Después del impacto inicial de la crisis, tenemos que examinar el inventario de lo que hemos experimentado en tantos días de incertidumbre.
Ese registro es caótico, lleno de conceptos nuevos, que en la mente nos recrean ideas de ingrata recordación: confinamiento, distancia social, mascarilla, vacunas, refuerzos, PCR, antígenos, cuarentena, aislamiento preventivo, gel hidroalcohólico, epidemia, intubado, pandemia, contagio, 'me quedo en casa»' lavado de manos, 'tengo miedo', teletrabajo, videollamada, mutación, variante ómicron, saturación, y un tan largo etcétera, que pareciera eterno; es una lista grande.
Pero hay que hacer un alto en el camino, debemos entender que los seres humanos somos superiores y que de esto vamos a salir victoriosos y con resultados de ganancia, porque también en el inventario están los grandes descubrimientos, el trabajo de millones de inteligencias para lograr la solución, la inversión de cifras astronómicas en investigación, la aceleración de las conexiones, relaciones y tecnologías informáticas.
El mundo llegó a una pausa angustiosa en determinados aspectos, pero, en otros, estudió con urgencia la evolución y la aceleración de las comunicaciones, y lo logró, tanto en la modernización como en la costumbre y en la difusión. Realmente, todo cambió para siempre, obviamente, con gran demanda de miedos y sacrificios incalculables, principalmente, en lo que concierne a la partida de nuestros seres amados, que es el punto más sentido y grave de los más recientes acontecimientos.
Pero, en nuestro desarrollo interno, hay un balance bellísimo, que también tiene sus palabras: familia, casa, meditación, puertas para adentro, desapego, vida espiritual, hogar, hijos, orden, prioridades, reordenamiento, revisión, selección… Cada término es una ventaja y es un símbolo del gran cambio que avanza hasta el bien para todos, porque también hemos sabido que somos solidarios, generosos, bondadosos y considerados.
Entonces, en esta Navidad recordamos un texto precioso de Oriente, que fue pronunciado por el propio señor Gautama con ocasión de una emergencia. Su nombre es 'Sutra Metta' y en él resuenan intenciones de consideración y no discriminación. Es uno de los himnos reconocidos de la paz mundial que hoy adquiere gran importancia.
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Este hermoso escrito resulta ser la mejor tarjeta de Navidad en el caso de la pandemia. Los versos milenarios de esta referencia dicen, en su parte central: "Que todos los seres sean felices, sin excepción". Se trata de una redacción espléndida y simple que mezcla la oración con la proclamación y, en esa estructura, la voluntad se hace poderosa.
En este momento, en el reencuentro con nuestra gente del alma, entendemos que los lazos fuertes son aquellos que no están afectados con la distancia, que no requieren demostraciones materiales o celebraciones aparentes. Son uniones espirituales valiosas que no desaparecen y eso mismo es lo que comprendemos con los que se han ido.
Realmente, no morimos. El cuerpo físico es un vestido, un estuche, que se recicla, pero lo demás prevalece. El alma es eterna, somos transeúntes del cosmos y esa cercana hermandad con los que nos dejaron permanecerá para siempre en las dimensiones superiores. Es una verdad siempre presente en la voz de los grandes guías espirituales y en las letras de los libros sagrados de todos los tiempos.
En estas fiestas de fin de año, el viejo Sutra nos habla de la virtud del corazón, del amor desinteresado y de la buena voluntad con los demás, resguardando a todos, con ayuda, con trabajo, con un mensaje: "Así como una madre protege del mal a su propio hijo»" y que, en su gran conclusión, pronuncia otra frase de superioridad superhumana: "Cultiva una mente de amor ilimitado".
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En esta Navidad tan distinta, debemos impulsarnos desde la plataforma de los logros alcanzados en la meditación de la crisis. Hemos construido en poco tiempo una vida más real, que ahora debemos proyectar para reconstruirnos.
Es necesario aplicar esas ventajas que descubrimos en el entrenamiento mental del confinamiento a una nueva vida hecha realidad en el año nuevo de la recuperación. Necesitamos abrazarnos en el alma, aún con cuidado, pero con más esperanza, custodiando el delicado equilibrio de la vida interior y de la visión avanzada que hemos conquistado.
El mensaje de amor de la nueva humanidad es que "todos los seres sean felices", "superando los obstáculos del odio y la diferencia", como podemos ver en el citado Sutra, que ya cumple más de 2.500 años.
Feliz tiempo del cambio para bien.
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