Impotencia y rabia. Eso es lo que despierta la descarnada imagen del cuerpo de una mujer tendido, sin vida, en el piso, y un hombre de rodillas, intentando activar un arma de fuego contra su cabeza.
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Varias personas difundieron el video, sin el más mínimo escrúpulo, a través de las redes sociales. Era el feminicidio –transmitido casi que en tiempo real– de Érika Aponte Lugo.
Christian Rincón Díaz, su victimario y padre de su hijo, sumó una víctima más al interminable conteo de violencia de género y abrió nuevamente, como pasa con los casos que tienen prensa y difusión, el debate sobre lo que se ha naturalizado y solo genera resquemor e indignación, precisamente, cuando está en el ojo de los medios.
(De interés: Cada 28 horas hay un caso de feminicidio en Colombia).
En el caso de los feminicidios, el círculo vicioso del “por qué no habló antes”, “había hablado y no pasó nada”, o “por qué esa mujer sigue con el que la maltrata” se activa instantáneamente.
Los portales de noticias empiezan a buscar clics con las notas más absurdas y obvias, pero que alimentan el morbo y derivan en tráfico digital; las autoridades desempolvan las cifras de reducción de crímenes y las rutas de atención; y la opinión pública afina su indignación momentánea.
Todo a la espera de la siguiente muerte, para volver a reactivar la rabia y la impotencia que, como las rutas y los protocolos de atención, no están ayudando mucho.
La cifra de Feminicidios Colombia, una de las organizaciones que mejor documenta este delito, indica que al 14 de mayo se registraron 114 crímenes contra mujeres. La Fiscalía habla de 64 casos.
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Lo cierto es que en vez de disminuir, la violencia de género parece enquistarse con mayor fuerza en la sociedad.
Si a las medidas no se les suma educación, desde la primera infancia, seguiremos teniendo más Érikas, más Carolinas, más mujeres muertas
Y surge la pregunta del millón: ¿qué hacer?
Ni en España, Argentina, Francia o Colombia, países con casos e historias de agresiones sin precedentes, se encuentra la respuesta rápida y efectiva. Tal vez porque los esfuerzos se siguen proyectando desarticuladamente.
Los botones de pánico, las casas de acogida, las llamadas cifradas, las cajas de supermercados con claves para pedir ayuda y la línea telefónica nacional 155, así como las de emergencia en las ciudades, son medidas importantes, urgentes y necesarias, pero seguirán siendo semillas regadas en la arena sin un cambio drástico en la educación, prevención y sensibilización sobre el tema.
Hoy, tras tantos casos mediáticos y denuncias en las redes sociales, un gran porcentaje de la población en Colombia y el mundo sigue sin entender qué es violencia de género, o cuáles son las razones para que un feminicidio sea diferente a un homicidio.
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Aún es difícil que hasta en los estratos más altos, donde supuestamente no hay tantos casos de violencia de género, se logren identificar las conductas que son violentas, pero que se parapetan en los celos o el amor extremo. Por eso la insana costumbre de los policías y los periodistas de hablar de ‘crimen pasional’, justificando que a las mujeres las matan porque las aman.
Si a las medidas no se les suma educación, desde la primera infancia, seguiremos teniendo más Érikas, más Carolinas, más mujeres muertas.