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El temblor y la vanidad

Hay detalles que nos dejan retratados como especie, independiente de la nacionalidad que tengamos.

Adolfo Zableh Durán
Tembló en México y cosas quedaron en evidencia. De inmediato, la gente se unió para ayudar a los afectados, una cadena de favores que no va a parar en un rato. De Colombia se dice que tiene a México como espejo, país al que iguala hasta en niveles de corrupción y narcotráfico, pero la movilización ciudadana vista no nos ha tocado por acá. Por internet nos llegan las jornadas de rescate, la solidaridad y las donaciones, donde muchas veces quien menos tiene es quien más da.
Y, aunque dicen que los civiles hacen labores que le corresponden al Gobierno, es mejor que sobren manos. No digo que acá seamos unos hijueputas, pero la realidad sería otra. Ya estaríamos peleando por la pobre logística o por lo que fuera, y los partidos políticos lucharían por sacarle botín electoral a la tragedia. La oposición, mintiendo, señalando de ineficiente al Gobierno, y el Gobierno, culpando a los rivales de dividir en vez de ayudar. Y lo peor es que ambos tendrían razón porque en Colombia tenemos vocación para la destrucción y el ataque, más allá de raza, credo, edad, posición social o inclinación política.
Pero hay detalles que nos han dejado retratada como especie, independiente de la nacionalidad que tengamos. Primero, la vanidad, el afán de figurar y de pegar con babas nuestra relación con el hecho del momento. Pasa con frecuencia que muere un famoso y contamos que lo conocimos o lo mucho que nos gusta su obra; atentan contra una ciudad y ponemos foto en ella. Yo no puedo decirle cómo administrar sus redes ni qué sentir, pero es hora de aprender que no se trata de nosotros. Con el temblor, he visto gente que está en Cali decir que no puede dormir y a un ministro afirmar que sacó tiempo de su apretada agenda para expresar su solidaridad. Para estos menesteres importa poco si duermen dos horas o dieciocho, si trabajan de sol a sol o se quedan en su casa consintiéndose los genitales todo el día.

El terremoto también ha confirmado que consumir tragedias de gran tamaño es un placer culposo y que muchas veces disfrazamos de compasión nuestro morbo

Y siempre acompañado por el hashtag #PrayFor. #PrayForParis, #PrayForBarcelona, #PrayForLoQueSea. La idea es que el mundo sepa lo afectados que estamos y lo sensibles que somos. Yo no sé para qué rezan. Si es cierto que Dios nos creó y tiene un plan para cada uno, de qué sirve pedirle. Si ese señor quiere que usted muera bajo unos escombros, se gane el Baloto o pierda la final del Mundial de fútbol, así va a ser y no hay cadena de oración que lo cambie.
El terremoto también ha confirmado que consumir tragedias de gran tamaño es un placer culposo y que muchas veces disfrazamos de compasión nuestro morbo. En medio de tanta noticia útil y necesaria, las más vistas son las que contienen videos de edificios cayéndose y gente corriendo presa del pánico.
Y, para reafirmar lo del ego, estamos convencidos de que lo que está pasando en el planeta es por culpa nuestra. ¿Qué nos creemos? ¿A quién le hemos ganado? No somos nada, inquilinos apenas, y al mundo no le hacemos cosquillas. Está la ley universal de acción-reacción, pero de ahí a pensar que lo que pasa es porque estamos fabricando unos cuantos iPhones de más, sí es quererse mucho. Llegada la hora, la naturaleza nos va a borrar, y la vida seguirá como si acá no hubiera existido nada.
Por último, están las fotos de la perra Frida, adorable, que a la fecha ha ayudado a rescatar a más de 50 personas. Que nos sirva de enseñanza: no son personas, son animales útiles y salvajes con instinto de supervivencia y vocación de servicio. No los desnaturalicemos vistiéndolos con sacos de lana, diciendo que son nuestros hijos, cargándolos en carteras de Kate Spade y alimentándolos con la línea gourmet de Carulla. Eso también es maltrato animal. Y aunque sea el perro el que se ve idiota, en realidad el idiota es el dueño.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
Adolfo Zableh Durán
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