La escuela rural donde enseña el profesor Pedro Castillo es de dos pisos, tejas de zinc y paredes amarillo fuego. Los marcos de las ventanas y las puertas son cafés. Está en lo alto de una loma. Parece una postal típica. Con él, allí trabajan dos maestros más. Está en Puña, pueblito de Cajamarca, uno de los 24 departamentos de Perú.
Los lugareños usan ruana y sacos gruesos para aplacar las ráfagas de frío que corren por la cadena montañosa de la cordillera de los Andes. Castillo volvió allí esta semana. Fue a ampliar su licencia para ausentarse, porque debe cumplir con un compromiso inesperado: participar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas en junio para definir si él o Keiko Fujimori, la hija del autócrata Alberto Fujimori, será quien asuma las riendas de ese país.
Entre la montonera de candidatos, 18, que disputaron la primera vuelta, él era el más desconocido, aunque el más vistoso: sombrero claro, de ala ancha, camisa blanca con visos rojos y un lápiz como símbolo de batalla. “Yo no necesito disfrazarme, yo soy así, como la gente de mi pueblo”, dice.

El candidato a la presidencia de Perú Pedro Castillo y la candidata de derecha Keiko Fujimori.
Sebastián Castañeda. AFP
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En los reportajes de televisión, su voz se confunde con el canto de los gallos y el mugido de las vacas. La bucólica tranquilidad de la neblina que arropa el lugar contrasta con el revolcón que promete: nacionalizar las empresas de los sectores mineros, gasíferos, y petroleros; bajar a la mitad el sueldo de los congresistas y “repartir la riqueza entre los pobres”.
El profesor, que representa al partido Perú Libre, explica lo que viene: “Una competencia entre la opulencia y el mendigo Lázaro, una lucha entre el patrón y el peón, entre el amo y el esclavo”. De 51 años de edad, casado y padre de tres niños, Castillo promete la revolución. A diferencia de las viejas consignas que marcaron el continente –“con el pueblo y con las armas al poder”–, él cambió de instrumento: “Con el pueblo y con el lápiz al poder”.
Entre sus propuestas, además, está la redacción de una nueva constitución, disolver el Tribunal Constitucional y regular la prensa “por el bien de la moral y las buenas costumbres del país” y acabar con “la televisión basura”. Seguidor de Nicolás Maduro, sin embargo, los analistas creen él está mejor reflejado en el espejo de Evo Morales. Por su origen, su discurso, sus gestos y su forma de vestir.
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“No más un peruano pobre en un país de ricos”, sentencia. El Instituto Nacional de Estadística e Informática (Inei) dice que 16 de los 20 distritos más pobres del Perú están en Cajamarca. Este organismo anota que el 42 por ciento de la población no tiene recursos para cubrir sus necesidades básicas de alimentación. Una paradoja, pues en esta región está el yacimiento de Yanacocha, la mayor mina de oro de Suramérica y la segunda más grande del mundo. En ese hábitat se crio.
Estos niveles de miseria poco se sentían en la pujante Lima, epicentro de un país que se había convertido en lo que se llamó ‘el milagro Latinoamericano’ por su crecimiento sostenido durante los últimos años. Solo para este 2021, el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que será del 9 por ciento, el mayor de la región. ¿Entonces?
Hugo Ñopo, Ph. D. en Economía de Northwestern University y miembro del Grupo de Análisis para el Desarrollo, lo resume así: “Tenemos una economía fuerte, pero una institucionalidad débil”. Esa fragilidad se muestra en una inestabilidad que suma presidentes caídos por corrupción como las cuentas de un rosario: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra.
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Con un escepticismo y hastío hacia la clase política y por la pandemia de covid-19, cientos de miles optaron por no ir a las urnas, aunque el voto es obligatorio. Hubo, por ejemplo, quienes prefirieron pagar la multa de 25 dólares a exponerse a un contagio en las filas. El resultado ahora les quita el sueño a más de uno: 25 % de los 25 millones habilitados para votar se abstuvieron; 12 % se tomó el trabajo de ir, pero votó en blanco y hubo 5 % de votos nulos. ¡Un total del 42 % que no contó!
¿Una sociedad polarizada o indiferente? Las cifras dan para distintos análisis, pero la realidad es una: los electores ahora tienen que decidirse entre el profesor Castillo y la hija de Fujimori, quien no puede zafarse de las acusaciones de corrupción. De hecho, en el ambiente gravita la petición de un fiscal peruano de pedir 30 años de prisión para ella y otras 40 personas de su círculo por el escándalo de Odebrecht.
Keiko, de 45 años, en la campaña limitó sus desplazamientos. Por el coronavirus y porque afronta en libertad vigilada una investigación fiscal por lavado de activos, organización criminal y obstrucción a la justicia. A pesar de esto, los simpatizantes de su partido, Fuerza Popular, evocan los tiempos de prosperidad económica de su padre, cuando ella lo acompañaba en su condición de hija mayor y con el singular título de primera dama.
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La incertidumbre de qué camino coger se refleja en las palabras de la antropóloga y psicóloga Verónika Mendoza, candidata de izquierda y a quien las encuestas daban como una de las ganadoras: “Castillo me genera muchas dudas, todas las dudas; y con Keiko sí tengo la certeza de que con ella no voy ni a la esquina”.
Lo dice porque considera que ella es la réplica de su padre, quien durante la década de los 90 cometió graves violaciones de los derechos humanos y creó una red de corrupción que lo llevó a la cárcel, en donde ahora se encuentra. Mientras que a Castillo lo ve como el símbolo de un machismo arcaico.
En efecto, la periodista e investigadora Jacqueline Fowks dice desde Lima que si bien ambos candidatos están en espectros ideológicos opuestos, se identifican porque están en contra de la igualdad de género, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto.
“Estoy muy preocupado”, reconoce el analista Ñopo. “Es posible que, si gana ella, habrá continuidad en el modelo económico, pero será difícil que nuestras instituciones se fortalezcan, y dudo que se frene la corrupción”. Todos los adversarios políticos vislumbran que con ella regresará el fantasma de la corrupción a pasearse libre por un país ya bastante herido por este fenómeno. Pero con Castillo teme que económicamente el país de un salto al vacío.
El maestro, tercero de una familia de nueve hermanos, es visto como un lobo con piel de oveja. Carlos Basombrío Iglesias, analista político, alertó en El Comercio: “No es imposible que un candidato que pertenece a un submundo político ultrarradical, hiperideologizado y propenso a la violencia llegue a la presidencia”.
En 2017, Castillo fue el líder de un movimiento que paralizó las actividades académicas del país durante 75 días. ¿Quién era este hombre de estatura mediana, delgado y de apariencia sencilla? Entonces se supo de su pasado de rondero, un grupo de autodefensa de campesinos creado para evitar el robo de ganado. A ladrón que atrapaban lo castigaban con latigazos y el escarnio público. Aunque prohibido por la ley, esto era bien visto por muchos.
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Tres años después, en 2020, Castillo anunció su candidatura representando a Perú Libre luego de que el líder de ese partido, Vladimir Cerrón, fue inhabilitado y condenado a prisión. Quienes le temen a Castillo recuerdan que Cerrón, quien se formó en Cuba, lo alimenta ideológicamente.
Pero ¿cómo es posible que nadie viera que cuando Castillo andaba en su caballo iba labrando un camino que lo puede llevar a la presidencia? Los medios de izquierda dicen que las encuestas nunca lo tuvieron en cuenta porque en las muestras que se toman telefónicamente no llegan a las comunidades indígenas, que reúnen el 20 % de la población peruana, de 32 millones de habitantes.
“El establishment mediático, encerrado en Twitter, se dio cuenta de que hay redes sociales reales por donde realmente pasa el mundo”, le dijo a BBC Carlos Meléndez, académico de la Universidad Diego Portales e investigador peruano.
En opinión de la politóloga Bettina Schorr, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Berlín (LAI), citada por la prestigiosa Deutsche Welle (DW), el resultado es “realmente un desastre” para Perú: “Esto es ahora como tener que elegir entre la peste y el cólera”, dice.
¿Qué irá a pasar? Un analista que prefiere mantener su nombre en reserva dice: “Los peruanos tienen que elegir entre quien se puede robar los muebles de la casa y el que va a quemar la casa. Y creo que van a elegir a Keiko porque es más fácil recuperarse de un robo que rehacerse de las cenizas”.
ARMANDO NEIRA
Editor de POLÍTICA de EL TIEMPO
@armandoneira
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