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Así se respira en las Farc el fin del conflicto
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Guerrilleros bailan durante un acto cultural en la X Conferencia de las Farc.

Foto:

Luis Acosta / AFP

Así se respira en las Farc el fin del conflicto

En el contacto con guerrilleros rasos salen a relucir las ganas de concretar la paz.

Lo que ocurre aquí en las sabanas del Yarí, a casi mil kilómetros de Bogotá, es único e irrepetible. Más de 1.500 mujeres y hombres de las Farc reunidos para esperar que el máximo organismo de su organización –la Conferencia Nacional Guerrillera– les indique cómo será el camino de la paz.

Y esperaron lo que les indicó porque es una organización disciplinada en el rigor de la guerra y del trabajo político del Partido Comunista Clandestino. Por eso, las respuestas sobre el futuro que les espera son las mismas: lo que sucederá con la organización, no necesariamente con los sueños individuales.

Estar aquí es histórico por el encuentro de tantos guerrilleros, porque es la última vez que se reúnen como grupo armado, porque es la única en la que por momentos son más los periodistas que los guerrilleros. Porque montaron una logística al estilo de un parque temático para que los extraños se aproximaran a algo de la vida en la insurgencia, pero sin lo angustioso de la guerra. Los guerrilleros llegaron de todas partes del país, acompañando a sus delegados.

‘Joaquín Gómez’ es miembro del secretariado, hombre fuerte de la estrategia militar en el bloque Oriental y parco con las respuestas. El miércoles, cuando los periodistas logramos entrar en montonera al sitio donde se reunieron los 207 delegados, le respondió a este diario una pregunta, pasando por encima de la restricción de no hablar.

“Llegó el tiempo de la paz, pero paz con justicia social, porque la paz no puede ni debe entenderse como el silencio de los fusiles. Si no hay justicia social, seguramente no habrá paz”, dijo.

“Un bombardeo es aterrador; no se lo deseo a nadie”, dice un guerrillero caldense que lleva 20 años en las Farc, al pie de una pequeña quebrada que sirve para el baño diario. “El día en el que creía que me moría fue durante un bombardeo en el Meta. Esa vez murieron 27 compañeros. La guerra es muy berraca y por eso hay que acabarla y estamos de acuerdo con la paz”, dice emocionado y sin ganas de dejar de hablar. Cuenta incluso que lleva años durmiendo en hamaca.

Otro es Felipe Rodríguez, uno de los pocos que se atrevieron a dar su verdadero nombre. Respondió apenas llegamos a las sabanas del Yarí: “Han vivido cinco generaciones en constante guerra. Los niños se merecen una Colombia en paz y que los hijos de esos niños también vivan en paz”. Felipe es de Caucasia, Antioquia. Tiene 23 años y 10 en las Farc. Pertenece a la compañía móvil ‘José María Carbonell’.

El viernes, pasada la una de la tarde y media hora después de que el Estado Mayor anunció el respaldo unánime de la X Conferencia al Acuerdo Final, los compañeros de Felipe lo buscaban como locos. Su mamá, a quien no veía desde hacía 10 años, estaba ahí. Había ido con la esperanza de encontrarlo, lo cual se hizo realidad. Fue un momento emocionante. Como lo fueron muchos otros casos en las mismas circunstancias. Papás, mamás, hermanos, primos, sobrinos, tíos y tías llegaron con el mismo sueño.

Como hormigas, unos 500 periodistas nos metimos en cada rincón de este sitio enorme para buscar testimonios de hombres y mujeres de carne y hueso que se están preparando para la paz después de estar de cabeza en la guerra.

Los vimos ocupados en la preparación de alimentos, arreglando una res recién sacrificada, jugando fútbol con botas y pantalón camuflado, bañándose en la quebrada, reunidos en cualquier espacio para ponerse al día con las historias de sus compañeros de otros frentes, saludando a los extraños sin ninguna prevención, cumpliendo funciones de periodista, haciendo una cola interminable para por lo menos hablar cinco minutos con un familiar del que no saben nada hace 10 años, aprovechando que tienen permiso para llamar por teléfono.

Algunos lo piensan porque “sé que la cucha está viva, sé que está ahí, pero debo hacerlo poco a poco, hay que cogerla despacio porque no los veo hace 22 años”.

Ya la guerra se fue. Sandra es de Arauca. Integró el anillo de seguridad de ‘Jorge Briceño’ y estaba con él cuando, en el operativo del 22 de septiembre del 2010 en La Macarena, murió uno de los hombres que más poder han tenido en las Farc. Seis años después hace la reflexión de lo que significa para ella la paz.

“Es una alegría para nosotros llegar a este momento porque es algo que veníamos buscando desde hace mucho tiempo –dice–. No sé por qué no se dio esto antes. No había necesidad de que el país sufriera todo lo que ha sufrido”.

Curiosamente, el nombre Farc brilla por su ausencia aquí. Salvo una bandera a la entrada de este campamento y los escudos en los uniformes de quienes aún visten de camuflado, en ninguna otra parte aparece.

Premonitorio o intencional, pero está claro que ese nombre quedará en el baúl cuando se oficialice el nombre del nuevo grupo político.

Hay mil historias en el Yarí que recuerdan lo dura que ha sido la guerra. Si lo fue para los armados, ¿cómo habrá sido para los civiles?

‘Echaremos de menos la vida en colectivo’

El país está ahora en la cabeza de los guerrilleros que deberán ir a las zonas veredales para la dejación de armas y el proceso de reinserción. Muchos esperan formalizar las actividades en las que se hicieron hábiles, como Paula, una joven tulueña que ya no recuerda cuándo se comió el último pandebono.

Hizo parte del equipo de comunicaciones durante la X Conferencia, es experta en propaganda, fue maestra de ceremonias en la clausura y espera homologar lo que ha aprendido. Dice: “Las Farc son una familia, y esa va a ser una de las cosas más difíciles cuando demos el paso a movimiento político y la vida en colectivo se echará mucho de menos”.

FERNANDO MILLÁN C.
@fernandomillan
Sabanas del Yarí (Caquetá).

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