Durante los últimos 15 años, Rosa del Carmen Palacios ha tenido todas las semanas una cita infaltable en el cementerio de Bojayá, Chocó: visitar la tumba de sus padres y de su hermana.
Es una forma de hacer el duelo por la partida de ellos tras el fatídico 2 de mayo de 2002, cuando las Farc lanzaron un cilindro bomba contra la iglesia de la localidad, donde la gente estaba refugiada. Fueron más de 70 los muertos, entre ellos los tres parientes de Rosa.
Ella hoy todavía casi no quiere hablar de lo que pasó. Las lágrimas brotan cuando comienza a recordar a sus padres y lo que vivió ese día.
Pero ahora ha comenzado a sentir lo que se puede catalogar como un nuevo dolor. La incertidumbre la está afligiendo. No sabe si los cuerpos que ha visitado fielmente en los últimos 15 años son realmente los de sus familiares, pues ahora por una decisión oficial se determinó la necesidad de esclarecer la identidad de todas las víctimas de Bojayá.
Si bien las tumbas fueron identificadas, no hay certeza de que realmente los cuerpos allí sepultados correspondan a quienes estén mencionados. Se decidió que todos serán identificados por el ADN.
Es una angustia que durante los últimos días no la deja conciliar con facilidad el sueño. Más aún cuando sabe que no tendrá una respuesta inmediata.
Por eso, Rosa deberá esperar por lo menos siete meses para saber si las tumbas a las que por años desplegó sus oraciones y sus lágrimas son realmente en donde estuvieron enterrados sus parientes.
El día que exhumaron, del cementerio de Bellavista, a las víctimas de la tragedia de la iglesia de Bojayá, en donde murieron los familiares de Rosa, ella se desplomó y lloró inconsolablemente, la razón: sentía de nuevo un vacío en su interior. Era el dolor de perder de nuevo a sus padres y a su hermana, y con eso también perdía la certeza del paradero de ellos.
El olor generaba náuseas, y el ambiente se sentía pesado; los funcionarios de la Fiscalía escarbaban la tierra y sacaban huesos que se confundían entre los de niños y adultos. Según las cifras de la Unidad de Víctimas, de los 79 cuerpos por lo menos 48 eran de menores.
Los cuerpos fueron llevados a la sede de Medicina Legal de Medellín, en donde serán estudiados y devueltos a quien corresponda para que se les pueda dar, de nuevo, ‘cristiana sepultura’.
Esa es la esperanza que le queda a Rosa: que por lo menos finalizando este año, ella pueda enterrar dignamente a sus padres, “tal y como ellos hubieran querido”.
Casi que ni los pudo ver por última vez, pues, en medio del caos de ese jueves de mayo del 2002, muchos de los cuerpos fueron enterrados en fosas comunes. Prácticamente ella solo supo que en un pedazo de tierra quedaron los restos de su familia, el mismo lugar que ella visitó durante 180 meses.
Esperará pacientemente hasta que le lleguen los resultados y ver por última vez por lo menos los huesos de su familia y darles la sepultura que necesitan.
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