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Venezuela, 10 de enero

Las condiciones bajo las cuales asumirá Maduro están muy lejos del mínimo estándar democrático.

Editorial .
La ‘revolución’ bolivariana entrará el próximo 10 de enero en una nueva fase de su desarrollo histórico cuando asuma el poder Nicolás Maduro, el heredero político de Hugo Chávez, para su segundo mandato consecutivo por medio de unos comicios (20 de mayo de 2018) que no fueron libres ni tuvieron garantías, que apenas reciben el reconocimiento de nueve países y carecen del manto de un Poder Legislativo porque sus funciones fueron usurpadas por una asamblea constituyente; con una oposición destrozada e ilegalizada, unos militares cada vez más omnipresentes y determinantes y unos medios de comunicación aplastados por la asfixia financiera y la censura.
Habrá quienes, ante este panorama, y en aras de la corrección política, aún se resistan a calificar el actual régimen chavista de ‘dictadura’, pero, claramente, las condiciones bajo las cuales asumirá Maduro están muy lejos del mínimo estándar democrático, y, de hecho, ya se habla de un vacío de poder ante el cual hay que actuar, no tanto porque no haya una figura de mando, que sin duda la hay, sino por la absoluta incompetencia de sus dirigentes para mejorar la dramática situación de una población que emigra desesperada, en busca de mejores condiciones de vida, de una de las naciones más ricas del mundo. Esa es la gran tragedia venezolana. En efecto, ya algunos mandatarios, como el colombiano Iván Duque, hablan abiertamente de “dictadura” y han pedido que otros países se sumen a la demanda ante la Corte Penal Internacional contra el régimen venezolano por crímenes de lesa humanidad, y así mismo endurecer las sanciones financieras contra Maduro y su círculo cercano.
En ese sentido, los cancilleres del Grupo de Lima, en su reunión del viernes, exhortaron a Maduro a no asumir su nuevo mandato, cuya legitimidad no reconocerán, y a transferir provisionalmente el poder a la Asamblea Nacional para que sean organizadas unas elecciones libres, con observación y verificación internacional. Un pedido audaz y certero, pero previsiblemente sin consecuencias en lo inmediato, pues es bien sabida la determinación de los chavistas de llevar hasta las últimas consecuencias su ruinoso proyecto de nación.
Dicho esto, hay que lamentar el viraje de la posición mexicana respecto a Venezuela, por la llegada al poder del izquierdista Andrés Manuel López Obrador (Amlo). El viernes no firmó la declaración del Grupo de Lima porque, según se explicó, tendrá bajo la nueva administración una “política de no intervención” en los asuntos internos de otros países y porque prefiere “mantener abiertos los canales diplomáticos” con Caracas para ayudar con una “salida negociada”, una fisura sensible del grupo de 14 miembros, pero el cual seguirá integrando. De otra parte, el detalle de no asistir a su asunción, como sí lo hizo Maduro en medio de polémicas, es cuando menos un gesto para tener en cuenta.
Y aunque formalmente Estados Unidos no pertenece al Grupo de Lima, la reciente visita a Brasil y Colombia del jefe de la diplomacia de esa nación, Mike Pompeo, dejó claro que hay coincidencia en la forma como la región está abordando el rechazo a Maduro y su corte y que hay un mayor compromiso y unas alianzas que estratégicamente pueden ser claves a la hora de buscar desenlaces de la crisis.
Ya no hay duda de que estamos ante una ruptura del orden constitucional y del Estado de derecho en el país vecino, y, por ende, la aplicación de la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA) marca el rumbo por seguir, así ya Caracas haya iniciado el camino de la retirada, soberbia ante el aislamiento internacional, pero siguiendo un libreto similar que le funcionó relativamente bien a Cuba hace años.
De puertas hacia adentro, no es claro lo que va a suceder en esa nación cuando se posesione Maduro. La de este 2018 fue probablemente –si cabe– una de las más tristes Navidades de los últimos años para los venezolanos, pues si hasta hace un tiempo los perniles de cerdo les llegaban tarde, pero les llegaban a los seguidores del chavismo, esta vez ni siquiera a muchos de ellos. Ni pensar en los que no gozan del ‘carné de la patria’, ese vergonzoso método de control social para mantener arrodillada a la población.
Al desastroso panorama económico que pronostica que el año cerrará con 10 millones por ciento de inflación, con mayor desabastecimiento y escasez, importantes ONG, como Provea, anticipan que se viene otro pico migratorio cuyo principal receptor será Colombia, donde se está quedando el 50 por ciento de la inmigración vecina. Un desafío para el cual hay que estar preparados en todos los ítems, desde el de la solidaridad hasta el de la seguridad, pues nada convendría más a la propaganda madurista que brotes de violencia o escaladas belicistas en un ambiente de alta crispación social y tensiones en la frontera.
Por eso, bien lo expresó la Casa de Nariño: belicismo, no; diplomacia, sí.
EDITORIAL
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