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Gobierno

'La polarización anula el diálogo e invisibiliza el cambio social'

Alejandro Gaviria, ministro de Salud.

Alejandro Gaviria, ministro de Salud.

Foto:Claudia Rubio/EL TIEMPO

Alejandro Gaviria, exminsalud, habla sobre por qué la polarización anula el discernimiento.

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En un país que sigue sacudido por los vientos de la polarización, es cada vez más difícil encontrar personas que son miradas con respeto, tanto en los más variados sectores políticos como académicos o empresariales. Alejandro Gaviria es una de ellas. Su capacidad de mirar más allá y hacer llamados ocasionales a la sensatez en el debate público es el fiel reflejo de la personalidad de alguien a quien la vida le dio una segunda oportunidad y que mantiene el rigor en sus análisis.
Y es que el actual director del recién creado Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Cods) para América Latina y el Caribe, que funciona en la Universidad de los Andes, superó el cáncer linfático que le detectaron siendo ministro de Salud de la administración Santos. Su libro 'Hoy es siempre todavía' fue uno de los más vendidos del año que termina, y sus conferencias, en las cuales la economía es usualmente el tema central, llenan los auditorios. EL TIEMPO habló con él.
Cuando mira hacia atrás, ¿qué le dice este 2018 que termina, con respecto al país?
Fue un año difícil. A manera de balance general, sin entrar en los detalles, hay dos cosas que me preocupan. La primera es el aumento en la tasa de homicidios y el aumento de la violencia en varias regiones del país. Esta es una mala noticia que pone de presente un problema serio del posconflicto. Yo, y creo que muchos colombianos, esperaba lo contrario. La segunda es la crisis de confianza en las instituciones democráticas, un fenómeno global que en Colombia ha tenido una manifestación acentuada.
También, cabe recordarlo, fue un año de elecciones pacíficas con un crecimiento del voto de opinión, un año de una gran movilización social positiva, un año en el que las instituciones estatales y la sociedad misma respondieron de manera solidaria y eficaz a la migración venezolana, el año del ingreso a la Ocde; en fin, no todo fue malo.
¿Cuál es su lectura en lo político?
Hay dos aspectos que quisiera resaltar. La polarización que anula el diálogo democrático convierte el debate en un intercambio de estribillos e invisibiliza el cambio social. Muchos dicen lo contrario, pero la polarización no es buena, promueve el estilo paranoide de la política, anula el pensamiento o el necesario discernimiento, entre otras cosas.
También hay que mencionar el experimento de un Congreso más autónomo, más independiente y más deliberativo. Hay menos gobernabilidad, pero más equilibrio de poderes. Todavía no podemos evaluar los efectos de esta situación inédita, pero es uno de los hechos políticos del año. A mí no me choca.
¿Y en lo económico?
El comportamiento de la economía no fue muy distinto al esperado. Tuvimos una recuperación parcial, acompañada de un deterioro leve en el mercado laboral. Pero nos quedamos esperando el buen segundo semestre poselectoral que muchos preveían. Preocupa, eso sí, el deterioro reciente de la confianza. Ha sido muy rápido y muy profundo.
¿Cómo lo ve en lo social?
Vuelvo a traer a cuento el aumento de los homicidios y el asesinato de líderes sociales, las peores noticias del año en mi opinión. Pero la mejoría de los indicadores sociales ha continuado a pesar de la migración venezolana y el menor crecimiento de los últimos años. Los datos del nuevo censo muestran, de otro lado, las grandes transformaciones demográficas de Colombia: el envejecimiento de la población, la reducción de la fecundidad o el dinamismo de ciudades intermedias.
¿Su situación personal?
Estoy bien después de una enfermedad muy dura. Regresé a la universidad. Voy a dedicarme ahora al desarrollo sostenible, a aportar desde la investigación y la docencia. Tengo una urgencia esencial: celebrar la vida con mi familia y con la gente que quiero, guardando, como toca, una distancia escéptica frente al mundo de la política.
Usted se describe como un optimista basado en la evidencia ¿Por qué?
Porque así lo muestran las cifras, porque los hechos contradicen las opiniones catastrofistas de quienes quieren pintar una realidad de pesadilla para erigirse como salvadores. Doy algunos ejemplos sencillos. La pobreza se ha reducido sustancialmente. La desigualdad, que sigue siendo muy alta, comenzó a ceder. La mortalidad infantil, la desnutrición crónica y el embarazo adolescente han disminuido. Las clases medias se duplicaron en poco más de una década. Una generación atrás, uno de cada cuatro niños en Colombia estaba desnutrido; actualmente, uno de cada diez lo está. Una cifra preocupante, pero muy inferior.
Sin embargo, el pesimismo de los colombianos es la norma desde hace años...
Así es. Si uno toma una persona al azar, en la calle, probablemente dirá que nunca habíamos estado peor socialmente. Es una tendencia internacional, la llamada brecha de optimismo. La gente dice que las cosas van muy mal, que todo es terrible, pero a la pregunta ‘¿cómo le ha ido a usted?’, la respuesta suele ser la opuesta: ‘A mí me ha ido bien’. Esa incoherencia es parte de la realidad actual del planeta.
¿A qué atribuye la polarización?
No tengo una respuesta inmediata. Pero puedo dar una lista de causas posibles: los límites de la democracia y el libre mercado, el crecimiento de las expectativas o la exclusión de muchos sectores sociales. Como dice Yuval Harari, resulta más fácil luchar contra la explotación que contra la irrelevancia. Tampoco podemos olvidar la corrupción, que ahora es más notable, ni el refinamiento de las maquinarias de desinformación, gracias a las redes sociales. La lista es más larga, claro.
¿Cuál es el papel de las redes?
Han democratizado la comunicación, pero se han convertido al mismo tiempo en factorías de mentiras. Allí hay muchas voces imprescindibles, importantes, que coexisten con estrategias masivas de desinformación. Yo las uso con frecuencia, pero debo confesar que cada vez me gusta más desconectarme.
¿Cómo las maneja usted?
A pura intuición. Comparto información relevante, artículos académicos, incluso poemas y asuntos más íntimos. Trato de enfatizar los hechos. A veces me engancho en discusiones insulsas. No es fácil lidiar con el insulto, la difamación y la imprecación grosera. Sé que lo mejor es ignorarlos. Pero no siempre lo logro.
¿Por qué dice que no se pueden usar las noticias para entender el mundo?
Porque usualmente ignoran el contexto y el análisis, tienen un sesgo hacia lo negativo, reducen la realidad a una o dos historias y explotan lo peor del corazón humano. La frase de la pregunta no es mía, es de Hans Rosling, quien murió hace poco y dedicó su vida a mostrar el contraste entre el progreso social y el negativismo de las noticias de televisión. Yo opté por leer libros a la hora del noticiero.
¿Qué le dejó su paso de seis años por el Gobierno?
Grandes enseñanzas, algunas frustraciones y también miedos, miedos a las investigaciones, a ese mundo kafkiano, incomprensible, al que nos enfrentamos los funcionarios cuando dejamos los cargos. Me dejó también la convicción de que mucha gente en el sector público hace las cosas bien, trabaja con esfuerzo y conocimiento. La mayoría lo hace. Me quedó, en últimas, un gran respeto y gratitud por el trabajo de funcionarios y contratistas.

Mucha gente en el sector público hace las cosas bien, trabaja con esfuerzo y conocimiento. La mayoría lo hace

¿Qué les dice a sus estudiantes sobre trabajar en el sector público?
Que el sector público permite un contacto más intenso con el mundo, que el trabajo en el sector público nos aleja del cinismo, nos da una perspectiva adecuada de la política más allá de la indignación y la indiferencia y que vale la pena. Pero también que no es la única forma de aportarle a la sociedad. La política no es todo.
¿Cómo analiza el movimiento estudiantil en pro de la universidad pública?
Valoro la combinación de ideas y activismo inteligente. También, la capacidad de llegar a acuerdos. Creo firmemente en el papel de la universidad pública. El año entrante voy a dictar un curso compartido de economía de la salud en la Nacional de Bogotá. Estoy emocionado.
¿Cree que en Colombia hay un sesgo en contra de las empresas?
No completamente. Pero sí he notado, en algunos círculos al menos, cierta hostilidad hacia el sector privado. Noté, como ministro de Salud, una tendencia extraña, contradictoria. Algunos dicen: ‘El sector público es muy corrupto’, y dicen al mismo tiempo: ‘El sector privado está lleno de carteles, es corrupto también’. Esas generalizaciones no tienen sentido. Llevan a la tentación de destruir sin haber construido. Hay muchas empresas y empresarios que merecen nuestro aprecio.
¿Cómo le pareció la ley de financiamiento?
No me gustó. Deja el problema fiscal sin resolver, a duras penas tapa el hueco de 2019. Suscribo la carta abierta de un grupo de economistas que señalan, entre otras cosas, la inconveniencia de un conjunto de exenciones que suman nueve billones de pesos y no tienen, en conjunto, un beneficio claro y sí unos costos evidentes.
¿Qué espera del próximo año?
Veo tres temas complicados: la coyuntura económica internacional, el problema migratorio venezolano y la gobernabilidad interna. No va a ser un año fácil, pero va a ser un año interesante, celebramos los 200 años de la independencia y tendremos un año de reflexión. El aniversario nos va obligar a mirar más allá de la coyuntura, a ir más allá del escándalo de la semana.
¿Cómo se imagina a Colombia en cinco años?
No tengo una bola de cristal. Pero quisiera señalar cinco desafíos para la próxima década: detener la deforestación y lograr un desarrollo sostenible de la Orinoquia; resolver la encrucijada pensional porque a este paso, nadie va a tener pensión; seguir copando los espacios que dejó el posconflicto, aumentar la innovación y la productividad, y lograr una salida al problema de las drogas distinta a la prohibición y el glifosato.
RICARDO ÁVILA
DIRECTOR DE PORTAFOLIO
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