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Congreso

De la Casa de Nariño al Palacio Presidencial

Fachada principal de la Casa de Nariño, que da a la plaza de Armas, donde el Presidente recibe a las personalidades.

Fachada principal de la Casa de Nariño, que da a la plaza de Armas, donde el Presidente recibe a las personalidades.

Foto:César Carrión / Presidencia

¿Por qué la Casa de Nariño es el Palacio Presidencial en Colombia? ¿Cuál es su historia?. 

Luisa Mercado
El próximo 7 de agosto, igual que sucede cada cuatro años, tendremos relevo presidencial en Colombia. Así, de la Casa de Nariño saldrá el presidente Juan Manuel Santos y a ella entrará su relevo, Iván Duque, como si se tratara del habitual cambio de inquilino en una vivienda cualquiera.
Pero ¿por qué nuestro palacio presidencial es conocido también con ese nombre, que sirvió a su vez para bautizar uno de nuestros departamentos? ¿Por qué? He ahí la pregunta que vamos a responder.
Para empezar, nadie que haya estado en Bogotá deja de ir hasta este sitio, como en Washington todos los turistas tienen que visitar la Casa Blanca. Sí, se trata de una enorme, imponente y lujosa edificación que ocupa la manzana completa, como tiene que ser si es la residencia del jefe del Estado. Un palacio, sin duda.
Por los tres costados que dan a la calle, la Casa de Nariño está protegida por altas rejas, a través de las cuales los paseantes pueden verla y admirar sus bellos jardines, el emblemático Observatorio Astronómico y, sobre todo, en el Patio de Armas, la estatua de Antonio Nariño, a quien muchos sin embargo no logran siquiera identificar desde lejos.
Dicho esto, ya sabemos que la residencia en cuestión tiene que ver con el Precursor de la Independencia nacional, quien nació allí el 9 de abril de 1765, día que, por cierto, la mayoría de nosotros olvidamos cada año por los actos conmemorativos del Bogotazo, cuando Gaitán fue asesinado. Gajes de la historia, como es obvio.

Calle de la Carrera

Aclaremos: el presente informe está basado en el libro Yo soy Nariño, un grueso volumen de casi quinientas páginas, escrito por el historiador Antonio Cacua Prada, a quien solo con esta obra (la mejor, al parecer, de su amplia producción bibliográfica) le bastó para fungir ahora como presidente honorario de la Academia Patriótica Antonio Nariño.
Pues bien, en esa casa nació el Precursor. Hoy es fácil saber donde está: entre las carreras 7.ª y 8.ª con la calle 6.ª, al frente de la iglesia de San Agustín y a un lado del Museo de Santa Clara, detrás del Capitolio (sede del Congreso) y a una cuadra de la plaza de Bolívar, en el barrio colonial de La Candelaria, lugares de tránsito obligado para los miles de turistas que diariamente llegan a Bogotá.
En aquellos tiempos, sin embargo, las cosas eran distintas: no estaba el Palacio Presidencial, sino que ahí, sobre la 7.ª, cruzaba la Calle de la Carrera, a cuyo lado izquierdo, hacia la mitad, estaba la residencia de don Vicente de Nariño y Vásquez y doña Catalina Álvarez del Casal, padres del prócer, quienes pertenecían, por su origen hispano, a dos de las familias más notables de la vieja Santafé, capital del Nuevo Reino de Granada.
La vivienda era de dos plantas, típica de la arquitectura colonial española en América: blancas paredes, techo con tejas de barro, altas puertas de madera y un balcón de extremo a extremo, a todo lo largo del segundo piso, según la describió en detalle un bello óleo de Luis Núñez Borda, célebre pintor de la época. Acá precisamente nacieron todos los hijos, que no serían pocos: ¡fueron doce, de los cuales cuatro fallecieron en su infancia, sobreviviendo ocho hasta su edad adulta!
Nariño fue el tercero de la camada. Y fue bautizado en la antigua Catedral (donde hoy está la Catedral Primada de Colombia), a escasos metros de su casa, con un nombre que habla a las claras sobre su noble cuna, de rancio abolengo: Antonio Amador José Nariño y Álvarez.

Desde temprana edad empezó a deleitarse con las obras de clásicos griegos, latinos y españoles, cuando no de autores franceses, siempre disfrutando a sus anchas de la literatura y la historia

El ambiente familiar que rodeaba a Toñito

Es fácil imaginar el ambiente familiar que Nariño tuvo en su infancia y adolescencia. Veamos.
Desde el balcón de su casa presenciaba la tranquila y cómoda vida santafereña, donde las mejores familias de la ciudad se paseaban por la calle (la actual carrera 7.ª, llamada entonces Calle Real) y saludaban con amabilidad y respeto, como que don Vicente, su padre, era uno de los más importantes funcionarios oficiales en la Nueva Granada.
Por ahí desfilaban también las concurridas procesiones, a las que él con sus padres y hermanos se sumaban, participando de la ferviente religiosidad católica traída de España, la misma que se reflejaba en la continua asistencia a misa, tanto en la Catedral como en la iglesia de San Agustín, y en las oraciones nocturnas, de recogimiento, en el hogar, a la hora de acostarse.
Pero, acaso lo que más atraía a Toñito (como le decían, con cariño) era la amplia biblioteca paterna, donde desde temprana edad empezó a deleitarse con las obras de clásicos griegos, latinos y españoles, cuando no de autores franceses, siempre disfrutando a sus anchas de la literatura y la historia, la filosofía y el arte, así como del paciente aprendizaje de los idiomas.
Con tan sólida formación inicial, a los doce años ingresó al Colegio de San Bartolomé, muy cerca igualmente de su casa, para dedicarse más a la gramática, la jurisprudencia y la filosofía, haciendo gala del talento políglota que tanto sorprendía a sus profesores.
Las dificultades, sin embargo, no tardarían en hacer acto de presencia, ahí, en su propia casa, en su amada familia. Fue como un anuncio premonitorio de la vida trágica que le esperaba, envuelto por la gloria.

Historia republicana

En 1778, cuando Nariño tenía trece años de edad, murió su padre, quien fue sepultado en la iglesia de San Agustín. La viuda, con sus ocho huérfanos a cuestas, no heredó sino esta casa, de la Carrera, “y algunos sueldos que le adeudaban las cajas reales”, pues su esposo –recordemos– había sido contador general de las Cajas Matrices del Nuevo Reino de Granada y contador mayor del Tribunal y la Real Audiencia de Cuentas, por designación del mismo rey de España.
Pero el dinero disponible, necesario para tantos gastos encima, se agotó rápidamente. Y seis años después, en 1784, doña Catalina no tuvo otra salida que vender la vivienda, cuyo nuevo propietario sería Francisco Silvestre, quien fue gobernador de Antioquia. La familia Nariño y Álvarez, claro está, abandonó la residencia en forma definitiva.
Y así empezó lo que podría llamarse la historia republicana de la casa natal de Nariño, pasando de mano en mano: en 1821, al alcalde de Bogotá; en 1864, a Cristóbal Umaña Borrero, y luego, al médico Andrés María Pardo, unos y otros manteniendo la honrosa tradición de preservarla por ser el sitio donde el Precursor vivió durante casi veinte años.
Pero fue en 1888, en la presidencia de Carlos Holguín Mallarino, cuando el Gobierno Nacional, consciente de su extraordinario valor histórico, decidió adquirirla para transformarla en Palacio Presidencial, propósito que en un principio no logró cumplirse.
Antes bien, allí funcionaron varios ministerios y oficinas públicas, cuando no la Facultad de Matemáticas, y fue solo en 1904, al abrirse el largo mandato del general Rafael Reyes, cuando se pusieron manos a la obra, ordenando demoler la antigua construcción y erigiendo, en su lugar, el Palacio, inaugurado con bombos y platillos el 10 de julio de 1908.
Como tal, funcionó hasta 1953, cuando hubo un traslado temporal de sus operaciones al vecino Palacio de San Carlos, y desde 1979, hasta hoy, volvió a ser la sede presidencial, donde el próximo 7 de agosto será el esperado relevo en la jefatura del Estado, igual que sucede cada cuatro años.

Tradujo del francés la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por cuya publicación fue detenido y condenado a la cárcel, donde pasaría alrededor de dos décadas

Más casas de Nariño

En Colombia hay otras casas de Nariño. Una de ellas, quizás la principal, fue la que compró en 1788, situada en lo que es hoy el parque Santander (en la Colonia, plazuela de San Francisco) y ocupada hasta hace poco por el Jockey Club, enseguida del Museo del Oro y detrás del Banco de la República.
Allá residió con su esposa e hijos, tuvo su amplia e infaltable biblioteca, presidió la tertulia política que promovió la independencia y tradujo del francés la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por cuya publicación fue detenido y condenado a la cárcel, donde pasaría alrededor de dos décadas.
Y no olvidemos la casa de Nariño en Villa de Leyva, donde él falleció en 1823, si bien sus restos mortales fueron trasladados después a la Catedral Primada, en la que yace sepultado, a la vista de su Imprenta Patriótica, que editó el mencionado documento con las bases de la Revolución francesa, fundamento de nuestra independencia y de la democracia moderna que aún nos rige.
La Catedral y la llamada Casa de los Derechos, sede de esa imprenta, se encuentran ‘a la vuelta’ de su casa natal, como si don Antonio Nariño todavía persiguiera, sin descanso, sus sueños de infancia y juventud, por la libertad de nuestra patria, en el Palacio Presidencial.
JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA PATRIÓTICA ANTONIO NARIÑO.
Luisa Mercado
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