Se dice que las Farc son la guerrilla más antigua del mundo y que llevan combatiendo medio siglo. También es cierto que los intentos desde los gobiernos para dialogar, negociar y llegar a un acuerdo que ponga fin al conflicto se remontan a más de 30 años, periodo durante el cual han evolucionado tanto el Estado colombiano como el grupo guerrillero.
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Desde el gobierno del presidente Belisario Betancur todos los mandatarios han intentado de una u otra forma adelantar procesos de paz mediante diálogos entre las partes, unos con mayor determinación que otros, destacándose en esos intentos las administraciones Betancur, Pastrana y Santos. Los dos primeros avanzaron en los diálogos, pero finalmente no lograron el objetivo de la paz. El actual mandatario es quizás el que más ha progresado en el proceso de negociaciones en procura de un acuerdo definitivo.
Por decisión del presidente Betancur me correspondió formar parte de la primera comisión de diálogo con las Farc en 1982, coordinada por John Agudelo Ríos, que en cierto sentido tenía una misión exploratoria de diálogo y que apenas alcanzó a formular unas líneas gruesas de negociación hasta que se vio obligada a interrumpir su tarea debido a que la Unión Patriótica, potencial brazo político de las Farc, fue diezmada por fuerzas enemigas del proceso y posteriormente vino la toma del Palacio de Justicia protagonizada por la guerrilla del M-19.
En 1984, se llegó al Acuerdo de La Uribe, pero falló el esfuerzo de conversación, como más tarde ocurrió durante los diálogos de El Cagúan en la administración Pastrana, por razones diferentes. No me cabe duda de que Betancur se jugó a fondo por buscar la paz y no alcanzar su propósito debió ser para él una frustración.
Quiero comenzar este escrito por la parte anecdótica relatando las dificultades para llegar al territorio que dominaba la guerrilla en la extensa zona del Sumapaz y luego tomar rumbo hacia La Uribe, cerca del río Duda, en el costado occidental de La Macarena. Solo supimos del momento de viajar unas horas antes, cuando el equipo logístico, sin participación de la Fuerza Pública, había previsto la operación aérea, que consistía en volar primero al caserío de La Uribe y de allí, después de esperar horas o días a causa de la neblina, continuar en helicóptero una media hora hasta arribar a Casa Verde, metida en la mitad de la selva.
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En ese campamento nos esperaban (alias) Tirofijo y la planta mayor de las Farc, entre los que recuerdo a alias Jacobo Arenas, Raúl Reyes y Alfonso Cano, acompañados de los segundos al mando y rodeados de un contingente de combatientes, entre los que me impresionó el alto número de jovencitas armadas hasta los dientes.
En dos oportunidades dormimos en la casona de techo verde, de varias habitaciones rústicas y de una gran sencillez campesina. Durante largas horas, entre copa y copa del buen brandy que ofrecía Jacobo Arenas, conversábamos con los comandantes guerrilleros sobre la historia de su insurgencia, la cual atribuían a los gobiernos conservadores y a las oligarquías partidistas, sobre la situación de ese momento y muy poco sobre el futuro del país.
Marulanda era parco en sus intervenciones, pero siempre decía la última palabra en un lenguaje campesino y simple, pero claro y al punto. ‘Jacobo Arenas’ era el más locuaz y extrovertido, una especie de líder intelectual del grupo, quien nos dijo que “no era comunista en el sentido estricto, sino un liberal gaitanista que se vio obligado a tomar el camino del monte”.
Los demás intervenían y expresaban sus consignas, pero dejaban ver una ventana abierta para continuar y profundizar los diálogos hasta llegar a un posible acuerdo. En mi opinión, ese hubiese sido un momento propicio para alcanzar la tregua y eventualmente el cese definitivo de operaciones de las Farc. En realidad en esos diálogos los comandantes de las Farc no presentaban grandes exigencias, fuera de permitirles incursionar en la vida política y tal vez discutir los problemas de tierras y de reforma agraria.
En una de las visitas se incluyó en la comitiva al senador huilense Héctor Polanía, quien intervino vehementemente mientras los demás degustábamos un sancocho preparado por guerrilleras, imputando a la guerrilla una serie de crímenes y vejámenes en Huila y Caquetá, región que representaba en el Congreso. Los comisionados quedamos perplejos por el tono airado del senador ‘Pola’, ante lo cual los jefes guerrilleros no musitaron palabra, simplemente escucharon su diatriba. Tal vez esta vigorosa e imprudente intervención era necesaria para que las Farc entendieran el pensamiento y el dolor que en el otro lado causaban sus acciones. ‘Pola’ fue asesinado unos meses más tarde por un comando guerrillero cuando salía de casa en Pitalito.
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Hasta ahí llega mi testimonio, porque renuncié al cargo de ministro para regresar al Senado.
Por eso, ahora paso a expresar algunas consideraciones sobre lo que fueron los diálogos hace 30 años y lo que está sucediendo hoy en La Habana.
Las condiciones económicas y sociales del país era muy distintas a las de ahora, y la dirigencia política miraba con buenos ojos las primeras conversaciones, excepto tal vez el sector que Otto Morales llamaba “los enemigos agazapados de la paz” y que nadie logró evidenciar a la luz pública.
La guerrilla dominaba en una extensa área del sur del país, pero no tenía tanto poder económico ni capacidad militar, pese a que contaba con unos 10.000 combatientes y operaba en cerca de 27 frentes con armamento de mediana capacidad. Además, vivía del secuestro, la extorsión y el cultivo de unas tierras, ya que apenas comenzaba el fenómeno del narcotráfico por parte de los carteles y la minería ilegal era mínima. La Fuerza Pública tenía una larga experiencia de combate, pero no era tan numerosa como es hoy, y su armamento era convencional para la época, nada comparable al que obtuvo a partir del Plan Colombia.
Al frustrarse el acuerdo en el gobierno Betancur, cuando no existía tanta desconfianza entre las partes y las condiciones objetivas para llegar a acuerdos eran mejores, el país perdió más de 30 años de tranquilidad que nos hubieran permitido ser hoy una nación de alto nivel de desarrollo. ¿Se imaginan los lectores qué hubiéramos podido hacer con los fondos que se han gastado desde entonces en la guerra? ¿Cuánto dolor, muertes y secuestros se hubieran evitado? ¿Cuál hubiese sido el progreso en las regiones afectadas por el conflicto? Ojalá no tengamos que repetir estas palabras dentro de otros 30 años.
Nunca podríamos soslayar la importancia del diálogo en busca de la terminación de este cruento y casi interminable conflicto, y por ello la mayoría de los colombianos esperamos que haya llegado la hora de poner fin al horror.
Sin embargo, deseo resaltar que las conversaciones de hoy están ocurriendo en un ambiente muy diferente al de hace tres décadas: antes el diálogo era asimétrico entre el Estado y la guerrilla, no una negociación entre casi iguales como ocurre ahora, tal vez porque las Farc crecieron en capacidad y poder negociador en este periodo. En segundo lugar, es bueno recordar que los diálogos de los ochenta fueron muy reservados entre los representantes del Gobierno y los insurgentes, sin la enorme publicidad mediática de ahora, que se ha convertido en una saga llena de capítulos, momentos suspensivos y episodios novelescos que mantienen crispados a los ciudadanos. En tercer lugar, antes no se llegó al nivel de una negociación, ni los puntos de discordia eran tan complejos como ahora, porque los colombianos dejamos que así fuera con el correr del tiempo.
Finalmente, el contexto político y social era más favorable hace 30 años: apenas comenzaba el narcotráfico, no se habían conformado y diseminado otros sectores delincuenciales como sucede hoy, la corrupción era menor en el Estado y en los sectores privados, y la mayor diferencia: los odios eran menores. Seguimos recorriendo accidentadamente el difícil, pero necesario, camino hacia una paz, que va más allá de una negociación.
JAIME ARIAS
Actual presidente de Acemi y exmiembro de la Comisión de Paz en el gobierno de Belisario Betancur.
Firmante en 1986 de la adición al acuerdo de paz con las Farc. Proceso que fracasó ante el exterminio de la UP, entre otras razones.