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No es hora de callar

‘Mi infierno fue inyectarme silicona en las nalgas'

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NO ES HORA DE CALLAR

No es hora de callar

Trans del barrio Santa Fe, en Bogotá, pasan crisis de salud. Ley castigará procedimientos estéticos.

Comprar y vender sexo. Tan fácil como se escribe y tan difícil como se vive.
Lo saben y lo sienten en los huesos Lady y Jessica, quienes no acaban de reconocerse como mujeres trans, pero tampoco como travestis, y decidieron empaquetar en un cuerpo femenino su necesidad, sus sueños y ambiciones.
Las dos tienen senos conseguidos a punta de hormonas y una cola prominente, necesaria en la comercialización del sexo, que ahora, muchos años después, empezó a escurrirse porque es, literalmente, silicona para hacer manualidades.

EL TIEMPO encontró que en el corazón del barrio Santa Fe de Bogotá, un “esteticista” de origen venezolano está inyectando indiscriminadamente silicona liquida de uso comercial.

Hace poco más de una década, a las dos les dijeron que les inyectarían biopolimeros con una base de ácido hialurónico y otras sustancias que no comprometerían su salud.
El “rebusque” en la calle apremiaba, como lo llaman ellas, y se hicieron el procedimiento en Bogotá.
Su caso no solo sale a la luz por la aprobación de la Ley 358 de 2022, que penaliza el uso indebido de sustancias para procedimientos estéticos. EL TIEMPO encontró que en el corazón del barrio Santa Fe de Bogotá, un “esteticista” de origen venezolano está inyectando indiscriminadamente silicona liquida de uso comercial, en los cuerpos de mujeres en condición de prostitución y personas trans.
Documentando el caso de Jessica, quien lleva más de dos años afrontando las consecuencias de lo que inyectaron en su cuerpo, EL TIEMPO encontró a decenas de personas que están atravesando por una crítica situación de salubridad por las secuelas de los biopolímeros.
Con banderas, pancartas, música y una tarima móvil, la comunidad alzó su voz en diferentes puntos del barrio Santafe, lugar donde se encuentra parte de esta comunidad.

Con banderas, pancartas, música y una tarima móvil, la comunidad alzó su voz en diferentes puntos del barrio Santafe, lugar donde se encuentra parte de esta comunidad.

Foto:Sergio Acero/ El Tiempo

Elizabeth Loaiza, fue una de las voceras que se sumó a la iniciativa de ley

Elizabeth Loaiza, fue una de las voceras que se sumó a la iniciativa de ley

Foto:istock

Jessica medianamente puede caminar. La silicona se regó por sus piernas y le ha generado quistes en la ingle que ya la tuvieron tres veces en cirugía en el hospital Santa Clara. Pero es de las afortunadas. La mayoría de ellas no cuenta con Sisben o Eps y el tratamiento es inexistente.
“Lo mejor es la droguería de la esquina. Ellos ya saben y le formulan a uno amoxicilina y algo para el dolor —señala Lady—, pero ir al médico es imposible, eso vale mucho”.
Un tratamiento que, según sus palabras, se pueden costear las presentadoras o actrices famosas, pero que no caben en sus aspiraciones, porque lo poco que se consigue en un rato, es para comprar una sopa, completar lo de la pieza o abonar al tratamiento de la droguería.
Lady y Jessica son curtidas en la calle y en el infierno de la silicona que se va regando por el cuerpo con un dolor que taladra. Pero hay otras, muy jóvenes, que recién adquirieron el espejismo de la belleza.

“Si no tenemos, no vendemos. Tetas y culo. Eso es lo que se necesita para ganarse algo”, dice Lady.

Una de ellas, que no quiso mencionar su nombre, sobrenombre o apodo, reconoce que el venezolano, un gay moreno, de no más de 40 años, llegó al Santa Fe a finales de la Pandemia ofreciendo la “belleza instantánea, para entrar poderosas al ruedo”.
Eso, palabras más, palabras menos, se traduce en tener un buen trasero que le gane al que tiene la que se para en la esquina, para conseguir un cliente que pague cualquier peso.
Si no tenemos, no vendemos. Tetas y culo. Eso es lo que se necesita para ganarse algo”, dice Lady.
Y ahí radica el negocio de llenar ese trozo de cuerpo de algo que lo haga ver llamativo. Este hombre, que nadie quiere señalar, hace el trabajo por 300.000 o 500.000 pesos. Solo hay que llegar con la cantidad de silicona que se quiere inyectar y la aguja para hacerlo. Y como todo lo que hace daño, es muy fácil comprarlo.
Cerca de allí, en la tienda de químicos, se puede adquirir una botella de un cuarto, medio litro, un litro y litro y medio. La jeringa es de 50 centímetros cúbicos, para vacunar ganado y el resto es un procedimiento barbárico y cruel: el líquido en un valde, una víctima lista para ser inyectada y el falso esteticista inyectando la silicona para luego, con un palo de escoba o un rodillo de hacer pizzas, ‘amasar’ los glúteos de sus clientas hasta darle forma al ‘implante’.
Doloroso, repugnante y cruel.
Parte de la población trans afectada se concentra en el barrio Santa Fe.

Parte de la población trans afectada se concentra en el barrio Santa Fe.

Foto:EL TIEMPO

Y como en todos los tipos de violencia, la culpa recae sobre ellas. “Travestis locas, para que van allá a que las torturen”, respondió una de las autoridades consultadas sobre este ilícito.
Sin embargo, no musitó nada sobre el victimario que sigue haciendo su gran negocio. Ahora está en Cali, en las calles del barrio San Nicolás, donde montó sucursal.
Lo que les pasa a Jessica, a Leidy y a las que no quieren dar su nombre ni mostrar su rostro no es una anécdota del “bajo mundo”. Es un llamado de auxilio y un tema de salud pública que debe ir más allá del “relato en redes sociales de las famosas”, como lo reclama Jessica.
“Mi infierno fue y es inyectarme silicona en las nalgas. Quería ser bella para poder trabajar y quedé lisiada de por vida. No lo hagan —enfatiza Jessica—. No se metan nada en el cuerpo”.
Esta persona trans, que ha conocido todas las violencias y todas las desgracias de la calle, decidió grabar un video en el que muestra las secuelas de lo que decidió hacerse hace varios años. Busca generar conciencia y por eso da la cara y autoriza su publicación.
Su mayor esperanza es que la ley que van a sancionar le permita acceder a un servicio digno de salud. Le permita dormir, al menos una noche, sin dolor.
Lo paradójico es que mientras unas personas alertan, otras creen que no es necesario regular la venta de siliconas o aplicar con eficacia el código penal cuando se trata del daño que generan las sustancias químicas.
Y si se quiere hilar más delgado, el Gobierno nacional y las administraciones locales deberían responder dónde están los planes sociales para evitar que hayan más Ladys y Jessicas explotadas sexualmente. Esa, sin lugar a dudas, es otra historia.

Así serían las penas y apoyo a víctimas de la nueva ley

Carlos Fernando Motoa es senador por el partido Cambio Radical.

Carlos Fernando Motoa es senador por el partido Cambio Radical.

Foto:Twitter: @senadormotoa

La Ley 358 de 2022 está a apenas unos meses de convertirse en realidad. Tras culminar sus debates en el Congreso ahora entró en proceso de conciliacíón y según el senador Carlos Fernando Motoa, ponente del proyecto, llegaría a sanción presidencial en mayo de este año.
En dicho momento se convertiría en una realidad que plantea penas entre los 32 y los 180 meses de cárcel para quien inyecte sustancias modelantes no aprobadas (polímeros y biopolímeros, entre otras).
Además, esa condena puede aumentar en una tercera parte si el procedimiento se realiza mediante engaños, si se afecta el rostro o si la víctima es una persona menor de 18 años.
También las víctimas —que en un 95 por ciento de los casos son mujeres— ahora podrán acceder, a través del sistema de salud, a procedimientos de retiro o manejo de estas sustancias, algo que antes no sucedía, pues estos procedimientos no estaban dentro del Plan de Beneficios en Salud (PBS).
JINETH BEDOYA LIMA
EDITORA DE GÉNERO DE EL TIEMPO
En Twitter: @jbedoyalima
#Noeshoradecallar
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