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Un enorme e inédito desafío

La crisis venezolana exige una respuesta coordinada de la comunidad internacional.

Editorial .
No es de ninguna manera exagerado afirmar que el de la migración masiva de ciudadanos venezolanos es ya uno de los más grandes desafíos que Colombia ha tenido que enfrentar en toda su historia. Un reto, además, compartido con el resto de naciones del continente, como quedó claro en la reunión que a comienzos de mes sostuvieron once países del área en Quito para buscar una obligatoria respuesta integral y coordinada.
La cruda postal de este drama es la de los caminantes por las carreteras del país. Sin dinero siquiera para un pasaje de bus, personas provenientes del país vecino marchan rumbo a centros urbanos donde encontrar algo de alivio a sus apremiantes necesidades. Es un terrible drama. La escena que hoy aprecian los bumangueses en el parque del Agua, o la del lote cercano a la terminal de transportes en Bogotá, en el que los recién llegados están bajo carpas, son dos de las más visibles por su ubicación, pero escenarios así pululan en nuestras urbes. La administración de Enrique Peñalosa ya ha desembolsado 26.000 millones de pesos para atender a los migrantes y se ha visto en la necesidad de crear una gerencia que coordine los esfuerzos de las distintas dependencias distritales para ofrecer ayuda a esta población.
De vuelta al panorama general, se debe poner de presente que las cifras más confiables, de Naciones Unidas, hablan de 2,5 millones de venezolanos que han abandonado su país en los últimos dos años. Pero, según otras fuentes, dicho dato puede ser mucho más alto, y, en consecuencia, el del millón de hombres, mujeres y niños que hoy habría en Colombia puede ser ostensiblemente mayor. Más allá de esta discusión, lo cierto es que el flujo no se detiene ni tiene visos de hacerlo. Mientras no se produzca un suceso que signifique un cambio real en la manera como se gobierna el país vecino, la migración seguirá. La debacle de la economía no ha hecho más que aumentar, pues las medidas recientes agudizaron la escasez de alimentos, medicinas y otros bienes de primera necesidad, en tanto que la inflación avanza incontenible.
Como varios expertos lo han señalado, este fenómeno supera otro que quizás ha tenido mayor visibilidad, como es el de aquellos que por vía marítima llegan a las costas europeas provenientes de Asia y África, principalmente. Aquí, un número llama la atención: de 2014 a hoy, a las playas del Viejo Continente han arribado 1,8 millones de personas, cifra inferior a la del éxodo que hoy nos ocupa. Y, como lo planteaba acertadamente el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, el colombiano Luis Alberto Moreno, en una columna publicada en ‘The Washington Post’, hay una diferencia considerable entre los recursos y las herramientas con que cuentan los países de esa parte del mundo para atender a los que tocan a su puerta y aquellas de que disponen las naciones suramericanas, algunas de las cuales no alcanzan a proveer bienes y servicios básicos para sus propios ciudadanos. Solo Colombia deberá destinar a este frente una suma que se tasa en cientos de millones de dólares anuales.

Situaciones como esta -crítica y angustiante- tienen el potencial de convertirse en una oportunidad para generar crecimiento y bienestar para todos si al asunto se le da el tratamiento adecuado.

Un estado de cosas así obliga a que los demás países del área y, en general, toda la comunidad internacional se unan en una respuesta que, por lo pronto, debe comenzar por la atención a las necesidades básicas de los que huyen. También impone la máxima serenidad y sensatez, dos rasgos que, como se demuestra cada día, hace mucho tiempo dejaron de verse en Miraflores, pero de los que están obligados a hacer gala los líderes de la región, en particular cuando la combinación de factores ha creado un terreno fértil para los nacionalismos y la xenofobia. Apoyarse en el derecho internacional y la acción colectiva a nivel diplomático será algo indispensable de cara a la beligerancia y agresividad de Nicolás Maduro, que aumentarán conforme se agudice la crisis.
En este orden de ideas, es válido hacerle eco al llamado de Moreno para que la ayuda internacional, que ya se ha pedido y empieza a llegar, se canalice a través de un fondo. De él deben salir recursos no solo para la atención inmediata a los migrantes, sino también para todos los esfuerzos que hagan los países con el fin de que estas personas se incorporen a las sociedades que los han acogido. Aunque hoy suene a utopía, no sobra recordar que situaciones como esta, crítica y angustiante, tienen el potencial de convertirse en una oportunidad para generar crecimiento y bienestar para todos si al asunto se le da el tratamiento adecuado. Esto es: que los fondos recibidos sean administrados con total eficiencia y transparencia para que lleguen adonde verdaderamente se necesitan.
En el pasado, Venezuela acogió a cientos de miles de personas que por distintas razones huían de su lugar de origen o buscaban un futuro mejor. No solo a colombianos, sino a personas de muchas latitudes. Es hora de que este gesto se devuelva con creces. Y que sirva para fortalecer los lazos de una región que si alguna virtud tiene, es la de hacerse fuerte cuando llega la adversidad.
EDITORIAL
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Editorial .
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