, la guerra civil (1936-1939) y el gobierno del general Francisco Franco (1939-1975) siguen dividiendo a los españoles y se habla de las ‘dos Españas’, cada una afincada en una visión excluyente del pasado. Hasta el punto de que la Ley de Memoria Histórica, aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007 e impulsada por el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, nunca se pudo implementar.
Pero en Colombia, si bien es poco viable que compartamos una mirada en común sobre el pasado, es urgente ponernos de acuerdo sobre los valores del futuro. Ante todo, en un país donde la violencia múltiple no ha sido superada y, por tanto, la CV no va a ser –como sus pares en el mundo– una ‘comisión de cierre simbólico’ que deslinda claramente un antes y un después.
Por ello, creo que la CV se debería reinventar: debería ser una comisión cuyo informe final se escriba más en un ‘código de reconciliación’ que en un ‘código de memoria’. De esta manera, podríamos disponer de una lectura plural del pasado, pero, y sobre todo, de una lectura compartida del futuro.
En otras palabras, frente a las cuatro preguntas centrales de las CV: ¿qué pasó? ¿Por qué pasó? ¿Quién fue responsable? y ¿cómo evitar que se repitan los hechos victimizantes en el futuro?, la comisión de Colombia debería poner el acento en la última cuestión. Es decir, marcar una hoja de ruta para el futuro.

Ejes de la nación soñada

A mi modo de ver, estos podrían ser los diez mandamientos de un compromiso histórico para pasar la página de la violencia: 
1. La izquierda jamás volverá a utilizar las armas como un recurso para intentar acceder al poder. Solo las vías constitucionales son legítimas.
2. El monopolio de las armas es un patrimonio del Estado y de sus FF. AA.: nunca más aceptarán que grupos privados, promovidos por agentes estatales o élites regionales, ejerzan funciones de orden local o regional.
3. Nunca más ningún actor armado utilizará el secuestro (incluso bajo el eufemismo de retención) como un mecanismo de financiación, siendo como es un crimen de lesa humanidad.
4. El Estado y sus FF. AA. nunca más utilizarán como criterio de evaluación de la eficacia de sus miembros o de sus unidades el número de bajas (body count).
5. La Dirección Nacional de Inteligencia no volverá a ser una rueda suelta en el andamiaje del Estado y se definirán mecanismos claros de control institucional riguroso.

Si la Comisión de la Verdad logra construir las bases de un acuerdo histórico en torno a estos ítems, dejaría, sin duda, una huella imborrable

6. El cuerpo de la mujer no volverá a ser jamás un botín de guerra.
7. El uso de métodos de interrogatorio fundados en presiones físicas o psicológicas ilegales (tortura) jamás volverán a ser utilizados.
8. Las niñas, niños y adolescentes nunca más volverán a ser objeto de reclutamiento forzado.
9. Jamás los atentados contra oleoductos y pozos petroleros volverán a ocurrir, debido a su inaceptable impacto ambiental.
10. El país implementará medidas de distinto orden para reducir la pobreza urbana y rural, la desigualdad en la tenencia de la tierra y en los ingresos.
Si la Comisión de la Verdad logra construir las bases de un acuerdo histórico en torno a estos ítems, dejaría, sin duda, una huella imborrable. Por ello, creo que Francisco de Roux debería ser más un Desmond Tutu que un Ernesto Sábato.
EDUARDO PIZARRO LEONGÓMEZ
Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia
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