Produce repulsión, y por supuesto indignación, lo relatado este martes por el senador Musa Besaile a los medios y que amplió en la emisora W Radio en relación con el escándalo por la presunta venta de fallos judiciales en la Corte Suprema. Sus palabras, con la distancia que corresponda, dejan ver conductas tan execrables como extorsiones, tráfico de influencias, en fin, de un cuadro de corrupción sistémica. Situaciones de las que también habría dado cuenta en interrogatorio que tuvo lugar ante el mismo tribunal.
Indignación por el espectáculo, que, hay que decirlo, nada le debe envidiar a la delincuencia común. Es algo muy grave que padres de la patria (parlamentarios, presidentes de cortes, abogados prestantes e incluso quien fuera director anticorrupción de la Fiscalía) se comporten como auténticos exponentes del hampa callejera. Lo descrito por Besaile es, pues, gravísimo. Repugnante.

El senador del partido de 'la U', Musa Besaile.
Archivo particular
Aunque recuperarse de los mazazos que estos escándalos representan para la imagen de la justicia tomará mucho tiempo y esfuerzos, esta tiene la oportunidad de iniciar el proceso actuando con la mayor celeridad y transparencia para que el país tenga pronto la certeza de que los responsables de tan repugnantes conductas recibieron merecido castigo. Como ya se ha planteado, el lado alentador de este escándalo es que versiones que por mucho tiempo circularon en pasillos hoy están llegando a los estrados.
Ir hasta a la verdad de los hechos es la tarea de los jueces, y deberán hacerlo sin dejar sombra de duda. No hay margen de error.
La de los políticos, ahora que comienzan las campañas con miras a las elecciones del próximo año, es demostrar con acciones y no con palabras que han entendido a cabalidad cuál es el tamaño de tan penoso escándalo y qué es lo que está en juego: nada menos que la legitimidad de nuestro régimen democrático. Desde estos renglones no podemos sino expresar rechazo, que es el de todo un país, y exigir con contundencia que se sepa toda la verdad. También, hacer votos porque esta dura lección permita tomar los correctivos para enderezar de nuevo y para siempre la columna vertebral de la democracia.
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