En medio de asuntos relevantes de la negociación de paz que fueron destacados en la reciente ceremonia de entrega del Premio Nobel de Paz hay uno central y que será decisivo para el futuro del país: el perdón y la reconciliación.
Tanto en el discurso del Comité que entrega el galardón como en las palabras del galardonado se insistió, una y otra vez, en la importancia de que, aun en medio de dificultades, estemos avanzando como nación en una experiencia de perdón de la cual las víctimas del conflicto y las propias Farc vienen siendo protagonistas, lo cual, en este último caso, da cuenta de una enorme diferencia entre la guerrilla que inició el proceso y la que finalmente firmó la paz.
El día del anuncio público del inicio de la negociación de paz con las Farc en la misma ciudad que acoge la entrega del Nobel de Paz, Oslo, ‘Iván Márquez’, vocero de esa guerrilla, pronunció un discurso agresivo, abundante en reclamos y acusaciones de distinto tipo y contra diversos sectores.
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En ese mismo escenario, pero un poco más tarde, a ‘Jesús Santrich’ le preguntaron si la guerrilla estaba dispuesta a encarar a sus víctimas y pedirles perdón. ‘Santrich’ contestó con ironía: “Quizás, quizás, quizás”.
Un discurso radical al comienzo de una negociación no solo puede aceptarse, sino que en algunas teorías de la negociación de conflictos, incluso, se lo recomienda. Pero la burla y el sarcasmo frente a las víctimas son una ofensa inadmisible, en cualquier tiempo y circunstancia en que esta ocurra. Fue un mal día para una negociación que apenas comenzaba.
Sin embargo, de las Farc arrogantes e insensibles de ese entonces a las que hoy hacen tránsito hacia la vida civil (en medio de grandes incertidumbres y dificultades) hay una distancia enorme que muchos celebramos.
En lo político, se han comprometido con un acuerdo que dista mucho de su programa revolucionario inicial. Su voluntad de avanzar hacia el desarme y su reintegración no admite dudas, y su postura frente a las víctimas del conflicto, en especial aquellas grave y directamente afectadas por su acción, ha ido más allá de una admisión de responsabilidades para dar paso, tempranamente, a sentidas peticiones de perdón.
Se trata de un giro dramático que hay que reconocer, acompañar y estimular como comportamiento de una guerrilla acostumbrada a las “justificaciones” y a un discurso que, en otro tiempo, intentó volver “heroico” lo que es inhumano e inadmisible, aun en la peor de las guerras.
Se le atribuye al perdón ser un gesto elevado que pertenece al fuero más íntimo de cada persona, y en muchos casos como un valor moral y religioso muy profundo. De hecho, en los mandatos de la mayoría de las tradiciones espirituales se llama a la compasión, la misericordia y a perdonar e incluso amar a los enemigos.
Pero en el contexto de lo que está ocurriendo con las Farc en casos anteriores (Bojayá, La Chinita, la muerte de Genaro García en Tumaco) y ahora en el de los diputados del Valle, el perdón adquiere una dimensión colectiva y se vuelve lo que varios ya han llamado una “virtud política”, lo cual es extraordinario, aun sin que necesariamente le anteceda un “arrepentimiento” general y total por el levantamiento en armas del que hicieron parte.
En medio de las intensas disputas por el plebiscito, parte de los opositores cuestionaron, primero, que “pedir perdón” no estuviera dentro de los acuerdos y luego, cuando estos actos tomaron forma, criticaron que ya era tarde.
Sería ir ya demasiado lejos cuestionar si dichos gestos son sinceros o no cuando existe suficiente evidencia sobre la honestidad e integridad con las que las Farc han asumido el tema, y esas confirmaciones provienen tanto de víctimas directas como de personas que han acompañado estos momentos, inicialmente en La Habana y ahora en Colombia.
“No vamos a evadir la responsabilidad... Estaban en nuestras manos. La muerte de los diputados fue lo más absurdo de lo que he vivido en la guerra, el episodio más vergonzoso, y no nos enorgullecemos de eso. Hoy, con humildad sincera, pedimos perdón. Ojalá ustedes nos puedan perdonar”, reiteró ‘Pablo Catatumbo’, dirigente de las Farc, en el último acto realizado en Cali, en el que hizo además peticiones adicionales de perdón en el caso de Sigifredo López, por haber sido revictimizado como “cómplice” del secuestro en medio del silencio de las Farc, y a la familia del subintendente Carlos Alberto Cendales, muerto el día del secuestro.
En este proceso hay, sin duda, muchos pendientes de las Farc, pero ha sido un comienzo en la dirección correcta. Igual se espera que hagan el Estado, particulares y otros actores armados en cada caso que corresponda.
Como, en el mismo acto, dijo el alto comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, luego de reconocer que también en este caso está pendiente que el Estado asuma sus propias responsabilidades: “Si esta no es la paz... entonces ¿qué es la Paz?”.
Un proceso de reconciliación es el estadio más avanzado de un proceso de paz, y en eso el perdón (ofrecido y aceptado) es un elemento crucial porque, a diferencia de quedarse solo en la paz pactada, el perdón y la reconciliación son lo que permite restaurar los vínculos entre víctimas, ofensores y sociedad que la guerra y la violencia han roto.
¡Solo así es posible construir una visión compartida y creer y comprometerse con un destino común!
DIEGO ARIAS
Excombatiente del M-19 y el FMLN.
Profesional en Estudios Políticos y Transformación de Conflictos, y especialista en Cultura de Paz y DIH.
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