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Momento de la solidaridad

Por el bien de todos, hay que entender y acatar las medidas tomadas por el Gobierno.

Editorial .
Aquel adagio según el cual cada crisis es también una oportunidad rara vez cobra sentido en medio de la tormenta. Es después de meses, años incluso, cuando al mirar hacia atrás se logra ver lo ocurrido con otros ojos y se le halla un sentido diferente. Una interpretación en la cual es posible ver lo positivo de una vivencia que fue traumática cuando sobrevino.
Por estos tiempos el mundo vive días de enorme ansiedad a causa de una pandemia. El covid-19 ha logrado lo más parecido a poner en pausa el planeta. Nunca antes la amenaza a la salud de las personas había sido de carácter global: prácticamente ya no hay rincón del mundo en el que se esté a salvo de contraer el covid-19. Es el temido lado B de la globalización.
Así, en tiempos que, paradójicamente, también son de enorme fragmentación social, no obstante estar todos conectados, y caracterizados por un individualismo que con facilidad se torna nocivo, ya es por lo menos significativo que todos los miembros de la especie compartamos un mismo conjunto de emociones –miedo, incertidumbre y ansiedad– y vivencias: confinamiento, restricciones de la movilidad; en fin, cambios drásticos en la rutina. Una ruptura que, como es comprensible, produce desasosiego y la obligación de replantear prioridades. En el nuevo listado, el cuidado de la propia salud y, al mismo tiempo, de la de los demás ocupa un primerísimo lugar. Y aquí ya puede verse algo positivo que deja la crisis.
Los desafíos son colosales y se necesitan todos los esfuerzos, además de unidad nacional. En este sentido hay que entender y acatar las medidas que tomó el Gobierno el viernes en la noche, entre ellas, respaldado por la comunidad científica, la del aislamiento preventivo, que irá desde el martes 24 de marzo hasta el 13 de abril. Son decisiones que, antes de sorprender, deben acogerse como necesarias, oportunas y por el bien general. Es más, por la preservación de la salud y de la vida de todos los colombianos. Solo queda, en todos los niveles, ser solidarios y disciplinados en extremo, hacer sacrificios, si se requiere, pues las experiencias de otros países que no han actuado así son muy dolorosas.
En este orden de ideas, cada vez cala más la muy cierta consigna de que cuidarme a mí mismo es también cuidar a los demás. De igual forma, en tiempos en los que era común la impotencia, resultado de constatar que los esfuerzos individuales poco pueden hacer frente a los grandes desafíos que enfrenta la humanidad, saber que en esta ocasión las acciones que cada uno emprenda tendrán un impacto real y significativo dentro de un enorme esfuerzo colectivo termina dando una cierta sensación de empoderamiento que acaba siendo un poderoso incentivo.
Así mismo, se puede ver cómo las aguas de ciertas disputas –la mayoría ideológicas– que en los últimos tiempos habían crecido hasta invadir la totalidad de los campos de la vida regresan a su justo cauce, dejando al descubierto poderosos gestos de unión, solidaridad y gratitud en torno a acuerdos básicos para la convivencia que, por fortuna, y a pesar de las tormentas de los años recientes, han demostrado permanecer firmes. Son ejemplo de ello las emocionantes y justas escenas de aplausos y ovaciones al personal médico, pero también los casos de líderes en los extremos del espectro ideológico que se muestran de acuerdo en líneas de acción.

Surge una nueva manera de vivir en la que se es mucho más consciente de cada uno de los actos. Ojalá esta renovada disposición pueda extenderse a otros asuntos cruciales

Por otro lado, saber que la población con más alto riesgo es la de los mayores de 65 años ha hecho surgir en el seno de las familias una genuina preocupación por quienes están en esa franja. Aquellos que con frecuencia, y por desgracia, quedan relegados a raíz de los afanes y el vértigo que marcan la cotidianidad de los más jóvenes de la tribu, en muchas familias han pasado hoy a ser prioridad, y así, el interés por gestionar su cuidado y protección se termina transformando en una renovación y fortalecimiento de los vínculos afectivos con ellos. En general, tener conciencia de que todos –hermanos, primos, sobrinos– también se encuentran viviendo momentos de zozobra está llevando a que en las nuevas rutinas se incluya una llamada diaria a los seres queridos, sin más pretensión que saber cómo están. Se respiran aires inéditos de solidaridad. Ante la dificultad, muchos se han puesto en los zapatos de quienes están a su servicio, preocupándose mucho más por su bienestar y garantizando, tanto como es posible, su estabilidad económica. El riesgo del contagio ha hecho, así mismo, que las personas adopten una nueva manera de vivir en la cual se es mucho más consciente de cada uno de los actos y que, de nuevo, está atravesada por el deber del autocuidado.
La vida ha cambiado en todo sentido. Cada hogar, durante estas duras horas de confinamiento, debe entender, como lo resaltó el papa Francisco, el desafío de redescubrir el tremendo valor de las pequeñas cosas. Y de la tolerancia y la familiaridad.
EDITORIAL
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