Mientras que por estos días en muchos hogares del país es tiempo de fiestas y regalos, hay unas familias para las cuales es una época difícil que les revive el dolor, aunque esta vez les ha llegado con algo de esperanza, de fe.
Se trata de personas a las cuales la guerrilla se les llevó hace años a sus hijos o simplemente los secuestraron y nunca más volvieron a saber de ellos.
Ahora, en medio de las celebraciones decembrinas, guardan la esperanza de tener un milagro, y es que esas personas aparezcan o al menos que les den razón de ellas.
Y cifran su fe en la desmovilización de las Farc. Tienen la ilusión de que a sus desaparecidos los haya reclutado la guerrilla de las Farc y que en estos días, con la llegada a las zonas de ubicación, volverán a saber de ellos. Es lo que esperan, es el milagro que quieren.
EL TIEMPO habló con Tránsito Villamil, a quien unos hombres que se identificaron como miembros de las Farc se le llevaron a su hija de 10 años en 1994.
Aunque al comienzo la estuvieron llamando y exigiéndole un pago por la liberación, antes de un año toda comunicación se acabó. Ella, quien todavía no se repone de una trombosis, indica que desde el fondo de su alma está convencida de que su hija está viva y de que va a volver.
También están Florinda y Bárbara López, madres de dos menores que se llevaron desde el sector de Suba, en Bogotá, y de las que hace más de 20 años no se sabe nada. Ambas guardan la esperanza de que esa extraña desaparición la haya protagonizado gente de las Farc y que sus hijas aparezcan.
Florinda incluso le tiene listo el cuarto para recibirla y los regalos que le ha guardado durante los últimos años.
En Cúcuta, Carmen Rosa Carrillo ya va a cumplir 20 años sin saber de su hijo, el cabo segundo Héctor Velásquez.
El uniformado fue secuestrado por miembros del frente III de la guerrilla de las Farc en Florencia, Caquetá, en 1997. Como en los otros casos, nunca se volvió a saber nada de él.
Todas coinciden en lo mismo. Por extraño que parezca, esperan que a sus familiares los tengan las Farc, pues creen que así los volverán a ver. O al menos tienen la esperanza de saber qué pasó con ellos y así poner fin a tan dura incertidumbre.
Tránsito, 22 años esperando a su hijaJORGE ENRIQUE MELÉNDEZ P.
Subeditor de Política
La finca que Tránsito Villamil tiene en Simijaca (Cundinamarca) está abandonada, tapada por el rastrojo. Pero ella no la vende porque está convencida de que el día que las Farc le devuelvan a su hija, ella va a llegar a ese predio, donde fue secuestrada el 19 de agosto de 1994, cuando la niña apenas tenía 10 años.
“No la vendo –explica Tránsito– porque cuando regrese, fijo que irá para allá”.
Debido a algunas dolencias físicas y al miedo, Tránsito se vino para Bogotá hace más de 15 años, pero de todas maneras a todos los vecinos de la finca les dejó el teléfono y la dirección en la capital por si llega Leidy Johana, quien hoy debería tener 32 años.
El rapto fue perpetrado por dos hombres que portaban armas largas y que llegaron hasta la pequeña finca y se identificaron como miembros del frente 22 de las Farc.
En un apartamento del norte de Bogotá, donde vive con su otra hija y con dos nietas, Tránsito no puede contener las lágrimas cuando recuerda a su niña. De una libreta que carga en el bolso saca una pequeña foto que tiene de Leidy Johana, tomada unos meses antes de su desaparición.

Esta es la foto de Leidy Johana que conserva Tránsito Villamil, tomada meses antes de la desaparición de la menor.
Con lágrimas cuenta que en su momento recibió 12 casetes en los cuales los supuestos captores se identificaban como miembros de la guerrilla de las Farc, le exigían gruesas sumas de dinero y le ponían citas en diferentes municipios de Cundinamarca para entregarle pruebas de la pequeña. Hasta una maleta con ropa le dejaron una vez los supuestos insurgentes en una vía de Cambao.
Ella está convencida de que Leidy Johana fue incorporada a las filas de esa guerrilla, que nunca se ha podido volar, y tiene la esperanza de que con la desmovilización aparecerá.
No sabe nada de ella desde octubre de 1994, cuando recibió el último de los 12 casetes. Desde entonces, los captores nunca más se volvieron a comunicar con ella.
Sin embargo, en su espíritu de mamá cree que ella está viva y va a regresar.
Por eso, en su apartamento, donde se recupera lentamente de una trombosis que la afectó hace cinco meses, lo único que no se ha perdido es la fe. Todas las noches, Tránsito ora por su hija, para que esté bien y se encuentre alistando el regreso a casa.
“Estoy esperando que la guerrilla llegue a esas zonas de ubicación –asegura– y si me dan permiso, iré a todas a buscar a mi hija”.
Ella dice que “lo único” que pide de regalo para esta época decembrina es que su hija aparezca. En su apartamento son muy pocos los arreglos navideños que hay y los puso por sus dos nietas, porque por ella no habría hecho nada.
Antes de volver a llorar, clama: “Lo que quiero es la verdad, saber qué pasó con mi hija, porque de lo contrario, para mí no habrá paz. Lo que no quiero es que mi hija quede como una desaparecida”. Es el dolor de una madre, un dolor profundo y que no cesa.
Las voces que claman por las niñas de SubaEl 20 de febrero de 1996, a las 7 de la mañana, Florinda le dio un beso en la frente a Yesenia, su única hija, quien iba para el colegio. Fue la última vez que la vio.
A las 12:45 p. m., como todos los días, la niña, que entonces tenía 11 años, salió del plantel para su casa, que quedaba a dos cuadras. Pero nunca llegó.
Hubo versiones de que un hombre y una mujer la habían raptado en un automóvil, pero la justicia no ha podido comprobar nada.
Yesenia forma parte del grupo de cinco niñas de Suba (noroccidente de Bogotá) que desaparecieron por la misma época y de las cuales nunca se volvió a saber.
Por estos casos, un hombre estuvo detenido como sospechoso, pero finalmente quedó libre.

Florinda Farfán (izquierda) y Bárbara López llevan 20 años buscando a sus hijas, que desaparecieron en Bogotá.
Y en la búsqueda de su hija, Florinda ha recorrido medio país. Ha estado en zonas de tolerancia, en áreas guerrilleras, en sitios de minería. Donde le dicen que han visto a alguien que podría ser su niña, allá va.
Ahora tiene la fe puesta en que las Farc hayan estado involucradas en el rapto de su hija y que con el proceso de desmovilización ella va a aparecer.
Por eso está lista para acudir a las zonas de ubicación y buscar allí a Yesenia. Tiene claro que no se quiere morir sin volver a ver a su única hija.
“Guardo la esperanza de que la tengan las Farc. Este dolor de no saber nada es muy horrible. Solo quiero saber dónde está”, dice Florinda en medio del llanto.
Y enseguida camina hacia el cuarto que le tiene reservado a Yesenia. Ahí está su cama, con algunos peluches y las paredes tapizadas con las fotos de la niña, quien hoy debería tener 31 años.
“No me he ido de la zona porque sé que si mi hija vuelve a llegar es a este barrio y quiero que ella sepa que siempre la estuve esperando”, cuenta la mujer, y de nuevo las lágrimas corren por su rostro.
Y como prueba de esto abre una cómoda en la que hay paquetes envueltos en papel de regalo. Son los obsequios que durante estos 20 años le ha guardado por los cumpleaños y las Navidades. Incluso, le tiene hasta el regalo de cuando debió cumplir 15 años.
Al lado de Florinda está Bárbara López, mamá de Andrea García, también secuestrada en Suba en 1995, cuando tenía 14 años. De ella tampoco se volvió a conocer nada.
“Se supo que se la llevaron en una camioneta y recibí algunas llamadas en las que me pedían $ 20 millones, pero nunca hubo nada”, cuenta esta mujer, que ahora vive en Armenia, pero que regularmente viene a Suba, el sector donde vivió, por si hay alguna noticia de su hija.
“Para mí estas fechas de fin de año ya no tienen sentido. No se imaginan cómo son de duras sin saber si ella comió, si algo le duele, si tiene frío, si está viva”, dice esta madre de otros seis muchachos. No obstante, cree que Dios le hará el milagro y que su hija aparecerá con la desmovilización de la guerrilla.
Por su parte, Florinda asegura que por momentos se le cae la fe, pero piensa: “Mi hija me necesita y entonces entiendo que tengo que esperarla”.
Dos décadas sin noticias de HéctorCAROLINA RINCÓN
Corresponsal de EL TIEMPO
Cúcuta
El único regalo que Carmen Rosa Carrillo quiere en estas fiestas de fin de año es saber de su hijo Héctor Velásquez. Lleva casi 20 años esperando su regreso.
Este suboficial del Ejército habría sido secuestrado por las Farc en Florencia, el 27 de julio de 1997. “Tenemos la denuncia del Ejército ante la Procuraduría y que esta remitió a la Fiscalía, donde atribuyen el secuestro al frente 3 de las Farc”, dice Enrique Celis, cuñado de Héctor, el sexto de siete hermanos y quien cumpliría 43 años este 19 de diciembre.
Añadió que en medio de la búsqueda que ellos mismos emprendieron, miembros de las Farc les aseguraron que el militar estaba en su poder y que mientras el Gobierno no lo reclamara como secuestrado, ellos no tenían obligación de responder.
Los familiares del militar consideran que ha sido muy poco lo que las autoridades han hecho por liberarlo. Y a esto suman que viven un limbo jurídico por probar que son víctimas de las Farc.
Los años de espera los han marcado con el dolor y la depresión que hicieron efecto en la salud de Pedro Velásquez, padre del militar y quien murió el pasado 10 de diciembre sin tener noticias de su hijo.
Durante todo ese tiempo no han recibido pruebas de supervivencia; por ello no tienen la plena certeza de que siga con vida, pero en un último soplo de esperanza aguardan que con la desmovilización guerrillera en las zonas de concentración, puedan entrar a buscar a Héctor. Y esperan encontrarlo.
JORGE ENRIQUE MELÉNDEZ Y CAROLINA RINCÓN
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