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Ojo a la censura

Impedir la venta del libro Dejad que los niños vengan a mí, atenta contra la libertad de expresión.

Editorial .
Los editores del libro Dejad que los niños vengan a mí, subtitulado Pederastia en la Iglesia católica de Colombia, para que no quede duda sobre su contenido, recibieron el viernes de la semana antepasada la orden –del juez promiscuo municipal de San Rafael, Antioquia– de suspender la reproducción, la comercialización y la venta de la investigación firmada por el periodista Juan Pablo Barrientos. El martes siguiente, 29 de octubre, el juzgado segundo promiscuo municipal de La Ceja, Antioquia, dio cuatro horas a Barrientos para que entregara los datos de una de sus fuentes. Entonces, organizaciones como la Flip y Dejusticia pusieron el tema sobre la mesa de la opinión pública y pronto fue evidente que estábamos ante un caso de censura.
Más allá del contenido del libro de Barrientos, consecuencia, en cualquier caso, de una investigación radial que le dio al comunicador el premio de periodismo Simón Bolívar, es claro que los intentos de censuras por las vías judiciales han estado creciendo en Colombia y que en una democracia como esta jamás se debe bajar la guardia en la defensa de la libertad de expresión: los lectores tienen derecho a revisar las páginas de Dejad que los niños vengan a mí para enterarse de lo sucedido y de lo narrado, para contrastar la información que se da allí, para controvertir o respaldar los argumentos, para llegar, en fin, a sus propias conclusiones.
Siempre serán delicadas e importantes las investigaciones que tienen que ver con los abusos de poder. Siempre dolerán, en un país católico, las revisiones de los comportamientos de ciertos agentes de la Iglesia. Pero en este caso no solo está en juego el derecho a desenmascarar a quienes han cruzado los límites que impone la ley, y el derecho a exigir pastores que cumplan sus promesas, sino la obligación de defender los valores democráticos: según rezan sus normas, en Colombia no se persiguen los libros, ni se acallan las voces, y hay que recordarlo.
EDITORIAL
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