Para su familia, Uriel Montaño estaba muerto. La última vez que lo vieron fue hace 23 años, cuando les dijo adiós en El Carmen, Norte de Santander, para irse a la zona del Catatumbo en busca de una oportunidad de trabajo.
No volvieron a escuchar su nombre sino hasta el 2014, cuando un rumor les hizo creer que había sido asesinado en una masacre. Nunca supieron que se había convertido en guerrillero de las Farc.
Hace poco más de un mes que Uriel, ya concentrado con otros guerrilleros en la zona de desarme de La Paz, Cesar, le pidió ayuda a la Pastoral Social para buscar a su familia.
Entonces esta institución de la Iglesia católica se dio a la tarea de buscar a la familia de Uriel y a las de otros guerrilleros que el pasado 21 de mayo se reencontraron con sus seres queridos.
A Raquel, hermana de Uriel, lograron contactarla por teléfono después de una larga búsqueda a través de la Pastoral Social de Norte de Santander. Todavía vivía en el municipio de El Carmen.
Cuando le dijeron que Uriel estaba vivo se llenó de emoción. “Me lo imaginé como un hombre de familia, que tenía una finca con ganado y cultivos. Eso era lo que yo quería escuchar”, cuenta Raquel. Pero quedó impactada cuando supo que su hermano, en lugar de vivir en una finca, estaba en una zona de desarme de las Farc y que ahora lo llamaban ‘Aldaír’.
La primera vez que entablaron una conversación fue por teléfono. Ella no estaba muy informada sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc:
–Yo estoy en una zona veredal –le dijo su hermano al otro lado de la línea.
–¿Y eso qué es? –preguntó ella.
–¿Ha escuchado eso de la paz?
–¡No puede ser!
–Sí puede ser, yo pertenezco al frente 41 de las Farc.
“Mi mundo se dividió en dos partes. Era la emoción de saber que él existía y estaba vivo, pero uno no espera eso”, recuerda Raquel.
Pero, eso no cambió el deseo que ella tenía de volver a ver a su hermano. Por el contrario, comenzó a recordar al niño con quien jugaba a las escondidas, al que le ganaba casi todas las apuestas y con el que se peleaba de vez en cuando. El que ella consideraba como su hermano gemelo.
Y viajó hasta la zona veredal de La Paz para reencontrarse con Uriel. “Yo esperaba ver al mismo niño con el que jugaba, ese muchacho de mirada tierna. Pero encontré a un hombre mayor con canas y arrugas, agotado y maltratado por la guerra. Tiene las manos acabadas, fue por manipular un artefacto explosivo. Eso fue lo que me dijo”, relata Raquel.
El reencuentro de estos dos hermanos fue entre lágrimas y besos. Ella abrazó a Uriel en nombre de su madre, que murió hace 10 años sin volver a ver a su hijo.
Raquel llevó a sus tres hijos para que conocieran a su “nuevo tío”. Era lo oportunidad de volver a abrazarlo y tratar de recuperar el afecto y las risas que por mucho tiempo se perdieron. Que la guerra les quitó.
Ella era consciente de eso y no estaba dispuesta a desperdiciar un minuto de su estadía en esa zona veredal. Los tres días que pasó allí estuvieron rodeados de historias familiares y de preguntas difíciles que se hacían ambos hermanos. Lo primero que Raquel le preguntó a Uriel fue por la decisión de unirse a la guerrilla.
Él le contó que hace 18 años, cuando andaba indocumentado y no sabía qué hacer, las Farc fueron “los únicos que le dieron la mano”. Que tenía dos opciones, “salvar su vida o dejarse morir”. Ella trató de entenderlo.
Lo siguiente fue desatrasarse de las “noticias” que Uriel quería saber: qué hacían sus 12 hermanos, qué pensaban de él y qué había pasado con sus abuelos y sus tíos.
Raquel le contó que tenían un hermano en el Ejército, y Uriel dijo que quería verlo para “recuperar el tiempo perdido, que son cosas de la vida y del destino” y que “cada uno eligió lo que quería ser”.
Con la historia de Uriel y su hermana comenzó un trabajo de la Pastoral Social para reunir familias después de la guerra. Ya ha logrado poner en contacto a varios de los 52 guerrilleros de la zona de desarme del Cesar que han pedido ayuda a la Iglesia para ubicar a sus seres queridos.
La embajada alemana y la Comisión de Conciliación Nacional apoyaron económicamente los primeros reencuentros, pero hay otros 90 guerrilleros de la zona veredal de Pondores, La Guajira, que quieren sumarse al censo de la Pastoral Social.
“Estamos a la espera de más entidades que quieran apoyar. El próximo reencuentro depende de los recursos económicos para facilitar los viajes de las familias”, explica Daniel Morón, coordinador de la Pastoral Social en el Cesar.
ALEJANDRA MACHADO
Escuela de Periodismo de EL TIEMPO