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México lindo y querido

Hay tristeza por la tragedia en México, pero también por el sismo ético de nuestra justicia.

Luis Noé Ochoa
“Qué triste estoy”, canta Vicente Fernández. Así estoy por lo que nos pasa, por los personajes que se quemaron las pestañas estudiando derecho pero se torcieron. Derecho van, pero a La Picota. Doloroso para el país y para la justicia. Aunque, a la vez, hay esperanza: la que nos dijo el Papa a los jóvenes que no nos la dejemos robar. Ni la alegría.
Digo que hay esperanza porque la Fiscalía, en cabeza del valiente Néstor Humberto Martínez, sigue destapando y encarcelando hasta a exmagistrados y expresidentes de la Corte Suprema, quienes alegan inocencia. Están en su derecho. Mas, amanecerá y veremos, como pensaba un borracho que no sabía con quién se había acostado. Es un paso gigante que se esté destapando esa vergonzosa cartelización del Poder Judicial. Y será clave que haya pronta justicia. Y que se limpien las salas de cuantos deshonran la investidura.
También estoy triste por México lindo y querido. Con este país somos cuates. Los mexicanos son hermanos, “verdad de Dios”, como decía Antonio Aguilar. Con ellos nos identificamos todos los colombianos, y les tenemos cariño y allá vamos de vacaciones.

Si los desastres golpean en el alma, deben también servir para sacar lecciones. Una de ellas al periodismo

Todos, más entre copa y copa, somos manitos y reyes: “No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”, cantamos. Y recordamos la estrofa del desplazado: “Una piedra del camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar”. Y seguimos con la del empleado que llega tarde: “Que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Y nos sabemos otras del filósofo José Alfredo Jiménez, ese monstruo de la inspiración. La que cantan algunas esposas desesperadas: “Llegó borracho el borracho”.
De verdad, hay tristeza grande, como deben de sentirla en el cielo don Mario Moreno ‘Cantinflas’, genio del humor, sentimental y gran actor, tal vez allá junto a Roberto Gómez Bolaños. Estarán en ese salón de la fama, doloridos por su México, con María Félix –María bonita– y Agustín Lara, Pedro Vargas, Pedro Infante, Frida Kahlo y Carlos Fuentes... Qué salón.
A todos ellos, el Creador les habrá dado licencia de recibir a los casi cien compatriotas suyos que se fueron en el terremoto del 8 de septiembre y luego a los más de 270 del martes pasado. Para los niños debió de ser una sorpresa que el Chavo, vestido de blanco, les dijera “pásenle”. Nadie nos quitará que se fueron prematuramente. Y solo queda pedir consuelo para sus familias.
Sin embargo, si los desastres golpean en el alma, deben también servir para sacar lecciones. Una de ellas al periodismo, que se tragó el cuento de que la niña Frida Sofía era símbolo de una tragedia, como Omaira Sánchez, y todos sufrimos por ella, pero nunca existió. La marina dijo que fue sin querer queriendo. Pero las lecciones de cultura de la prevención, de saber guardar la calma, de disciplina, aunque la tierra se meza, y, sobre todo, de solidaridad son para quitarse el sombrero. No cualquiera: un sombrero mexicano.
Conmovía ver a miles de personas como rescatistas civiles, a mano limpia, quitando escombros, uniendo fuerzas, llevando agua, salvando vidas, siendo todos una familia.
Ese es el ejemplo que debemos seguir. Y prepararnos en serio para algo así. Y, desde donde estemos, aportar para México, un país con muchos problemas, de seguridad, de narcotráfico, pero de mayoría de gente buena, una clase social gracias a la cual es un país grande al que sor Juana Inés de la Cruz, otra insignia nacional, le echará la mano, manitos.
Y que nos ayude a nosotros en este sismo de la ética que derrumba las cortes. Quién quita que entre todos, como los mexicanos, logremos rescatar de los escombros a la justicia.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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