Solo hay barro en el barrio Nelson Mandela. La lluvia torrencial que cayó este lunes sobre Cartagena convirtió el polvo de la calle en un fango donde es difícil pasar.
Desde esta loma no se alcanza a ver el castillo de San Felipe ni el Centro de Convenciones. Tampoco las banderas blancas ni la alfombra roja en donde desfilan los invitados especiales la firma de la paz. Desde allá tampoco se ve esta cara de Cartagena. (Lea también: Así se vivió en las ciudades la firma de la paz entre Gobierno y Farc)
Para llegar aquí hay que atravesar varios barrios populares, canales de agua contaminada e incluso el famoso mercado de Bazurto. La gente en las calles parece ajena a lo que sucede a 45 minutos de ellos, allá donde “hacen el reinado” como me cuenta Jazmín.
Los jóvenes, esos que nombran en todos los discursos desde el Centro de Convenciones, ignoran o quizás son indiferentes al evento. Algunos bailan en la calle, otros están en los billares o juegan fútbol a pie limpio.
En el recorrido también se ve a mujeres colgando ropa en las ventanas o en improvisados patios, y a los hombres meciéndose en hamacas y tomando lo que parece ser ron.
Cuando se conquista esa loma alta donde se erige el Nelson Mandela se puede ver la panorámica de una Cartagena quieta y espesa. A las cinco de la tarde, en un televisor encendido al final de una calle suena el himno nacional y un grupo de mujeres se dispersa. Cada una entra a sus casas, apuradas.
“Ya va a empezar la paz y la comida no está lista”, grita Victoria desde su cocina por cuya ventana se cuela el olor a pescado frito. (Además: Santos y 'Timochenko' firmaron histórico acuerdo de paz)
“A mí sí me interesa esto. Me emociona. La guerra ya nos trajo muchos muertos y no nos lo va a devolver. Entonces, que se sienten los que se tienen que sentar pa ver si esto se soluciona”. A otros no les interesa. Algunos gritan a nuestro paso "que para qué esto si después los olvidamos".

Archivo particular
“La guerra no pidió permiso para entrar en mi casa. Cuando yo quedé desplazada nadie me miró, nadie me pidió perdón. Si quieren la paz, pues que toquen mi puerta porque todos vienen y después ni nos miran. Ojalá que la tal paz se acuerde esta esquina”, afirma Honorio, quien prefiere no dar su apellido.
Durante la ceremonia, disminuye el ruido de los picós y de las fichas de ajedrez contra las mesas de madera. Este barrio de 40 mil habitantes, la mayoría de ellos desplazados, está callado y en la mayoría de las casas, las familias se sientan frente al televisor donde aparecen ministros, víctimas y guerrilleros. Rostros que muchos no reconocen.“¿Ese es Iván Márquez o ‘Timolenko’?, pregunta Mario Ayazo, uno de los tenderos del mercado del sector diez.
“No, papi es Timochenko, Timochenko. El duro de las Farc”, corrige Darío a su padre.
Aunque en la televisión se ven los aviones de la Fuerza Aérea maniobrando, en este lado de la ciudad ni siquiera se escuchan, apenas se oyen los aplausos de algunos habitantes que se tocan la cara y se abrazan silenciosamente entre ellos. (También: El día más importante para las víctimas del conflicto)
“Yo pensé toda la semana en esto. Es que parece mentira es como irreal. Yo, que doy gracias por tener mi casa aquí, en este barrio que todos creen que es caliente. Pues yo doy las gracias y pido por todas esas personas que un día lo perdieron todo”, afirma Olidis Espitia.
Su esposo, Jorge Luis Pérez, está en la mecedora. Habla poco y ha pedido varias veces que le bajen a la voz o que suban el volumen de la televisión.
Mientras se acaba la ceremonia, suelta la frase más certera: “Listo, mija se acabó la paz. Sirva la comida que nos toca estar listos para construirla”.
CINDY A. MORALES
Enviada Especial EL TIEMPO
CARTAGENA
cinmor@eltiempo.com
Twitter: @CinMorAleja