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Partidos Políticos

‘Ciudad, igualdad, felicidad’, el nuevo libro de Enrique Peñalosa

El alcalde Peñalosa con Baltazar, la mascota que adoptó y lo acompaña a todas partes.

El alcalde Peñalosa con Baltazar, la mascota que adoptó y lo acompaña a todas partes.

Foto:Héctor F. Zamora / ELTIEMPO

El siguiente es un fragmento del nuevo libro que lanza el exalcalde de Bogotá. 

Enrique peñalosa
Miles de millones de personas, en las próximas décadas y siglos, vivirán en ciudades que todavía no se han construido. Porque la población urbana está creciendo, especialmente en las ciudades del mundo en desarrollo. La mayor parte de esas ciudades se ubicarán en terrenos que hoy son rurales. Es una oportunidad óptima para hacerlas distintas y mejores. ¿La aprovecharemos? Podríamos tener, por ejemplo, ciudades en las que todas las viviendas queden a menos de 10 minutos a pie de un parque, un abasto y del transporte público. 
Hasta ahora las ciudades del mundo en desarrollo no se han hecho mejor que las que las antecedieron, y ni siquiera con la calidad de estas. No es simplemente un asunto de recursos, porque el recurso principal es la tierra y todas las sociedades la tienen. La oportunidad todavía está ahí. 
La oportunidad no solo está en las nuevas ciudades que se harán. Las ciudades existentes también pueden reajustarse, y aun rehacerse en gran medida, para convertirse en hábitats más propicios para la felicidad.
Hoy aceptamos que tenemos derecho al agua potable, a la educación, a servicios de salud. En los países en desarrollo, hemos venido logrando que nuestros ciudadanos tengan lo que podríamos denominar como indispensable para sobrevivir. Cuando yo era niño, la mayor parte de Colombia no tenía cobertura de electricidad e incluso en la ciudad algunos barrios todavía no tenían ese servicio.
Cuando trabajé en la Empresa de Acueducto de Bogotá en 1985, casi 30 % de los hogares todavía no tenía acueducto, el 40 % no tenía alcantarillado sanitario y la mitad no tenía alcantarillado de aguas lluvias. Todavía en 1990 en los barrios populares de la ciudad uno encontraba largas filas en la calle, principalmente de mujeres, cada una con un contenedor plástico, esperando horas a que les vendieran una gasolina de bajo octanaje que era el combustible para sus estufas.
Estas estallaban con frecuencia causando graves quemaduras a los niños. Hoy todas las viviendas en Bogotá tienen acueducto, alcantarillado y gas natural por tubería.
Conseguimos lo necesario para sobrevivir. Ahora el desafío es VIVIR y ser felices: tener acceso a infraestructura confortable y bella para caminar y montar en bicicleta, árboles, áreas verdes, campos deportivos, frentes de agua y clases de música o pintura.

Lo más importante

Editorial: Villegas Editores
Páginas: 504
Precio: 65.000

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Foto:Cortesía.

La ciudad siempre fue un espacio de igualdad, “un sitio de encuentro donde uno podía ir a cualquier parte, sin pagar, y sin ser invitado”. En sus espacios públicos gente distinta se encuentra, pasan uno al lado del otro. Al salir de un edificio y entrar a la ciudad, a esa ciudad cargada de energía y poesía, sentimos lo que siente un niño al llegar a los juegos infantiles de un parque.
En 1938 el filósofo Huizinga, en su libro Homo Ludens, dijo que jugar es de la esencia de ser humano. Necesitamos jugar. Una buena ciudad propicia el juego. Nuestro objetivo estratégico podría ser “una ciudad para jugar”.
Además de la explotación de los trabajadores por parte de los capitalistas que producía el desarrollo industrial, a Marx le preocupaba la alienación: la separación del hombre de sí mismo, de su capacidad creativa, generada por el trabajo mecánico, repetitivo, a veces sin saber siquiera qué era aquello que estaba contribuyendo a producir. Era muy distinto del trabajo artesanal en el que el campesino decidía cuándo esquilmar la oveja, cuándo hacer el hilo, de qué color teñirlo y si producir un suéter o una cobija. Concebía su creación y la elaboraba, lo que llevaba a que se identificara con lo que producía, y a que se sintiera realizado y orgulloso de su trabajo.
Maravillosamente, la evolución de las organizaciones y la tecnología, contrario a lo que Marx predecía, ha llevado cada vez más a que los procesos repetitivos o mecánicos que realizan los trabajadores se automaticen. Los trabajos que no pueden ser realizados por máquinas son aquellos que requieren de alguna manera creatividad, iniciativa, interacción humana y generan satisfacción.
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El aumento en la productividad no solo redunda en un mayor bienestar material, sino también en más tiempo libre: jornadas laborales más cortas, más vacaciones, más tiempo de vida como estudiantes y como pensionados. Cada vez tendremos más tiempo libre; más tiempo para jugar. Nuestra ciudad puede ayudar a que juguemos más y mejor. Las ciudades son cada vez menos para trabajar y cada vez más espacios para disfrutar el tiempo libre, estar con otros, aprender, jugar y crear.
Buena parte de ese tiempo libre adicional que tendremos, lo tendremos en nuestra vejez. Una buena ciudad puede contribuir de manera especialmente efectiva a que tengamos una vejez más feliz.
En gran medida nos comportamos de la manera como somos tratados. Si nuestra ciudad nos demuestra a cada paso que somos importantes, si nos trata amorosamente, si nos trata a todos como iguales, nos hace más felices a todos, a los pobres y a los ricos. París me producía felicidad cuando yo era un estudiante que apenas sobrevivía. No hubiera cambiado mi microhabitación compartida con un amigo y sin baño en París por una casa grande con carro y piscina en algún suburbio lujoso.
No hay nada tan importante que estén haciendo las sociedades en este momento histórico como sus ciudades. La manera como hacemos nuestras ciudades determina cómo vivimos, qué tan felices podemos ser; no solo en el presente, sino cientos de años hacia el futuro. De paso, también determina, más que cualquier otra cosa, qué tan competitivas económicamente son las sociedades.

¿Cómo atraer?

 Las ciudades existentes también pueden reajustarse, y aun rehacerse en gran medida, para convertirse en hábitats más propicios para la felicidad

Para atraer y retener a las personas productivas y creativas que pueden escoger dónde vivir, necesitamos calidad de vida urbana. Cuando se habla de maneras para alcanzar el desarrollo económico, casi siempre se hace referencia a políticas fiscales, industriales, tasas de interés o de cambio, infraestructura portuaria, de carreteras o ferrocarriles.
Sin embargo, para lograrlo, probablemente es tanto o más importante, la seguridad urbana, buen transporte público, parques, y otros espacios peatonales, ciclorrutas, universidades de clase mundial, colegios de alta calidad, la vida cultural, los restaurantes, y hasta, como es el caso en Bogotá, muchos lugares para bailar. Los gobiernos nacionales de los países en desarrollo invierten billones en carreteras para mejorar la competitividad y el crecimiento económico.
Asombrosamente, es poco o nada lo que destinan a mejorar la calidad de las ciudades, por ejemplo, adquiriendo terrenos para parques.
La calidad de vida urbana no es un asunto local. Es crítica para la competitividad nacional. En un momento histórico en que atraer y retener las personas más calificadas, productivas y creativas es el factor más crítico para la competitividad y el desarrollo económico, nada es tan importante para alcanzar estos objetivos como las ciudades. En un mundo cada vez más globalizado, con ciudadanos que hablan más idiomas, con comunicaciones cada vez mejores y más económicas, la calidad urbana como factor competitivo será cada vez más importante. Curiosamente, los economistas que estudian el crecimiento económico y la competitividad han ignorado casi por completo este asunto.
Algo que hace que la calidad de las ciudades sea todavía más importante para el desarrollo económico es que las políticas económicas tradicionales como las tributarias, cambiarias o industriales, que busquen estimular la inversión y el crecimiento, pueden ser copiadas fácilmente por otros países. En cambio, una buena ciudad es una ventaja comparativa no imitable. Y una mala ciudad es una desventaja comparativa no solucionable.
A mediados del siglo XX, los jóvenes más brillantes de su generación tenían que ir a pasar sus vidas donde las grandes corporaciones del momento, como las empresas químicas o automotrices, decidían instalarse. Seguramente muchos de esos jóvenes habrían preferido vivir en Nueva York o San Francisco y no en Detroit, Pittsburgh o Midland. Pero a las cabezas de las grandes corporaciones no les preocupaba mucho cuál era el sitio donde sus jóvenes empleados hubieran preferido vivir, tenían más en cuenta el factor costos.
Las megaempresas contemporáneas como Google, Facebook, Microsoft o Amazon no pueden darse ese lujo. Mientras que las empresas de la era industrial decidían dónde instalarse y los jóvenes tenían que ir a cualquiera que fuera el sitio escogido, a las de la sociedad posindustrial les toca ubicarse en las ciudades en las que los jóvenes, que ellas necesitan, prefieren vivir. Incluso cada vez más permiten que sus empleados trabajen remotamente; y estos escogen la ciudad que más les gusta.
Generalmente los trabajos que se pueden hacer en cualquier lugar con el apoyo de la tecnología son los más complejos y sofisticados, los que requieren una mayor formación y creatividad, los que generan una remuneración más alta. Si estas personas pueden escoger cualquier sitio para vivir, es especialmente crítico que las ciudades se esfuercen para ofrecer la calidad de vida que las atraiga. Estas personas van a restaurantes, actividades culturales, compran ropa, y en general tienen gastos que generan empleo. Adicionalmente tienen conocimiento y dinero y emprenden proyectos que también traen progreso.

No se sofisticaron, no generaron eso que hace agradable la vida urbana: espacios peatonales de calidad concurridos, restaurantes, cafés, galerías, teatros.

Muchas de las ciudades sede de megaempresas industriales nunca se diversificaron. No se sofisticaron, no generaron eso que hace agradable la vida urbana: espacios peatonales de calidad concurridos, restaurantes, cafés, galerías, teatros. No atrajeron actividades productivas distintas de las macroempresas industriales que las colonizaron. Además, cuando el presidente de una gran empresa es más poderoso que el alcalde, se crea un entorno poco atractivo para otras grandes o pequeñas empresas. Y si la macroempresa todopoderosa se quiebra, la ciudad queda sin empleo, sin vida, con edificios abandonados y zonas deterioradas.
Los viernes desde antes del mediodía caravanas de carros salen de Buenaventura, la ciudad que alberga el principal puerto colombiano en el Pacífico, rumbo a Cali, una ciudad más grande a un poco menos de tres horas por una carretera que atraviesa selvas y montañas tropicales. Son técnicos y profesionales que trabajan en actividades relacionadas al puerto, que van a Cali a pasar el fin de semana con sus familias.
Buenaventura está ubicada en una bahía deslumbrantemente hermosa bordeada por colinas selváticas, sus habitantes tienen grandes talentos deportivos, artísticos y culinarios y el puerto genera una gran actividad económica. Pero la calidad de la ciudad tiene tantas limitaciones, que miles de los trabajadores de mayores ingresos tienen a sus familias viviendo en Cali.
Seatech es una gran empresa atunera colombiana. Tiene casi 20 barcos que recorren el Pacífico oriental durante varias semanas en cada faena de pesca. Aunque solamente pesca en el Pacífico, su planta de procesamiento y su administración se ubican en Cartagena, en el Caribe colombiano. Lo que significa que, para cada viaje de pesca, deben pasar dos veces el canal de Panamá, lo que implica costos más altos que si estuvieran ubicados en Buenaventura, en el Pacífico.
No solamente son mayores los costos de navegar una mayor distancia a Cartagena, a los que hay que sumar el peaje del canal, sino que frecuentemente se pierden varios días esperando turno para poder cruzar.
¿Por qué pagar varios millones de dólares cada año llevando el pescado al Atlántico, que habrían podido ahorrarse si la empresa operara desde Buenaventura? Porque no es posible tener personal altamente calificado viviendo en esta ciudad. Para atraer personal altamente calificado habría que pagar salarios varias veces más altos, que compensen a estas personas el costo en calidad de vida de vivir allí.
Los capitanes y oficiales de los barcos no quisieran pasar allí ni siquiera los pocos días que dura el desembarque de su carga y la preparación para el nuevo viaje. Después de seis semanas y más en altamar, quieren disfrutar de unos pocos días en una buena ciudad antes de zarpar de nuevo.
Si Buenaventura tuviera una buena calidad de vida, el potente motor económico del puerto podría jalonar su conversión en una ciudad diversificada, pujante y fascinante. Atraería turistas y proliferarían numerosas empresas no relacionadas con la actividad portuaria.
Buenaventura es otro ejemplo de cómo los gobiernos nacionales hacen grandes inversiones en carreteras, puertos, ferrocarriles, pero pocas en mejorar las ciudades, lo que podría ser más potente aun que la infraestructura tradicional, no solo para mejorar la vida de los ciudadanos, sino también para propiciar el desarrollo económico.
Al menos Buenaventura tiene un motor económico permanente que es el puerto. Hay ciudades cuyo crecimiento acelerado se apoya en actividades económicas con una vida más breve. Es el caso por ejemplo de las bonanzas petroleras, mineras o de otra índole. Si se han hecho inversiones amorosas, espacios peatonales amables, campos deportivos y centros culturales, si se han atraído familias y se ha construido una trama social, sentido de pertenencia, si se ha diversificado la economía, la ciudad prospera más allá de la bonanza. De no ser así, una vez que después de algunas décadas la bonanza termina, quedan ciudades deprimidas, en las que el progreso es solo un recuerdo.
(...)
ENRIQUE PEÑALOSA

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