Nota de la Redacción. El 4 de febrero del 2009, las Farc asesinaron a 13 indígenas de la comunidad awá en Barbacoas, Nariño. Este es uno de los momentos dolorosos de los 52 años de guerra con las Farc, que hoy, cuando se cumple el primer año de la firma de la paz, se conmemora con esperanza. La serie periodística 'Un año de la paz para no olvidar 52 años de guerra' honra nueve hitos del conflicto armado.
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Era 4 de febrero del 2009 cuando en la inhóspita selva del municipio de Barbacoas (Nariño), unos hombres apuntaron con fusiles hacia los rostros de algunos indígenas awá. El miedo y la confusión se apoderaron de todos; los guerrilleros de las Farc, que habían arribado en el resguardo Tortugaña Telembí, no entendían las súplicas en lengua awapít.
Ante el desconcierto de la comunidad, las Farc torturaron a los indígenas y los llevaron a la quebrada más cercana, donde, sin mediar palabra, los mataron. Fueron asesinadas 11 personas: dos eran mujeres y estaban embarazadas, por eso, los awá cuentan 13 víctimas.
La tragedia permaneció por varios días, hasta que la minga humanitaria por la vida y la dignidad del pueblo indígena llegó a la zona, y fue testigo de la barbarie. Los cadáveres fueron recuperados en medio de los enfrentamientos de esta guerrilla y el Ejército.
Así recuerda Rider Nastacuas, consejero mayor de la Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa), uno de los capítulos más tristes que protagonizó su comunidad en los 52 años de guerra con las Farc: una masacre que cumple ocho años sin ser aclarada completamente.
“Uno se pregunta cómo hemos hecho para sobrevivir en medio de toda esta zozobra en la que nos han puesto, porque la guerra siempre decimos que no es nuestra, es ajena para nosotros”, reflexiona.
El pueblo awá está anclado en el suroeste del país, principalmente en cinco municipios de Nariño: Tumaco, Barbacoas, Ricaurte, Roberto Payán y Samaniego; la comunidad también se encuentra en Ecuador. Su población -cercana a los 25.000 habitantes- habita un territorio de 240.000 hectáreas de tierra protegida.
Tristemente, varios actores armados han hecho presencia en sus paisajes. De esta manera, la guerra ha azotado sin pausa a este pueblo indígena, tanto que cambió su forma de vida -la que normalmente transcurría entre largas caminatas en la selva, pues visitar a familiares puede demorar hasta dos horas de recorrido-.
“Ha sido muy difícil adaptar la forma de vivir en medio de la guerra”, afirma Rider. Señala que la libertad de movilizarse en sus territorios es una de las costumbres heredadas y está representada en la búsqueda de la tranquilidad y el constante contacto con la naturaleza.

Quebrada El verde del resguardo El Gran Sábalo, en Barbacoas.
Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa)
“Al llegar los grupos armados todo esto fue restringido”, narra el indígena. Agrega que los sitios sagrados quedaron confinados, y que, además, el cruce de las balas dificultó la exploración de la selva, el contacto con las plantas medicinales y la conexión con la “madre Tierra”.
“Hubieron (sic) muchos caídos en minas, otros fueron maltratados física y psicológicamente, golpeados, detenidos y desaparecidos”, rememora.
Hubieron (sic) muchos caídos en minas, otros fueron maltratados física y psicológicamente, golpeados, detenidos y desaparecidos
Los indígenas vivían en medio de los bandos. “Si salían a las vías, entonces la fuerza pública los tildaban de guerrilleros, y si volvían a la comunidad, la guerrilla decía que eran colaboradores del Ejército. Nosotros no entendíamos la situación tan difícil”.
El conflicto armado también se les llevó a varios de sus miembros, quienes fueron reclutados. La comunidad tuvo que ver cómo los sacaban a la fuerza de los resguardos y los obligaban a empuñar un arma. El pueblo también fue testigo de la despedida de algunos, quienes jamás regresaron.
El desplazamiento fue inminente para muchos awá. Vivir con la muerte respirándoles en la nuca los hizo abandonar su territorio, el que habitaban hace cientos de años y fue el hogar de muchas generaciones.

Indígenas awá participan en una "olla comunitaria" en el resguardo Hojal La Turbia, en Tumaco (Nariño).
Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa)
La violencia también puso en jaque la preservación de sus tradiciones. Hoy todavía luchan para mantener vivos su lengua y sus atuendos. Y para evitar que su comunidad desvanezca, replican los conocimientos de su pueblo a sus hijos.
No en vano, la Corte Constitucional, en el auto 004 del 2009, incluyó a la comunidad awá entre los 35 pueblos indígenas en peligro de extinción física y cultural, debido al conflicto armado del país.
“Hemos sido los primeros que pensamos que este es el camino para el país, para la sociedad, y es la vía para que tengamos un alivio”, dice sin titubear Rider al referirse al proceso de paz con las Farc.
Durante la negociación solo tuvo un pensamiento: que esa paz les iba traer tranquilidad a quienes han mirado de frente la guerra. Por eso cuestiona que las disputas sobre el acuerdo se den solo en los ámbitos nacional y político.

Indígenas awá atraviesan un río del resguardo Planadas-Telembí .
Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa)
“Ahora lo que se mira es que la paz está más enfocada en las discusiones entre quienes manejan el poder (…) No conocen lo que está viviendo la gente indígena, la gente campesina y la gente afro. No piensan que esta paz es importante y tiene que llegar a los territorios de todo el país. Nosotros sí estamos muy contentos de que esto se siga dando”, afirma.
La paz está más enfocada en las discusiones entre quienes manejan el poder (…) No conocen lo que está viviendo la gente indígena, la gente campesina y la gente afro
En los 365 días que han pasado después de la firma, el indígena ha visto cambios progresivos en su región, pero aclara que aún son insuficientes. Poco a poco, los indígenas awá han podido recobrar la calma y recorrer la selva sin restricciones.
“Tenemos alivio. Ya no vivimos en medio de los hostigamientos, ni tenemos la militarización del territorio, ni los bombardeos por la presencia de las Farc. Hay más tranquilidad, la gente ya está empezando a salir a las comunidades”, relata.
Con él coincide Leidy Pía Nastacuas, una joven de 27 años que también pertenece a este pueblo indígena. Desde que nació ha vivido la devastación de la violencia y ha conocido el miedo y el desasosiego que genera, por eso reconoce que ve con esperanza que llegue la paz a través del diálogo. Sin embargo, aclara, “falta mucho”.
“Todavía tenemos presencia de grupos armados en algunas zonas, hay amenazas hacia nuestros líderes, y es que si no son las Farc, existen otros”, explica la joven, quien también alerta sobre la falta de conocimiento que tiene el pueblo awá frente a la implementación de los acuerdos.
Todavía tenemos presencia de grupos armados en algunas zonas, hay amenazas hacia nuestros líderes, y es que si no son las Farc, existen otros
“Apoyamos el proceso pero queremos participación. Se ha hablado de una iniciativa de perdón. Ojalá se dé ese espacio para encontrarnos con los que nos hicieron tanto daño”.
Una de las deudas que tienen las Farc con esta comunidad es esclarecer los motivos por los que ese 4 de febrero del 2009 llenaron de luto al resguardo Tortugaña Telembí. Rider asegura que, en el momento de la tragedia, la guerrilla solo respondió que asesinaron a los indígenas porque eran colaboradores del Gobierno.
“Masacres, desplazados, desaparecidos,
Amenazas a líderes… No nos van a desunir.
Con el pueblo unido vamos a caminar
Y nuestros bastiones, símbolo de resistencia.
Nuestro territorio vamos a defender. Cultura y nuestra lucha, a fortalecer”.
La estrofa pertenece a esta canción:
Zona Telembí awá
Canción compuesta por Leidy Pía Nastacuas, miembro de la comunidad indígena awá.
Leidy decidió componer canciones para hacerle catarsis a todos los años en los que su pueblo no ha tenido paz. Escribe para hacer memoria, rechazar la guerra y soñar con que el conflicto nunca se repetirá.
“Quería transmitir un mensaje de vida e invitar a nuestra gente a que, a pesar del sufrimiento, sigamos luchando de una buena manera. Tenemos que responder a la violencia con el ejemplo de vida, responder con paz, que es lo que nosotros somos”, argumenta la cantante.
En criterio de Rider, su comunidad debe resistir con su “valentía de corazón, con nuestra fuerza, con nuestra palabra, con nuestros bastones y con la unidad de la misma gente”.
Ambos creen que la paz permitirá que su pueblo crezca y que el Gobierno los mire después de todos los años en los que lo han sentido ausente.
“La presencia del Estado en nuestro territorio no debe ser solamente con militares. Tenemos tantas necesidades en la salud, la educación... Queremos que se hagan inversiones sociales y que se construyan vías”, anota Leidy.
El camino para mantenerse en pie ha sido más difícil de lo que pensaron, pero desfallecer no es una opción para ellos. “No merecemos que nos acaben, nos destierren y nos olviden”, afirman. Aseguran que continuarán su lucha para que el histórico conflicto no regrese a su resguardo.
MARÍA FERNANDA ARBELÁEZ MÉNDEZ
Subeditora de ElTiempo.com
mararb@eltiempo.com
En Twitter: @MafeArbelaezMen
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