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Política

Cuatro rostros del horror que ha manchado las protestas del paro

Homenaje a Lucas Villa en Pereira.

Homenaje a Lucas Villa en Pereira.

Foto:Alexis Múnera

Estas son solo algunas de las historias de la violencia que ha invadido las manifestaciones.

simón granja y redacción el tiempo

Lucas Villa, el joven que lucha contra ocho balas para volver a bailar

'El ignorante, el terco, el dormido, que despierte’, grita Lucas Villa en medio de la oscuridad del viaducto César Gaviria, en la ciudad de Pereira. Durante los dieciocho segundos siguientes solo se escucha el rugir de unas motos, luego hay un instante de silencio que se rompe por el primer disparo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, solo se alcanzan a contar esos. Después los gritos opacan el eco. Quien graba corre.
De esos disparos, ocho impactaron a Lucas. Según reporta el Hospital Universitario San Jorge, a donde fue llevado después del atentado, “el paciente llegó con traumatismos por proyectil de arma de fuego en cráneo, cuello, tórax y una pierna”. Sobre su diagnóstico se ha hablado mucho, se dijo que estaba muerto, luego que estaba vivo pero con muerte cerebral y lo último que se sabe es que su estado es crítico pero estable.
Horas antes del atentado, el 5 de mayo, Lucas estuvo desde temprano en las marchas pacíficas. Diferentes videos evidencian su actitud: baila, salta, hace equilibrio, canta, brinca, da vueltas. Está feliz.
Lucas Villa, herido en Pereira durante el paro nacional.

Lucas Villa, herido en Pereira durante el paro nacional.

Foto:Archivo particular

“Es impresionante cómo un niño se conserva aun cuando haya pasado a la adultez. Yo fui su profesora entre los 7 y los 10 años (1995-1998) en el Instituto Merani. Era solo risas, creativo, juguetón, de esos niños ingeniosos que tienen chispa. Es evidente que esa creatividad y disposición de estar siempre con el otro y de tener amigos se mantuvo con los años”, cuenta Bertha Sarmiento, que a pesar del paso de generaciones enteras de estudiantes nunca olvidó a Lucas.
Camila Eslava lo conoció en el colegio. Pareciera que ella fue su primer amor. “Yo era mayor que él, pero aun así siempre se me acercaba, me hacía chistes y recuerdo que me regaló florecitas. Era un sol de alegría. Le hice un dibujo en su honor”.
El día del atentado él se plantó con amigos en el lugar de manera pacífica hasta que civiles empezaron a disparar contra los manifestantes desde un vehículo. Lucas fue quien más disparos recibió. Andrés Camilo Castaño (17 años) también sufrió cerca de cuatro impactos que lo tienen en cuidados intensivos, aunque según su hermana ya está mejorando. El tercer joven, Javier David Clavijo, ya está fuera de peligro.
Una persona que estuvo en el lugar y que es cercana a Lucas dice que “lo que más lo caracteriza es que es original, simplemente es feliz. Si quiere bailar, baila. Si quiere gritar, grita. Vive sin máscaras. Actúa sin miedo”. Esta persona, que es de las últimas que lo vieron consciente y que prefiere mantenerse bajo anonimato, señala: “No vi quiénes dispararon, estaba mirando para otro lado. Solo escuché los disparos y empecé a correr. No quiero hablar más”. Tiene miedo.
Sobre el atentado, la Procuraduría constituyó una agencia especial para que intervenga en el proceso adelantado por la Fiscalía. Pero más allá de eso, la familia de Lucas solo espera que él logre despertar. “Tengo niveles mesurados de esperanzas”, dice su padre, Mauricio Villa.
Lucas no es un dirigente, pero –como señala Mauricio– sí es un líder nato. Un amigo suyo de la carrera que cursa, Ciencias del Deporte y Recreación en la Universidad Tecnológica de Pereira, señala: “Es un niño con una alma libre y auténtica”. El día anterior al atentado, Lucas le envió un audio: “Puede pasar lo peor para todos. Muchos podemos morir porque ahorita en Colombia el solo hecho de estar en la calle y uno ser joven es arriesgar la vida. Todos podemos morir, pero ¿uno cómo va a dejar a su pueblo?”.
Según su padre, “él entendió que había otras formas de reclamar: por medio del arte, de la danza, de la buena energía, de la no violencia. Es una persona muy espiritual, profesor de yoga… No me canso de decir que él se saca la papa de la boca para dársela a quien la necesita. Él es así, feliz”.

Una turba le segó la vida al capitán Solano

Alberto Solano Beltrán, jefe de la Unidad Investigativa
de Soacha.

Alberto Solano Beltrán, jefe de la Unidad Investigativa de Soacha.

Foto:Archivo particular.

En la noche del miércoles 28 de abril, el capitán Jesús Alberto Solano Beltrán, de 34 años y oriundo de Ubalá, Cundinamarca, estaba liderando en Soacha un equipo de tres investigadores de la Sijín que recolectaban información sobre ataques vandálicos. A eso de las siete de la noche, una turba robaba un cajero automático. Tras recibir la alerta, Solano se dirigió con sus hombres, en dos motocicletas, hasta el sitio. Iban de civil.
Estaban más cerca que el Esmad y que los del cuadrante. A una cuadra del caos empezaron a grabar videos. Pero uno de los vándalos los delató. “Son policías, cójanlos”, gritó. No tuvieron tiempo de empotrar sus motos, tuvieron que correr. Tomaron caminos diferentes. Pero por alguna razón, los delincuentes decidieron seguir al oficial, quien corrió a la variante. Era el único armado y, pese a eso, no disparó sino hasta que su vida estuvo en riesgo.
Todo esto fue determinado por las autoridades después de analizar, en cinco días, más de 420 horas de grabación. En las imágenes se ve que el capitán fue derribado con una pedrada en la cabeza y que cuando se vio alcanzado se arrodilló y rogó por su vida. Lo golpearon con sevicia, lo apuñalaron y lo arrastraron por tres cuadras hasta que un grupo de vecinos de la calle 22 con carrera 4.ª salieron. A las 7:50 p. m. llegó el Esmad. Lo llevaron a la clínica Cardiovascular, donde luchó por su vida durante cuarenta y ocho horas. Solano falleció el 30 de abril, dejando a una esposa y a una niña. Algunos de sus amigos dicen que era un hombre de buenos hábitos, con valores y principios, todo indicaba que iba a ser general.
Del grupo de vándalos que lo asesinaron, la policía capturó a tres. Ellos son Jesús Antonio Castillo Londoño, quien lo lesionó con un arma cortopunzante; Juan Sebastián Mesa Vélez, quien en la persecución lo atrapó por el cuello y en el forcejeo recibió tres impactos con el arma de dotación del capitán, y Maicol Mesa Vélez, quien lo agredió con una piedra. Ninguno aceptó cargos y ahora deberán enfrentar un juicio en su contra.

‘A mí me quemaron la cara’

Freddy Perdomo lleva ocho años y siete meses en la Policía. Se recupera en su casa.

Freddy Perdomo lleva ocho años y siete meses en la Policía. Se recupera en su casa.

Foto:Archivo particular

“Creíamos que iban a acabar con nosotros, que nos iban a matar”. Ese fue el pensamiento de los quince uniformados que se encontraban dentro del centro de atención inmediata (CAI) Aurora, de la localidad de Usme, cuando un grupo de manifestantes atacaba con piedras la infraestructura por más de treinta minutos.
Las súplicas de los uniformados para que pararan los ataques no fueron escuchadas. Después de varios golpes sobre el vidrio lograron abrir un hueco por el que lanzaron un objeto que prendió fuego al interior.
El policía Freddy Perdomo era el más cercano a la zona donde se inició el incendio. “A mi me quemaron la cara. Los compañeros lograron auxiliarme echándome humo con el extintor”, narra.
El humo los asfixiaba y no podían controlar el fuego. Perdomo relata que solo había dos opciones: morir adentro incinerados o salir a pesar de que los estuviera esperando una turba con piedras. Se decidieron por lo último y corrieron con las manos en alto en son de paz, pero a pesar de ese gesto seguían recibiendo golpes, piedras e insultos.
Herido, con quemaduras graves en su cara, Perdomo logró zafarse del grupo de manifestantes y salió corriendo. Una señora adulta mayor fue su ángel. Le abrió las puertas de su casa y lo cuidó mientras que llegaba una ambulancia que lo pudiera atender.
Fue trasladado al Hospital de la Policía. Ojos, cejas y cachetes se vieron comprometidos. Se recupera en su casa, pero el daño ya está hecho. Luego de ocho años y siete meses prestando el servicio, cuando vuelva a las calles sentirá, por primera vez, temor al cumplir su labor. Perdomo, dolido, expresa: “Nos encerraron como si fuéramos unos animales”.
Mientras que esto ocurría, otros veinticuatro centros de atención inmediata eran atacados y la alcaldesa Claudia López manifestaba: “Fueron tratados de quemar vivos dentro de un CAI. A ese nivel de violencia llegó la ciudad en algunos puntos".

Hijos que aparecen golpeados sin causa

David Alejandro Bohórquez tiene 18 años, estudia en el Sena y trabaja en telecomunicaciones. Cortesía

David Alejandro Bohórquez tiene 18 años, estudia en el Sena y trabaja en telecomunicaciones. Cortesía

Foto:Archivo particular

Los padres de David Alejandro Bohórquez y Alejandro Riaño viven hoy con impotencia y miedo tras haber recibido a sus hijos golpeados brutalmente en la localidad de San Cristobal, por cargos que no comprenden.
“Mi hijo psicológicamente no está bien. Le da miedo salir, se la pasa llorando y está adolorido por los golpes en la cabeza, en las piernas, en las costillas”. “Lo golpearon entre tres personas. En los brazos, la espalda, el estómago, las costillas. Le totearon la boca. Salió con la camisa manchada de sangre. Tenía una inflamación en la cabeza porque le pegaron con una pistola”. Estos fueron los testimonios de los padres de dos jóvenes en Bogotá a quienes la fuerza pública se llevó en medio de las protestas del paro nacional, en Santa Librada, barrio de Usme.
Cuando Marlon, padre de David, y Daisy, madre de Alejandro, se acercaron a diferentes CAI en la localidad, siempre recibieron la misma respuesta: ‘No está aquí, no se sabe, no está’. Tras casi veinte horas –y luego de la presencia de una abogada de la organización Defender la libertad y de un abogado de derechos humanos– los dejaron ir con un caso activo por el delito de daño en bien ajeno. Sin embargo, apoyados en videos, pruebas y una odisea nocturna por Bogotá, estos padres no descansaron en la búsqueda de una patrulla durante la noche del 3 de mayo en Bogotá por Usme, Ciudad Bolívar y San Cristóbal, hasta recoger evidencia que limpiara el buen nombre de sus hijos.
David salió de su trabajo y se unió a la manifestación convocada en Santa Librada, Usme para el 3 de mayo. En ese mismo lugar, Alejandro Riaño, su madre Daisy y su familia se habían unido a la protesta al salir de su jornada laboral en la peluquería del barrio. Al iniciar los desmanes, los agendes del Esmad empezaron a lanzar gases para esparcir la manifestación. Ambos jóvenes, que estaban en distintos lugares, corrieron para protegerse del caos. Pese a que un video atestigua el momento en que capturaron a David lejos del lugar que dice la policía, fueron acusados de vándalos en flagrancia.
Desde las ocho de la noche del 3 de mayo hasta las dos de la tarde, los jóvenes vivieron un infierno de traslados, amenazas y golpes. Mientras tanto, sus padres perseguían la patrulla gracias a la ubicación que David había enviado por chat. “Si mi hijo no alcanza a mandar ese mensaje, seríamos otros más buscando en una morgue o en la Policía porque ellos no dan razón de las personas”. La abogada del caso comenta que era una clara intención de montaje judicial, pero esto no se ha confirmado: los padres aún deliberan en denunciar por miedo a la seguridad de su familia.
Aunque los hijos están hoy en casa en recuperación, el miedo permanece en la vida de todos. Esa noche les cambió la vida.
SIMÓN GRANJA Y REDACCIÓN EL TIEMPO
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