Medio Ambiente

Los indígenas que recuperan tierras ancestrales con bonos de carbono

Indígenas de todo el mundo estuvieron esta semana en territorio de la tribu Yurok, en California, aprendiendo sobre cómo funciona el proyecto de venta de carbono.

Indígenas de todo el mundo estuvieron esta semana en territorio de la tribu Yurok, en California, aprendiendo sobre cómo funciona el proyecto de venta de carbono.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

Los Yurok, la tribu más grande de California, fusionó el conocimiento ancestral con la ciencia.  

Karen Tatiana Pardo
Después de media hora de camino apareció ante todos un bosque denso y frondoso. Un cielo de color azul claro, sin un rastro de nubes, se empezó a asomar, de tanto en tanto, entre las ramas que se retorcían y enmarañaban hacia todas las direcciones.
No hay ningún otro lugar en el mundo que se le parezca a este. En la costa de California, en Estados Unidos, se encuentran los árboles más altos del planeta. Las secoyas pueden llegar a crecer más de 100 metros y tener un tronco tan ancho que se necesitarían, por lo menos, unas diez personas agarradas de las manos para bordearlos.
La reserva indígena del pueblo yurok, la tribu más grande de California, está al margen del río Klamath, en cercanía del Parque Natural Redwood. Antes de que los exploradores europeos llegaran a su territorio, los indígenas utilizaban la madera de las secoyas para construir sus casas, canoas y herramientas de cacería; se alimentaban de las plantas y animales que encontraban, como bellotas, bayas y salmones frescos. Pero fue entre los años 1700 y 1800 cuando la historia dio un brusco giro.
Los colonos llegaron y comenzaron a utilizar sus instrumentos más sofisticados para arrinconar a los indios americanos y arrasar con los árboles, que, al ser resistentes, les servían para hacer barcos y muebles. En 1850, creyéndose que nada podía ser peor, se descubrió oro en California y los exploradores ávidos de todo el mundo no tardaron en llegar con el peso de sus máquinas y motosierras.
Durante las cinco décadas siguientes, más del 30 % de estos árboles gigantes habían desaparecido. Según WWF, los bosques de secoya (redwood) más antiguos alguna vez cubrieron un área de 800.000 hectáreas, mientras que en la actualidad solo queda aproximadamente el 4 por ciento.
Dentro del bosque crecen, en algunas ramas, unas plantas que caen como mechones de cabello, de un verde parduzco con textura de musgo. En el suelo, una hojarasca de color pardo, con troncos caídos que naturalmente se van desintegrando y dan vida a pequeños mundos.
Hoy, algunos de los 6 mil miembros de la tribu yurok se han convertido en actores activos para mitigar los efectos del cambio climático, a través de estrategias de comanejo del territorio que fusionan sus saberes tradicionales con el conocimiento científico y la asesoría del Gobierno.
“Creemos en la necesidad de tener buena planeación. Hemos aprendido que hay que estar integrados, desarrollar un modelo financiero, involucrar a los jóvenes y, un consejo adicional, saber qué pasa en la política”, dice Tim Hayden, director de recursos naturales del pueblo yurok.
En el 2011, la tribu se convirtió en una de las primeras en participar en el programa Cap-and-Trade, una iniciativa del gobierno de California para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a los niveles de 1990 para el año 2020, y un 40 % menos para el 2030. En ese escenario, las empresas contaminantes –de petróleo, gas, fabricantes de cemento y vidrio, por ejemplo– pueden comprar bonos a comunidades que cuidan el bosque para compensar sus emisiones de dióxido de carbono que van a la atmósfera.
Hasta la fecha, según le dijo a EL TIEMPO Jason Gray, director del Programa de Cambio Climático en California, el gobierno local ha otorgado créditos a siete proyectos tribales, en los que también están Round Valley, White Mountain Apache, Mescalero Apache, Passamaquoddy, Warm Springs, Colville y Sealaska Native Corporation. Los yurok, particularmente, han recibido 2,3 millones de créditos para vender, en un área de casi 13 mil hectáreas de bosque redwood protegido.
Y aunque la comunidad se muestra reacia a decir cuánto han ganado, lo cierto es que con el dinero recaudado (cada bono está costando entre 10 y 12 dólares), la tribu no solo ha vuelto a adquirir 50 mil acres (cerca de 20.300 hectáreas) de tierra ancestral que una empresa maderera tenía en su poder, sino ha invertido en la reforestación del bosque, investigación científica, recuperación de las cuencas que bañan el territorio, la protección de especies animales y vegetales, y la compra de algunos objetos sagrados.
Según cuenta la tribu Yurok, este año han logrado sacar 14.500 salmones del río Klamath. Otras personas también pueden ir a pescar ahí.

Según cuenta la tribu Yurok, este año han logrado sacar 14.500 salmones del río Klamath. Otras personas también pueden ir a pescar ahí.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

***

A la mañana siguiente, un cielo pálido de colores desleídos alumbraba el paisaje. La luz caía con desmayo sobre el agua del río Klamath. Era temprano y una neblina blanca lo cubría todo. El follaje de los árboles en la montaña, a lo lejos, se veía fresco y húmedo.
Luego de estar navegando, con un viento frío que pegaba fuerte sobre la cara, el bote paró por un instante. A un lado, focas y gaviotas merodeaban; y al otro, las casas nativas y los lugares sagrados de los yurok donde a veces cocinan y bailan.
Comenzando en el árido este del estado de Oregon, el Klamath atraviesa la cordillera Cascadas antes de entrar en el océano Pacífico, en el norte de California. En su momento más vigoroso, era el tercer sistema fluvial más productivo de salmón en los Estados Unidos, después del Columbia y el Sacramento. Ahora, según relatan los yurok, la columna vertebral del pueblo “está enferma” y el año pasado solo dio para sacar 650 salmones de sus aguas.
Para los yurok, como para los hupa, karuk, modoc y yahooskin, el río es fuente de vida y trabajo, lo conecta todo; pero fueron la agricultura, la minería de oro asentada a sus orillas, la construcción de presas en la cuenca alta y la deforestación intensa de las secoyas, las actividades que fueron cambiando sus condiciones naturales. En el 2002, la situación encendió las alarmas nacionales: la mezcla entre un bajo caudal y el aumento de la temperatura en las aguas (que facilitó la propagación de enfermedades), concluyó en la mayor mortandad de salmones adultos registrada en la historia del Klamath: entre 34 mil y 70 mil peces aparecieron flotando una mañana.
“Nadie entendía lo que estaba pasando. Era un desastre ambiental catastrófico porque no solo es matar el río, sino a la gente que por miles de años ha vivido de él. Somos gente de agua, y el cambio climático, como las presas, ponen en riesgo, incluso, nuestra seguridad alimentaria. Ya hay casos de diabetes y obesidad en la comunidad”, cuenta la abogada indígena Amy Cordalis.

¿Por qué son importantes los pueblos indígenas en temas de cambio climático?

Indígenas de todos los continentes, miembros de la organización Guardianes del bosque, estuvieron esta semana en San Francisco y asistieron a la Cumbre de Acción Climática.

Indígenas de todos los continentes, miembros de la organización Guardianes del bosque, estuvieron esta semana en San Francisco y asistieron a la Cumbre de Acción Climática.

Foto:Cortesía: Joel Redman-If Not Us Then Who

Los grupos indígenas son mejores guardianes del bosque que el mismo gobierno. A esa conclusión han llegado ya varios estudios que ahondan el tema.
Y esta semana, en la Cumbre de Acción Climática que se celebró en San Francisco, una nueva investigación, liderada por la Iniciativa para los Derechos y Recursos (RRI, por sus siglas en inglés), arrojó un dato adicional: los territorios colectivos gestionan cinco veces más carbono del que se pensaba años atrás.
Luego de analizar bases de datos e imágenes satelitales de 64 países –que representan el 60 % de toda la cobertura boscosa del mundo–, se encontró que los pueblos indígenas y comunidades locales manejan cerca de 300 mil millones de toneladas métricas de carbono, o lo que es lo mismo, el equivalente a 33 veces las emisiones de toda la energía generada en el mundo el año pasado.
Se trata, según los expertos, del “informe más detallado que hay hasta el momento”, pues no solo analiza el carbono almacenado en los árboles (superficie), sino en las raíces y la materia orgánica del suelo; en zonas tropicales, subtropicales, templadas y boreales.
Los bosques, se calcula, pueden proporcionar al menos el 30-50 % de las medidas de mitigación necesarias para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C de aquí al 2050, el que se considera es el umbral para evitar un cambio climático catastrófico. ¿El problema? Todavía falta mucho camino por andar para reconocer los derechos colectivos de los pueblos indígenas sobre la tierra. Los gobiernos siguen siendo los propietarios legales de casi el 70 % de las áreas forestales.
Según la base de datos del RRI, en 41 países (de 51 analizados), los pueblos indígenas y las comunidades locales poseen legalmente o tienen derechos en solo el 15 % (521 millones de hectáreas) de la superficie forestal total. Eso, sin embargo, supone un aumento del 40 % si se lo compara con el año 2002.
Para el caso de América Latina, que es la región del mundo donde más protectores del medioambiente y el territorio asesinan, el área forestal bajo propiedad de los pueblos indígenas y las comunidades locales en nueve países “aumentó de 171 millones de hectáreas (mha) en el 2002 a 236 mha en el 2017. Solo desde el 2013 los indígenas consiguieron la propiedad de 11 mha de tierras forestales más (7 mha en Brasil, 3 mha en Colombia y casi 1 mha en Honduras)”, dice el informe.
TATIANA PARDO IBARRA
tatpar@eltiempo.com
Twitter: @Tatipardo2
Karen Tatiana Pardo
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