Portugal vive uno de los momentos más amargos y aciagos de los últimos años. Según la versión de mayor sustento, por causa de un rayo sobre un árbol que habría ocasionado una chispa, el sábado pasado, en Pedrógão Grande, en la región de Leira, se desató un incendio de proporciones infernales.
Las llamas, ayudadas por fuertes vientos y una temperatura de 40 grados, tomaron una fuerza espantosa por entre una vegetación de eucaliptos y pinos y devastaron miles y miles de hectáreas.
Es una calamidad de consecuencias irreparables, sobre todo porque allí perdieron la vida 64 personas y 204 resultaron heridas, siete de ellas, según se ha reportado, muy graves. Por ello, el gobierno del presidente Marcelo Rebelo de Sousa hizo bien en declarar tres días de luto nacional.

Un total de 733 bomberos están prestando asistencia desde el sábado, cuando se declaró la emergencia en el lugar.
Paulo Novais / EFE
Pero el luto no declarado, ese duelo que llevan más de medio centenar de familias, durará mucho más. Largo tiempo, porque eso suelen traer las tragedias, así sean naturales, pues son inesperadas, zarpazos de la muerte, que se lleva vidas tranquilas.
Y las pérdidas materiales son enormes. Se sabe que la vegetación arrasada, principalmente el bosque nativo, con toda la biodiversidad que atesora, es irreparable también.
Quizás cuando salgan estas líneas, el fuego no flamee más. Ojalá los esfuerzos de unos 3.000 hombres, de 17 aviones y cuatro helicópteros, con la ayuda de España, hayan sido suficientes. Y se comience esa etapa de recuperación, de balance y de acumulación de experiencias.
Porque en cada desgracia, al menos eso queda. Por ahora, se dice que no es momento de críticas, pero sí de interrogantes sobre el papel de las autoridades. El primer ministro portugués, Antonio Costa, se preguntaba por qué no se cerró oportunamente la llamada carretera de la muerte. En esa vía se hallaron 48 personas sin vida, muchas entre sus carros o a la vera.
Por el momento, hay que estar con Portugal, país de monasterios y castillos, de Fernando Pessoa, de José Saramago, de Cristiano Ronaldo y de todos esos seres sencillos que se fueron bajo el fuego.
- editorial@eltiempo.com
Comentar